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"Diario de Argónida", de José Manuel Caballero Bonald

Colección Poetas y Ciudades, N.9, Ediciones Pandora, Sevilla
jueves 22 de febrero de 2024, 04:03h
Diario de Argónida
Diario de Argónida
La obra de Caballero Bonald ocupa sin ninguna duda un lugar de honor en las letras españolas y, Diario de Argónida es uno de los libros esenciales. Pedro Tabernero, tan elegante como apasionado en la defensa del libro bello, nos hace entrega de este volumen en la colección “Poetas y ciudades”, en esa simbiosis de imagen y palabra donde Lorca, Juan Ramón Jiménez, Vicente Alexandre, Borges, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Neruda, Octavio Paz conformaron los anteriores números.
Para esta ocasión, el pintor sevillano Luis Manuel Fernández tan hondo y verdadero en su concepción pictórica se centra en el paisaje de Argónida, tan enigmático como reconocible, a saber, el Coto de Doñana, con dibujos figurativos y expresionistas transmitiendo toda la fuerza del silencio, la desnudez, la esencialidad de la belleza percibida y expresada con tanta fuerza como sutileza. En paralelo, la palabra brillante de Victor García de la Concha en su “Naturaleza alegórica” confirma “la maestría literaria y se logra en la estética la verdad moral que el poeta persigue”. En todo caso, completa el acto de magia que supone la lectura de este bellísimo libro. Un libro que manifiesta su eterno compromiso social, su palabra poética sensorial y sensual que supo convertir lo local en lo universal, destilando memoria y lenguaje, configurando la patria de la infancia en el pilar de otro gran territorio de la literatura. Sin temor a caer en el error, la escritura de Caballero Bonald es única y excepcional, diríamos que es la escritura de uno de los grandes clásicos, no solo por las consideraciones críticas del barroquismo de su lenguaje, el prodigio, lo telúrico, así como una serie de características léxicas y temáticas que lo corroborarían sino porque forma parte de un grupo de escritores disidentes, desobedientes, en suma, un heterodoxo en toda regla que obedece “el sonido del tiempo y su justicia”. Un libro atento a lo sorprendente y misterioso que acontece en el tiempo de la vida, o de la escritura: En el poema “Verdad poética” nos dice “Empieza a ser verdad mientras lo escribo”, en “Premeditación” leemos “Me pongo en camino hacia un libro/que nunca escribiré... Mejor dejar que el tiempo actúe solo:/también por omisión se escribe un libro”. Un libro que nos traslada la complejidad en la que conviven la memoria, la cotidianidad, la cultura y los peligros que amenazan a la naturaleza, pues es un poeta de lo natural, que, en su absoluta capacidad para una escritura que cosecha la memoria, interpreta el contexto con espíritu crítico. En el poema “Crónica” nos lo detalla entre aguaceros, ventiscas y tormentos, elementos referenciales en sus textos: “Todo ese infausto, declinante esplendor/de metales preciosos, devorados/por las fauces famélicas del fango,/hizo siempre las veces de trasunto/de mi primer bosquejo de aventuras:/un designio imposible de riqueza/ocupando el lugar de tantas privaciones”. De manera singular, mezclando el ámbito literario y el vitalista, nos lo recuerda en el poema “Biobibliografía”: “Sin embargo, mi historia personal/ poco tiene que ver con esa historia:/también yo soy aquel que nunca escribe nada/ si no es en legítimo defensa”.
Un libro lúcido, de propio entendimiento de contradicciones, dolor e incertidumbre, a veces para ironía, otras en las que pueda optar “por descreer del valor de la vida”. No falta ni la valentía, ni la experimentación ni el vehemente deseo de la curiosidad, antesala del conocimiento, como nos dijo Lope de Vega. Por otro lado, para reforzar los simbólicos valores que encierran el diario, fundamentalmente el papel de testimonio veraz y disciplina diaria, el horizonte interpretativo viene marcado desde el mismo título, Diario de Argónida que retoma en palabras del propio poeta “una alegoría ecológico”, una cierta convicción de la sensación de paraíso que la mirada de la niñez otorgaba al Coto de Doñana y, en esa introducción a la edición, Caballero Bonald resalta los maltratos que recibe la “tierra madre”. Un libro íntimo de anotaciones al modo juan ramoniano, “un reencuentro físico y moral, con un paisaje que le es querido, un reencuentro con el paso del tiempo y las lecciones de la naturaleza omnipresente, de ahí esa sucesión de aventuras, dunas, naufragios, a veces y exaltación del mar (Lejos del mar nunca podrás ser libre, leemos en el poema “Tierra adentro”) y a la vez, la reflexión libresca, el balance, la memoria, en el poema “Autoservicio epistolar, no exento de cierto sarcasmo nos escribe “Al menos entendí lo más palmario:/que la literatura se parece a una carta/que el escritor se manda sin cesar a sí mismo”. En otro cajón de la imaginación, el poeta recoge esa explícita indistinción entre lo verdadero y lo veraz, acaso de la fusión entre planos reales y planos imaginados, fija la noción de reescritura que implica el diario. El poema final, “Mestizaje” encierra ese cruce en ambas direcciones: “Cuánto pasado hay/en esa omnipresente estampa familiar/:Mientras más envejezco más me queda de vida”. Incluso se nos hace saber que los poemas aparecen ordenados conforme a la cronología de su escritura. Un libro que marca una nueva orientación perceptiva y visual del poema, por lo conceptual del amor a la naturaleza y la interdisciplinariedad que acogen el sentir solidario del libro, en el poema “Soliloquio”, nos entrega un nuevo destello de celebración de la poesía, “Evocar lo vivido equivale a inventarlo”.

Por consiguiente, el lector podrá transcurrir y desentrañar todo un jardín de ilusiones ópticas, verdades poéticas, fábulas, caja de Pandora, retratos, marcas del camino, didácticas, santorales, memoriales, bibliotecas, crónicas, retratos, milagro, en definitiva.

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