En "Ernest Cole: Lost and Found" Peck repasa los acontecimientos del primer fotógrafo sudafricano capaz de capturar y transmitir la realidad inhumana del apartheid, y que da nombre al título. Se vuelven a tocar los temas con extrema lúcidez sobre la discriminación racial y la injusticia social. En sus fotografías, muchos de los sujetos retratados miran directamente al objetivo. Tal como lo hace Cole en las imágenes de él a lo largo de los años. Todos rostros que nos interesan, pero sobre todo personas que piden ser reconocidas. El fotógrafo nos insta a mirar realmente lo que vemos. Como cuando empieza a analizar, detalle a detalle, la imagen de un niño negro detenido por un policía, en medio de una multitud. Eran los años en los que, en Sudáfrica, la población negra sólo podía circular por los barrios blancos con un pase específico, que podía ser retirado en cualquier momento, a discreción de la policía.
Aquí, reconstruyendo las expresiones y trayectorias de las miradas en esa foto, emerge claramente una realidad de miedo e indiferencia. El fruto de esa “política de buena vecindad”, como la definió el primer ministro Hendrik Frensch Verwoerd, quien completó la instauración y legislación del apartheid antes de ser asesinado en 1966. En verdad, una política que respondía a una ideología racista pura y a una intención de segregación efectiva.
Ernest Cole nació en 1940 cerca de Pretoria. Abandonó la escuela tras la aprobación de la Ley de Educación Bantú, que estableció un régimen rígido de separación racial en el sistema escolar, eliminando efectivamente la posibilidad de que la población negra obtuviera una educación adecuada. Cole decidió continuar sus estudios por correspondencia, cultivando su pasión por la fotografía. Comenzó a trabajar para el fotógrafo Jürgen Schadeberg, mientras recopilaba una gran cantidad de imágenes en las calles de Pretoria. Cuando logró obtener un pasaporte y partir hacia Estados Unidos, llevó consigo de contrabando los negativos. Y en Nueva York, en 1967, publicó sus fotos en un libro llamado House of Bondage, que le dio resonancia internacional y, por supuesto, fue prohibido en Sudáfrica.
Al recorrer la historia de Cole, hasta la profunda crisis que lo llevó a abandonar la fotografía y quedarse sin hogar, Raoul Peck relanza el discurso político de su cine. Como siempre, implacable al contar historias y revelar las estructuras y superestructuras de la discriminación racial y las desigualdades sociales. Y el discurso encaja perfectamente con las reflexiones de Cole, quien, a pesar de no tener el refinamiento intelectual de Baldwin, era plenamente consciente de la dinámica y las consecuencias del apartheid. Como escribe en House of Bondage: “Trescientos años de supremacía blanca en Sudáfrica nos han esclavizado, nos han despojado de nuestra dignidad, nos han robado nuestra autoestima y nos han rodeado de odio”. Precisamente por esta razón, Raoul Peck decidió elegir a Cole, fallecido de cáncer en 1990, como coguionista titular de la película.
Y confía a su voz en off, interpretada por el famoso actor Lakeith Stanfield, la tarea de acompañar las imágenes, basadas casi en su totalidad en sus fotografías. No sólo los publicados en House of Bondage. Pero también los obtenidos a partir de los más de sesenta mil negativos recuperados hace ocho años de unas misteriosas cajas de seguridad guardadas en Suecia (a donde Cole realizó repetidos viajes en la década de los setenta). Estas imágenes constituyen una gran parte del patrimonio de The Ernest Cole Family Trust, que ha estado involucrado durante años en un caso legal para recuperar otros 504 negativos invaluables. Y son, en su mayoría, fotos tomadas en Estados Unidos, en Nueva York o en los estados del Sur, donde Cole estaba llevando a cabo un nuevo proyecto sobre las condiciones de vida de la población negra.
Es allí donde surge otra visión de la discriminación y la segregación racial. Pero, más aún, emerge el dolor del exilio para un hombre condenado a no regresar jamás a casa. Quien desea desesperadamente volver a aprender a mirar y a ser mirado. El silencio final de Cole es una rendición, muy alejada de la energía furiosa de Raoul Peck. Pero la revolución de la mirada significa también transformar la rabia y la urgencia de la lucha en una empatía humana necesaria.