Valga este preámbulo para contextualizar la noticia: un mando del hospital de Cruces, en Barakaldo, recrimina a dos enfermeras de su unidad de cuidados paliativos pediátricos, haber hecho uso de un vehículo del centro durante varias madrugadas -fuera del horario establecido- sin notificarlo previamente. El pediatra responsable, Jesús Sánchez Etxaniz, denuncia esta monstruosidad en una carta pública que levanta una ola de indignación. Osakidetza, el servicio vascop de Salud, reacciona corrigiéndose: promete ampliar a 24 horas el cuidado domiciliario a estos menores, crear más unidades y retribuir a sus profesionales como merecen -hasta la fecha, no recibían ninguna compensación económica si atendían a esos niños en fase terminal fuera del horario establecido, desde las ocho de la mañana a las tres de la tarde, excluyendo los días festivos-.
Sánchez Etxaniz duda de su palabra -no es la primera vez que prometen y no cumplen-, nosotros no dudamos de la suya. Y nos descubrimos.
Cuánto reconforta, frente a tanta ceguera administrativa, en medio el lodazal de corrupción y latrocinio a manos llenas que pudre a nuestro Gobierno, con su presidente a la cabeza, constatar que entre nosotros también hay seres humanos absolutamente admirables. Capaces de salir de su casa, un día cualquiera y todos los días, de madrugada, para asistir a un niño que se muere. A sus padres, los que se sienten morir con él. Sin recibir ninguna retribución económica. Sólo la más valiosa: la gratitud del alma, el oro de la conciencia.
La tragedia no se olvida jamás, se aprende a vivir con ella. Pero para esos padres la vida será menos lacerante cuando piensen que la vida también te regala personas de esa inmensa calidad humana. Los que asisten a sus hijos durante ese tiempo final, los que les ayudarán a mitigar la brutal carga emocional de su pérdida.
Si la muerte de un niño es lo más duro que puede vivir un ser humano, nada ayuda más a aceptarla que tener cerca tanta humanidad. Somos vulnerables, pero con alguien así al lado lo somos menos. Enseñar a morir, para aprender a vivir de nuevo.
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