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Otro incendio
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“LA LECCIÓN DEL FUEGO”

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
martes 26 de agosto de 2025, 12:11h

Seguían fuera de control más de cincuenta incendios del largo centenar que vienen asolando el territorio nacional, y los informativos daban cuenta de la demolición de la primera vivienda de las otras tantas que devastaron el Levante tras la Dana, de la que pronto se cumplirá un año. Diez meses de demora, y una “ayuda” de cinco mil euros para el propietario que lo había perdido todo. “¿Qué hago yo ahora con cinco mil euros? ¿Qué hago…?”, le faltaban las palabras que se volvían llanto, el de la desesperación, el de la desolación, el del más absoluto desamparo.

La imagen se iba clonando en la de los paisanos de media España ante lo que quedaba de sus aldeas, de sus pueblos, de su memoria, todo arrasado. Cientos de familias abocadas a lo peor, conscientes de la realidad a la que habrán de enfrentarse una vez que las grandes promesas caigan en el olvido.

Diez meses después de la dana de Valencia, el Gobierno sólo ha concedido el 37% de las ayudas prometidas. De los cinco mil millones en avales del ICO, apenas ha solventado el 14%. De las más de veintiocho mil solicitudes estatales por los daños en las viviendas, apenas mil han recibido un anticipo. Sólo cuatro han recibido una indemnización por sus difuntos.

El balance resulta aún más sangrante en lo que afecta a la erupción del Cumbre Vieja, en la Palma. Casi cuatro años después, el Cabildo insular sigue denunciando la demora en los pagos asignados, la paralización de fondos y “la drástica reducción de programas esenciales para la recuperación social y económica”. Lejos de incrementarse, el Plan integral de Empleo se ha recortado de treinta a doce millones de euros. La prometida bonificación del sesenta por ciento del IRPF, cuatro años después, sigue sin aprobarse. ASEPALMA, la asociación de productores agrícolas, califica su situación, literalmente, como “desesperada”.

Este es el panorama ante las catástrofes que se suceden. Primero, negligencia, irresponsabilidad, inoperancia. La de los verdaderos negacionistas del Cambio Climático: los que se llenan la boca con el florido lenguaje ecológico, el de los buenistas en tutú, y continúan a lo suyo, sin mover un dedo, las manos muertas, las conciencias también. Luego las grandes promesas que nada cuestan y en miseria se sustancian, diez meses o cuatro años después.

“Qué solos se quedan los muertos”, poetizó Bécquer. Más aún los afectados por los desastres que se vienen sucediendo sin que nada cambie. ¿Hemos llegado a un punto de no retorno? Hay órdenes, como el de la naturaleza que, una vez calcinados, resultan irrecuperables, cuando menos a corto plazo. Sucede algo semejante con la democracia. Nos hemos habituado a reducirla a votar cada cuatro años y nada más. Tal vez este verano en llamas nos haya deparado una lección: recuperar la tierra desde sus cenizas. También el sentido de la democracia, no ya desde sus cenizas, sino desde sus raíces.

Si “El pueblo salva al pueblo”, y no esta clase política, habrá de ser también el pueblo quien la sustituya por otra al margen de la partitocracia, sensible a los problemas de la gente, comprometida con su territorio. Las revoluciones nacen de ese punto límite. El del hartazgo y la impotencia.

“Déjame predicar la intolerancia” -escribe Jasmina Reza-, “concédeme la inmoderación”. ¿Para qué? Para que este paisaje sin Tierra Prometida maldiga las promesas y levante por sí mismo, desde los surcos, su horizonte y su esperanza.

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