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Pedro Simón
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Entrevista a Pedrón Simón, autor de "Peligro de derrumbe"

"Antes que nada soy periodista. Lo que sucede es que detrás hay un latido literario"

domingo 29 de marzo de 2015, 21:53h

"Peligro de derrumbe" de Pedro Simón es en opinión del periodista y prologuista Enric González una gran novela. Una de las novelas importantes del año, o de la década, o, tirando largo, de la crisis. Es un privilegio haberla leído antes de la publicación y es otro privilegio que incluya estas líneas previas: por el orgullo de participar, aún de forma muy marginal, en una obra magnífica.
Entrevista a Pedrón Simón, autor de 'Peligro de derrumbe'
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A Pedro Simón se le ha comparado alguna vez con John Steinbeck, el autor de Las uvas de la ira. Eso debe impresionarle. No lo sé, no le conozco personalmente. En general, las comparaciones no conducen a ninguna parte. Me limito a advertirle sobre algo: en adelante, Pedro Simón tendrá que compararse con Peligro de derrumbe y consigo mismo. Los buenos escritores gozan de la capacidad de hurgar en nuestras entrañas y construir universos completos. A cambio, soportan esa maldición.

En este libro, ¿se ha sentido periodista o novelista? ¿En qué faceta está más cómodo?
Antes que nada soy periodista. Lo que sucede es que detrás hay un latido literario, una necesidad que tiene que ver con escribir con un lápiz más largo, dar rienda suelta a la literatura de no ficción. Y de ahí los libros. Una vez me dijo Chirbes que el proceso de escribir una novela es como darse una ducha escocesa, con esos cambios de ánimo que van del agua fría al agua caliente, así de golpe… A la Tía Anica La Piriñaca, una cantaora flamenca, le preguntaron una vez que cuándo sabía ella que había cantado bien. Contestó: «Cuando la boca me sabe a sangre». Eso es lo que sucede, que te dejas las uñas y el alma en una historia. Y luego sales arañado. A mí Peligro de derrumbe me duele un montón. Todavía.

¿Se puede hacer un texto bello de la crisis? ¿Tiene algo positivo esta situación?
No sé si el texto es bello. Eso tendrán que decirlo los lectores. Lo que sí que he intentado es que sea fieramente humano. Está hecho con la materia prima de la vida real, con nuestros miedos, con nuestras insatisfacciones, de eso que decía Claudio Rodríguez («estamos en derrota, nunca en doma») y que tiene que ver con estos tiempos de profundo desasosiego. Es verdad que el dolor es un punto de partida más sugerente que la alegría para sentarse a escribir. Pero no hay que jugar con ello. Creo que era Bukowski el que decía: «Nunca juegues con la locura, porque ella no juega». Esto es extrapolable al dolor, a la crisis, a la desesperanza.

¿Cómo surge Peligro de derrumbe? ¿Son personajes reales?
Hay una necesidad importante de vomitar lo que uno ve trabajando como periodista. Más allá de los tres folios. De abrir el arco. De hacer surco. La madre que vende su reloj y también su tiempo más íntimo. La universitaria que no encuentra empleo ni motivos para seguir buscando. El insomne que ha perdido su trabajo y la autoestima… Todo esto es pura vida. Está en la calle. Vargas Llosa decía que la realidad es infinita. Yo añadiría que, en situaciones de crisis, mucho más.

¿Es una novela realista? ¿Pesimista? ¿O costumbrista?
Es una novela. Sin más. No creo mucho en las etiquetas. Sí pienso que es un libro sin demasiadas concesiones, amargo, cabrón, lacerante, que te muerde. Apenas está corregido. Y se puede entender el porqué: volver a transitar por él me agredía.

¿Se siente heredero de algún escritor?
No me siento heredero de nadie. Me siento heredero de mis padres, de mi gente, de mis hijos, de todas las esquinas de mi barrio, de mi infancia. Me gustan infinidad de escritores. Gente de antes y de ahora. De fuera y de dentro. Mi adorado Ferlosio, el incalculable Ignacio Aldecoa, el gran Chirbes, casi todo Steinbeck, algunas cosas de Bierce, por supuesto Gabo, el Clarín de La Regenta, los cuentos de Pàmies, el debut de Jesús Carrasco… No sé, estaría dando nombres dos horas seguidas.

¿Cuál es el objetivo de las novelas o de su novela?
No hay un objetivo. Bueno, uno sí: que a la gente se le pasen las paradas de los autobuses mientras lo lea… Y otro más: que, al terminar de leerlo, la boca les sepa a sangre.


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