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Javier Yuste
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Entrevista a Javier Yuste, autor de "El Imperio del Sol Naciente"

"Los nipones son confiados por naturaleza"

sábado 30 de mayo de 2015, 11:35h

"El Imperio del Sol Naciente" es el más reciente ensayo histórico de Javier Yuste, quien a lo largo de sus páginas nos narra 300 años de contactos culturales y comerciales de Japón con occidente, contándonos así la apasionante historia de la modernización de Japón y también de nuestros vínculos originales con una tierra que, aún a día de hoy, sigue sorprendiéndonos.
Javier Yuste
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En esta entrevista con el autor de "El Imperio del Sol Naciente", hemos comentado temas relacionados con el libro como la unificación de Japón, su evolución militar y sus relaciones con las distintas potencias occidentales durante su proceso de apertura al mundo.

¿Qué le llevó a escribir El Imperio del Sol Naciente: la aventura comercial?
Para responder con Justicia a la pregunta, he de confesar que parte de la culpa la tiene el escritor Francisco Narla, autor de sobra conocido entre aquellos que sigan la novela histórica española.

Corrían los últimos meses de 2013, año de no muy agradable recuerdo para mí, y me topé con un cartelito en una de las dos librerías que hay a la salida del trabajo, una a babor y otra a estribor. Se anunciaba que Narla vendría a presentar su, por entonces, última novela, titulada “Ronin”, la cual trata de servirse de ciertos avatares de la embajada japonesa Keicho que llegó a España en 1614. Creí entonces que, con el fin de animarme, pues qué mejor que rascarme el bolsillo y, de paso, poder conocer a un autor de talla.

Durante la lectura de la novela me llamó poderosamente el tema de los barcos con los que los nipones cruzaron el Pacífico, donde me encontré con el tema del desconocimiento que hay en Japón acerca de estos viajes ya que, por ejemplo, si escribes en el buscador, en inglés, “primer barco japonés en cruzar el océano pacífico”, pues te aparecerá la corbeta de guerra Kanrin Maru, en misión diplomática en 1860. Tanto es así que hasta el propio cónsul nipón en San Francisco hacia 2010, a donde arribó este buque, lo afirma como tal en su web.

Fue entonces cuando tomé la decisión de estudiar y escribir un artículo sobre esa Kanrin Maru. El tema me resultaba atrayente, sobre todo cuando te topas con que algunos de los miembros de esta embajada decimonónica acabaron dando la vuelta al mundo y sacándose fotos delante de la esfinge de Giza, y, lo mejor de todo, había documentación de sobra al respecto.

Pero siempre me tropezaba con la razón de ser de esa embajada de 1860, que no era otra que la de entregar en Washington la ratificación de un documento llamado Tratado Harris de 1858. Ahí me di cuenta de nuevo de que no puedes contar una historia sin conocer qué sucedió antes. Sabía que los americanos estuvieron en 1854 y que consiguieron el primer tratado internacional con Japón, y tan solo gracias a una vaga referencia en una enciclopedia que tenemos en casa desde 1986. Me tropezaba siempre con términos como Sakoku, que es el periodo de exclusión, la expulsión de los cristianos en el s. XVII, etc.

Tomé, entonces, la iniciativa de saber qué hubo antes de ese viaje de la Kanrin Maru y lo mejor era encontrar datos sobre los eventos de 1854 y sobre ese Sakoku que, si vas a la Wikipedia, tan solo te menta que es una política de aislamiento del Japón con respecto al exterior que se dio entre 1638 y 1854 y que, según la propia Wiki, pues fue interrumpida abruptamente debido a unos incidentes bélicos con Rusia a finales del s. XVIII y con la acción algo pirática del comandante inglés Fleetwood Pellew en 1808, y nada más.

Y esa iniciativa me llevó a buscar y a descubrir libros que relataban la aventura del comodoro Matthew Calbraight Perry entre 1853 y 1854. Volúmenes publicados por aquel entonces, con cientos y cientos de páginas, en las que, ya desde el principio, te hacen una detallada relación de hechos que hacen palidecer a los cuatro datos mal puestos en la Wikipedia.

Así es como empecé a saber de personajes como Fernán Méndes Pinto, el primer occidental en poner pie en Japón; me interesé por el paso por Japón de san Francisco Javier y los Jesuitas; los turbadores contactos entre Manila y Edo en un periodo de guerras civiles en el Imperio; por los forjadores de la unificación del archipiélago más allá de lo que conocí con la obra de Francisco Narla... Y luego, con referencia a muchos otros libros, pues fueron apareciendo los holandeses, los ingleses, conjuras, traiciones, genocidios, guerras de religión, etc.

De esta guisa, para hacer un pequeño artículo, fui reuniendo en torno a la mesa de estudio más y más volúmenes, pues si uno hacía una mención muy leve a tal hecho, podías creer que fuera una cosa sin importancia, pero, si tirabas del hilo, te llevabas la sorpresa de que no era así.

Era como un mago que no hacía más que sacarse pañuelos del bolsillo.

¿Destacaría a alguna figura nipona como la más importante en la historia del país nipón durante el periodo que abarca El Imperio del Sol Naciente?
Creo que solo quedarnos con una figura sería un oprobio para el resto, ya que la relación de personajes de renombre que se mentan es amplia. Quizá tendrían que merecerse un mayor recuerdo aquellos hombres que velaron siempre por su país y que veían la cercanía del peligro procedente del exterior. Podría decirse de todos aquellos que querían seguir la filosofía de Bruce Lee del “be water, my friend” y cuyos desvelos fueron recompensados con el desprecio, el suicidio ritual y el olvido. Mejor que el lector descubra sus nombres perdiéndose en las páginas del ensayo.

¿Cómo describiría el proceso de unificación de Japón?
Debería contestar “como una larga y complicada partida de ajedrez” para que me entiendan los lectores, ya que si les digo que fue larga y complicada como una partida de go, se quedarán, como mínimo, en “fuera de juego”.

Fue un proceso de varias décadas al que hay que sumar la pacificación de un país que llevaba en guerra civil durante más de un siglo. Honor, envidias, traiciones, grandes batallas… Todo esto que trae la Historia de verdad y no ese plagio descafeinado y maquillado burdamente con sobrada violencia y tres dragoncitos.

En Europa tuvimos nuestros procesos de creación de estados, con los Reyes Católicos a la cabeza, y Japón tuvo el suyo con sus particularidades tan únicas.

¿Cómo evolucionó Japón desde el punto de vista militar en los años que abarca el libro?
Aunque había muchos señores feudales que recelaban, por cuestiones tradicionalistas de respeto al Bushi-do y al combate “cara a cara”, de los avances tecnológicos en el campo de la guerra que traían los portugueses y los españoles, a modo de armas de fuego portátiles principalmente, la unificación del Japón y posterior pacificación con la instauración del shogunado Tokugawa no podría haber sido posible sin dichas piezas extranjeras.

Los nipones se afanaron en copiar toda esa tecnología, mediante instructores extranjeros o ingeniería inversa, pero siempre iban varios pasos por detrás.

El posterior aislamiento del archipiélago, a partir de 1638, acentuó tal situación, ya que cuando el escuadrón de Matthew C. Perry arribó en 1853, se observaron en poder de fuerzas regulares niponas armas como mosquetes y cañones de factura española con más de doscientos años, cuya efectividad y potencia distaba mucho de ser equiparable a las americanas del momento.

Una vez abierto Japón al mundo exterior, se quiso absorber toda la modernidad, sobre todo en el campo bélico. No es que le vaya a hacer propaganda a Tom Cruise, pero “El último samurái”, aunque con sus vaguedades e imprecisiones en varios puntos, es un buen “documental” a este respecto.

¿Por qué Japón no tenía interés en establecer relaciones comerciales con otros países y cuál era la principal razón para el posterior aislamiento?
La cuestión es que no es que no tuviera interés. Interés hubo, al menos, a título individual, sobre todo por parte de los señores de los dominios más meridionales. Los nipones son confiados por naturaleza, pero varios malentendidos o no tanto durante el transcurso de décadas les convenció de la vileza de ciertos individuos extranjeros dados a la rapiña y a la corrupción. Por otro lado, la interacción con elementos extraños ponía en peligro la seguridad del propio imperio en vías de unificación y pacificación.

El cristianismo, la religión de los nanbanjin, fue bien recibido al principio, pero una doctrina que estableciera un dios único y todo lo que esto conlleva, podía llevar también a la población a la creencia de que el emperador y, por consiguiente, el shogun no estaban legitimados divinamente; por no decir que era un credo liberador para aquellas clases sociales más bajas, al igual que sucedió en el Imperio romano.

El aislamiento del Japón es el mismo que se ha repetido a lo largo de los siglos en diferentes países, en la creencia estúpida de sus gobernantes de que así se perpetuarían sus sistemas sociales y ejecutivos.

¿Cuál diría que fue el factor determinante de la apertura de Japón al resto del mundo?
Simplemente: el avance de la tecnología de la navegación. Hasta que el comodoro Matthew C. Perry no se plantó en la bahía de Edo en 1853, en Japón no se había visto nunca un barco de vapor, una nave autónoma. Hasta aquel momento, todos los navíos que se avistaron eran de vela, por tanto, vulnerables hasta cierto grado ante unas costas desconocidas.

Por otro lado, Perry se presentó con unas credenciales consulares de muy alta graduación y con cuatro navíos cuyas bandas estaban erizadas con más cañones que los que se contabilizaban en todo Japón.

Ante tal terror tecnológico se optó por la apertura de una serie de puertos y la firma de unos tratados en los que el Imperio asumió una posición de debilidad hasta que la Restauración del poder en manos del Emperador Meiji, en 1868, y todo el conocimiento que habían absorbido los oficiales de guerra, llegaron a crear una nación que, junto a China, formaría un binomio conocido como “El Peligro Amarillo”.

¿Cómo influyó dicha apertura a la evolución del país nipón?
La apertura trajo graves consecuencias tanto en el sistema social como de gobierno. Se tachaba al shogun de pusilánime y a sus ministros de traidores, aunque estos solo pretendían que un Japón anclado en la Edad Media no fuera arrasado de un plumazo por unos extranjeros de gatillo fácil. Podemos decir que optaron por la decisión menos mala, pero la semilla de la guerra civil estaba sembrada.

Los puertos del Japón se convirtieron en feudo de europeos y americanos, y con ellos desembarcó una larga serie de problemas. Por un lado, una inflación desorbitada que la pagaban los campesinos; un alto paro; falta de seguridad pública; enfermedades hasta entonces nunca vistas… Comenzó a manifestarse cierto sentimiento xenófobo por parte de los nipones que reaccionaron violentamente mediante atentados terroristas.

Se pretendía la expulsión de los extranjeros y la restauración del poder en manos del Emperador. Curiosamente, el soberano dejó de estar adormilado entre sus cojines y tomó las riendas del poder, pero terminó aceptando la injerencia extranjera que lo aseguraba en el trono.

¿Qué país se vio más beneficiado de este aperturismo?
Aunque hay muchos, principalmente podríamos decir que el mismo que consiguió la apertura: los Estados Unidos de América. Consiguió puertos para hacer escalas con China desde California, así como una mayor seguridad para sus ciudadanos, ya que hasta entonces, cualquier americano que naufragara en Japón era sometido a prisión, tortura e, incluso, muerte.

Pero podríamos decir que todas las naciones con incipientes intereses en el Pacífico, hasta que se dieron cuenta de que habían creado un monstruo militar imparable.

¿Qué es lo que más destacaría de las relaciones entre España y Japón en aquella época?
Las relaciones entre el reino de España y el imperio del Japón, a las que dedico cuatro capítulos, distaron mucho de ser fluidas y relajadas. En primer lugar, nuestro país ya contaba con el inmenso archipiélago de las Filipinas y poco o nada podía interesarle ese país que, para el momento de los primeros contactos hispano-nipones a finales del s. XVI y XVII, tan solo era feudo de portugueses y jesuitas.

Aunque se pretendió un entendimiento nunca lo pusieron fácil las partidas de piratas que se aprestaban desde Ryukyu o los desmanes del taiko Toyotomi Hideyoshi, cuyos últimos años transcurrieron entre sueños de grandeza, como la invasión de Corea y la isla de Luzón, y persecuciones contra los cristianos.

Hubo cierto resquemor con los españoles y, también, con los portugueses, por su condición de católicos y porque los reyes de las Coronas ibéricas era defensores de la Fe del Crucificado. En los palacios se llegó a la creencia de que la nueva religión era una especie de veneno que creaba quintas columnas dentro de Japón. Varios incidentes y las malintencionadas palabras de los holandeses supervivientes de la flute De Liefde y su piloto, el inglés William Adams (quien inspiró el personaje de la novela y adaptación televisiva Shogun), hicieron el resto.

La embajada Keicho de 1613-1614 es lo más destacable de estos contactos pacíficos, ya que la persecución del catolicismo llevó a un enfrentamiento tal que acabó con la expulsión de los españoles durante la década de 1620 y la de portugueses y demás extranjeros en 1638 tras la represión del levantamiento de Shimabara.

Pasados los siglos, comentar que la apertura del Japón con el tratado con EEUU en 1854 despertó el interés de los comerciantes de Manila, pero Madrid estaba a la espera del desarrollo de acontecimientos y fue una época plagada de aventuras coloniales, como la de México con Prim a la cabeza o la intervención franco-hispana en los territorios de la actual Vietnam.

Para cuando España quiso reaccionar, fue de las últimas en suscribir un instrumento internacional con un Japón acomplejado respecto a las naciones europeas y americanas. Aún así, tras esto, la mayor preocupación procedía de ese “Peligro Amarillo” y del posible interés del Japón por tomar por la fuerza las posesiones españolas en el Pacífico en el último tercio del s. XIX.

¿Por qué fueron los holandeses los únicos con permiso para asentarse en Japón durante tantos años?
Aunque sea triste, los holandeses obtuvieron el permiso para conservar su factoría en Firando y, luego, en Dejima a partir de 1638 por haber participado como coautores, según unas fuentes, o como cómplices pasivos, según otras más benignas, en la brutal represión de la rebelión Shimabara, que se cobró la vida de decenas de miles de hombres, mujeres y niños. Fue disfrazada a propósito como una rebelión encabezada por elementos católicos que atentaban contra el poder instaurado y los holandeses no tuvieron inconveniente en perseguir a los papistas en el propio Japón.

Triste, pero cierto.

¿Qué opina de los elogios de Francisco Narla a El Imperio del Sol Naciente?
Como ya he dicho al comienzo de la entrevista, Francisco tiene parte de culpa en el alumbramiento de esta “criatura” y, contando con la suerte de poder mantener el contacto con él tras conocernos en persona, creo que no había mejor firma que la suya para un prólogo.

Ciertamente no se equivoca al decir que le había servido de ayuda este libro mientras escribía “Ronin”, pues los ejemplares que conforman la bibliografía sobre estos contactos con el Imperio del Sol Naciente se cuentan con los dedos de una mano. Podemos acudir a fuentes como los periódicos de la época o las vetustas ediciones que recogían las exploraciones, obras casi enciclopédicas que he ido recopilando hasta creer haber hecho mención a los contactos más importantes habidos durante tres siglos; pero es una tarea titánica que se ha comprimido en poco más de trescientas páginas.

Todo lo que pueda decir para agradecer a Francisco, alguien tan importante en el panorama novelístico nacional, que se ha fijado en mi obra y se ha maravillado ante los datos que aporto, creo que se queda corto.

¿Se encuentra trabajando actualmente en algún nuevo proyecto?
Puede que me haya cansado ya un poco de tanto estudiar y estudiar. Además, tengo, desde hace muchos meses, ganas de regresar al campo de la ficción novelada, pero que no tenga nada que ver con la Historia. Necesito un descanso y por ello estoy trabajando en una novela que, aunque se aleja del campo en el que me he prodigado en los últimos años, tiene mucho que ver con esto de ser escritor y todo lo que lo rodea. Al final no sé qué saldrá, porque se me ha cruzado un poco el género del Thriller de por medio, unos agentes del CNI… Llevo escritas 130.000 palabras y no he llegado ni a la mitad de la obra. Una locura. ¿Cuánto borraré cuando lleguen las correcciones? ¿La terminaré siquiera? ¡Espero que sí! Pero no soy capaz de ponerle fecha ni por asomo, ya que solo puedo prestarle al proyecto los cortos fines de semana en los que, sí, escribo bastante, pero… Todo el que se haya metido en esto de ser tahúr del vocablo sabe a qué me refiero.

Respecto a los ensayos históricos y proyectos futuros en dicho campo, haré lo mismo que en anteriores ocasiones: me dejaré llevar por los vientos que soplan las noticias de los periódicos con más de un siglo en sus páginas y las historias olvidadas; a la deriva, sin saber a dónde me llevan.


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