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01/03/2025@07:07:00

…y tiene hambre. Es inquietante, sí, y me propongo explicarlo; pero vamos antes con una breve introducción, para hacernos cargo del contexto social y político nacional en el que tiene lugar ese regreso imperioso del macho. Como saben, el nuestro es un país retrasado. Lo digo sin ludibrio, claro, porque es mi patria y le tengo mucho cariño después de todo. Pero es muy cierto que llegamos tarde a la modernidad: la Reconquista se hizo a caballo y la nobleza, por estos lares, tardó mucho en dejar algo de aire a la burguesía incipiente de artesanos y comerciantes para que pudiera prosperar, como lo hacía en otros lugares. También llegamos tarde a la Ilustración, a la industrialización y, ya en el siglo XX, a la democracia liberal. Tarde, siempre tarde, como el conejo de Alicia. Es el sino nacional. Sólo llegamos a tiempo a América.

La política es importante, esto nadie puede negarlo después de Aristóteles, como mínimo. El zoon politikón del filósofo peripatético sigue definiéndonos con plena vigencia y fidelidad. Sin embargo, desde hace unos años, en nuestro país todo es política y casi no queda espacio para nada más. Y esto ya no guarda relación ni proporción –lo decía Gomá en X a finales del fugitivo 2024- con las cuestiones vitales que verdaderamente marcan y determinan nuestra existencia. La política tal vez decide cuánto tardará en atendernos el médico o cuál es el programa de estudios de nuestros hijos (y claro que esto importa mucho) pero no nos sirve cuando se trata de dar –o no ser capaces de dar- sentido a nuestras vidas. Habría que notar, además, que para quien cuenta con un conocimiento no meramente superficial o anecdótico de la Historia, está bastante claro que vivimos precisamente en un lugar y en una época en la que la política nacional incide relativamente poco en nuestro destino personal.

Al simular el otro día que se masturbaba con un crucifijo en una iglesia, Ane Lindane vino a sintetizar, grosera y grotescamente, las dos obsesiones que han marcado dramáticamente mi vida; las mismas que abrumaron a San Agustín y, en tiempos mucho más recientes, a Woody Allen, un ateo de carácter obviamente religioso. Como para ellos –y creo que puedo jactarme de encontrarme en tan conspicua compañía- el sexo y la religión han constituido desde el principio el núcleo de mi personalidad y de mi biografía, los dos planetas gigantes que conforman el campo gravitatorio en el que me muevo, con esfuerzo, y del que nunca podré escapar. Sería subestimar la perspicacia del lector precisar aquí que tener o no tener fe, como mantener o dejar de mantener relaciones sexuales, son cuestiones muy distintas de estar obsesionado con esos dos factores que polarizan nuestra naturaleza humana.

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Autor de “Muerte de atlante”

Rafael Balanzá acaba de publicar la novela “Muerte de atlante”, un thriller psicológico que se desarrolla en medio del océano Atlántico. El comienzo de esta obra no puede ser más impactante. En un barco que se dedica a filmar el fondo marino en busca de restos del continente de la Atlántida, aparece una de las seis personas que van en el barco muerta en su camarote. Desde ese momento, todos son sospechosos y desconfían entre ellos.

Muerte de atlante se publicó el 29 de febrero y empezamos con la promoción a primeros de marzo. No he visitado muchas librerías desde entonces. Algunas sí, en Madrid, en Alicante, en Valencia... En una de ellas me sorprendió un poco la compañía. La del libro, quiero decir. Sus vecinos de anaquel eran obras de Eduardo Mendoza, Paul Auster, Fernando Savater. También había muchas novelas de autoras nuevas a las que todavía no he tenido el placer de leer.