Acatando la autoridad de Arthur Schopenhauer, a lo platónico afirmemos que toda obra de arte es la objetivación de la voluntad y que ésta tiene siempre su origen en una idea [1]. Sólo los artistas reales, seres que no mueren al suprimir su personalidad cuando poetizan, pueden volverse sujetos totalmente cognoscentes, captar la idealidad de las cosas, sacarlas de toda causalidad. Hemos dicho “idealidad”, que es una emanación de las ideas y término útil para clarificar una disputa de sabor escolástico que hubo y habrá entre americanos y europeos, y más precisamente entre españoles y mexicanos.