La luz de noviembre es una llama temblona en medio del Big Bang. Es delgada y recogida como una vela encendida en la oscuridad frente al rostro de los muertos que se anclan a la inmortalidad de las fotos. El pasado se cree bello en el presente a través del espejo de una foto. La luz de noviembre es una melancolía alargada y reposada frente al hedonismo y la aceleración de la sociedad. Se corta a sí misma el costado con un celaje afilado, como un dulce suicidio, para que se desangren los fotones frente al espectáculo bullicioso de las flores y los vivos en los cementerios. Los padres descansan en paz. Las madres descansan en paz. Los hijos descansan en paz, pero con un sueño perpetuo en la boca.