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La insólita vida de un sátrapa de las Américas novelada magistralmente por Arturo Úslar Pietri en "Oficio de difuntos"

domingo 29 de octubre de 2017, 01:00h
Oficio de difuntos
Oficio de difuntos

Partiendo de su conocimiento y su trato, desde la infancia, del personaje real, Juan Vicente Gómez —en la narración: Aparicio Peláez—, y de su corte en Maracay, Arturo Úslar Pietri nos relata en "Oficio de difuntos" una biografía «novelada» de aquel patriarca, que gobernó durante veinticinco años largos Venezuela tan a su antojo, que marcaría indeleblemente su porvenir.

Pero Oficio de difuntos es mucho más que una biografía novelada de Gómez, pues Úslar Pietri esboza el retrato certero de toda la casta de estos patriarcas —desde Porfirio Díaz en México, o Estrada Cabrera en Guatemala, o Tacho Somoza en Nicaragua…—, que trazaron el desdichado futuro de casi toda Hispanoamérica. Pues Oficio de difuntos es, sobre todo, el relato minucioso de su forma silenciosa de ascender al poder como caudillos pacificadores del país, hasta convertirse, por el mero ejercicio del mismo y la obsequiosa abyección de cuántos le rodeaban, en sátrapas omnímodos a los que nada ni nadie osaba oponerse.

Novela, pues, imprescindible para entender el continente americano.

Arturo Úslar Pietri nació en Caracas, en 1906, donde morirá en 2001. Como descendiente de un edecán de Simón Bolívar y de dos presidentes de Venezuela —baste añadir que su abuelo materno, el general Juan Pietri, fue presidente del consejo de Gobierno— se crio en un ambiente de honda impronta política, que se verá plasmada en la multitud de cargos que ocupó: tres veces ministro —de Educación, de Hacienda y de Interior—, secretario de la Presidencia de la República, diputado y senador, y hasta candidato a la Presidencia de la República, en 1963.

Sin embargo, no es menor su importancia literaria, su otra vocación que se remonta a 1928, cuando en enero apareció el único número de la revista Válvula, donde publicó el editorial «Somos» y el artículo «Forma y Vanguardia», considerados como las directrices del movimiento vanguardista venezolano. Esta vocación se verá fortalecida al año siguiente con su marcha a París, para ocupar el puesto de agregado civil en la Embajada. Durante su lustro parisino (1929-1934) no solo trabará su duradera amistad con Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, sino que frecuentará a Paul Valéry, a Robert Desnos, a André Breton, a Ramón Gómez de la Serna… Lo que determinará su creación literaria y la convertirá en una de las más relevantes del continente americano. Cabe solo añadir que fue el formulador del término «realismo mágico», en su ensayo Letras y hombres en Venezuela (1948).

Su obra literaria aborda todos los géneros, en especial el ensayo periodístico, donde es copiosa, pero a la que hay que adjuntar siete novelas; la primera y más conocida es Las lanzas coloradas (1931), pero no conviene olvidar las siguientes: El camino de el Dorado (1947), Un retrato en la geografía (1962), Estación de máscaras (1964), Oficio de difuntos(1976), La isla de Róbinson (1981) o La visita en el tiempo (1990), más sus nueve recopilaciones de cuentos. Entre los múltiples reconocimientos que recibió, destaca el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que se le concedió en 1990.

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