A las pocas líneas he aquí que vuelve a encontrarse ante ese escenario que ahora ha ganado en precisión formal, lo que hace que ese lector entre en la acción como un elemento vivo, no sólo deudor de la historia de ficción en la que ha sido, a pesar de su voluntad –salvo la audacia extraordinaria de la voluntad de leer- implicado y ya ‘entabla relación’ con los acontecimientos: “Hace mucho calor. Brillan los rostros húmedos por la intensidad del sol. Bajo una palmera se han colocado las autoridades. Se empujan par aprovechar su exigua sombra. Visten trajes negros, que agrisan sus caras impasibles. Nadie habla” Repárese, después de la ubicación física de la escena, en este contraste de color que otorga vida y realidad de un modo preciso, sobrio, inexcusable: visten trajes negros que agrisan sus caras. Nadie habla.
El halo de misterio como intriga permanecerá durante toda la narración. También en el relato ‘Líneas en la puerta’: “Cada uno inventa su vida como puede, en unos cuantos recuerdos de algo que no existió nunca”
El lenguaje es, al fin, quien crea la acción y los caracteres. Es quien define los tipos, quien otorga veracidad. La historia ya es humana, ya es real. Tal es el secreto del autor eficaz, el que hace buena la literatura como vehículo de convicción, como trasunto de una realidad posible. Así se crea el vínculo necesario, así se transmite el juego creativo.
La autora, Teresa Garbí, nos adentra, pues, con esta gavilla de relatos profundos en la trama, relatos elaborados bajo el marchamo de un lenguaje muchas veces poético, dentro de unas historias donde lo humano, observado con precisión y minuciosidad, está vigente en cada línea, y donde parece existir un nexo de unión en el recorrido inexcusable que a todo protagonista afecta: entre el principio y el fin existe… un secreto. Un secreto que podría resumirse en una breve frase que aparece en su relato ‘Villamediana’: “De nuevo tenía que amar”.
Una definición de vida. Una lectura que subyuga.
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