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"Zamora y el motín de la trucha", de José María Fernández Conquero

Editorial Letramé
sábado 19 de septiembre de 2020, 12:00h
Zamora y el motín de la trucha
Zamora y el motín de la trucha
El autor es uno de los buenos historiadores, especialistas en novela histórica, que existen actualmente, suele estar muy documentado y no tiene compartimentos estancos tópicos en sus conocimientos de la más excelsa de las ciencias-humanísticas, como es la Historia con mayúsculas.

Su primera novela-histórica se tituló: “Acuña, el obispo comunero”, donde narra la historia política de uno de los comuneros leoneses más importantes, el obispo de la leonesa Zamora, Antonio de Acuña, ajusticiado en Simancas por medio del garrote-vil por orden de Carlos V. En el presente caso, la obra narra, con todo lujo de detalles y en 575 páginas una trama deliciosa. Se refiere a una revuelta popular que, aunque no hay textos de la época, se produjo en la urbe leonesa de Zamora, en el año 1158. Pero sí existe un testimonio arqueológico en la iglesia de Santa María “La Nueva”, lugar patognomónico en donde se produjeron los hechos. Estamos en el siglo XII, los reyes de León: Alfonso VI, Urraca I, y Alfonso VII se han apoyado en la naciente y creciente burguesía leonesa de este siglo; los burgueses tienen conciencia de su poder y, sobre todo, de que son sumamente necesarios para que los monarcas leoneses puedan plantar cara a la poderosa y levantisca nobleza del Reyno de León.

En el mercado de la urbe legionense de Zamora existían unas normas, clasistas, y de obligado cumplimiento; que estribaban en que primero adquirían los alimentos los criados de la nobleza y, a continuación, lo hacían los ciudadanos zamoranos; entre ambos hechos se tocaba una campana; ya existía una humillación importante, ya que los burgueses se llevaban los peores manjares, más si cabe en una Zamora orgullosa e industriosa. Un pescadero está vendiendo, por estar ya en turno, la última trucha existente a Pedro el zapatero o a Benito el pellitero. En ese momento y, con suma violencia verbal, irrumpe un criado del conde Gómez Álvarez exigiendo ese pescado para su señor. La discusión sube de tono, las gentes toman partido por Pedro o por Benito, uno de los cuales se lleva la trucha. Los magnates se reúnen en la iglesia de Santa María para decidir las medidas represivas a tomar; pero se les adelantan los burgueses, encierran a los nobles y prenden fuego a la iglesia quemando vivos a los encerrados.

Pensando en las posibles represalias regias, huyen hacia la frontera portuguesa, enviando a priori solicitud de perdón al rey Fernando II de León; el soberano leonés se lo concede, pero deben reedificar el templo ardido; además destituirá al tenente conde Ponce de Cabrera, quien se pasará al servicio del rey Sancho III de Castilla; error histórico cronístico indudable porque este magnate ya estaba bajo la férula de Castilla previamente. El libro admirable narra unas cuantas historias más, siempre con el protagonista Baltasar, un joven pastor de la comarca de Sayago, al servicio del dean Guillermo de la catedral de Zamora, como hilo conductor de toda la narración. Baltasar conocerá la historia del lusitano Viriato de labios de su abuelo, el guerrero pudo nacer en el territorio zamorano, aunque es más correcto pensar en lusitano y no en vacceo o ástur cismontano-augustano.

Asimismo, investigará todo lo relativo al dominio de la infanta Urraca en esa industriosa urbe leonesa, sus vivencias serán el origen del romancero. La acción de la obra transcurre entre el año 1126, con la coronación del rey leonés Alfonso VII en León, y el de 1174 cuando se consagra la catedral románico-bizantina. El autor considera que Baltasar, ya canónigo, escribiría el pliego de descargo al rey Fernando II de León. Al final de cada capítulo presenta un glosario de términos muy aclaratorios, donde se incluyen vocablos en llingua llionesa. En ese momento en Zamora la llingua del vulgo era el llionés y nunca el castellano. La pujanza del idioma leonés es de tal calibre que será, a posteriori, un infante leonés, el rey Fernando III el Santo de León y de Castilla, el que obligue a los notarios de la leonesa Salamanca a escribir en castellano y no en leonés; mientras que en la Castiella Novísima-Andalucía se utilizará el Buen Fuero de los Jueces de León. En el capítulo XIII el dean Guillermo explica la vida y milagros de San Atilano, fundador de la diócesis zamorana. En los capítulos XVIII y XIX, Baltasar recibe noticias romanceadas del cerco de Zamora, realizado por Sancho II de León y de Castilla sobre la urbe de su hermana, la magnífica infanta Urraca Fernández. En el capítulo XXII se menciona a un patriota leonés de primera fila, Vellido Dolfos, cuyo pórtico de la dignidad orla las murallas zamoranas, cuando defiende a su señora; ese personaje sería nombre de muchos neonatos en esa Zamora del siglo XI.

En el capítulo XXIV se narra el Romancero cidiano con el sesgo castellanista del recopilador (Juan de Escobar) de dicha obra (año-1612) que el personaje del juglar Tomé subraya sin ambages. Y, ¡queda tan cadencioso el… En Santa Gadea de Burgos...!, hecho que nunca se produjo, y el magnate de Vivar, si es que no nació en León donde su padre era alférez o similar de Fernando I de León; Ruy Díaz es expulsado de la corte por retener impropiamente las parias de Sevilla y de Córdoba y utilizarlas para luchar contra el conde regio García Ordóñez. Fuera de serie todos los capítulos dedicados a la aparición en la escena literaria del rey Alfonso VII y de su delicada e inteligente reina Berenguela. No deseo ser más prolijo, pero recomiendo vivamente este libro, del que he tenido el honor de realizar el prólogo. In occasu saeculi sumus!

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