Estamos ante un especialista fuera de serie en este hecho social histórico de las Cruzadas y los seres humanos que pelearon en ellas. Nos hallamos en el año 1095, la gran capital jerosolomitana lleva cientos de años en poder del oprobio del Islam, que vilipendia a los cristianos de la zona. Todavía no está presente en la historia un sultán kurdo musulmán paradigmático, como fue Saladino/Salah al-Din Yusuf ibn Ayub. En la catedral de Clermont-Ferrand, la antañona capital de los galos-arvernos llamada Gergovia; el Sumo Pontífice de los cristianos-católicos que es Urbano II inflama a sus oyentes para que se dirijan a liberar a los Santos Lugares del dominio de los seguidores del profeta Mahoma-Muhámmad. Ya comienzan las luchas de religión entre cristianos y mahometanos. “Emprended el camino para obtener la remisión de vuestros pecados, seguros en la indestructible gloria del Sagrado Reino”. Por este libro de Dan Jones, un especialista, asimismo, en la Dinastía de Los Plantagenêt, veremos desfilar usos y costumbres de bizantinos u orientales, francos u occidentales, musulmanes chiítas y sunnitas, beréberes, mongoles, judíos y vikingos. A los hombres que participaron en las expediciones militares-bélicas-religiosas se les denominó crucesignati, por la cruz de Cristo que llevaban cosida en su ropaje-hombros.
En esos momentos, en el territorio de las Españas o de Al-Andalus también se está produciendo una cruzada contra el Islam andalusí, en lucha por la recuperación peninsular por parte de los Reinos de León, de Portugal, de Aragón, de Navarra y de Castilla. Alfonso VI de León es estimulado por El Vaticano, a causa de la vinculación de papas y del monarca de León con los cluniacenses. Gran número de europeos, del momento histórico que nos ocupa, recorren el continente para postrarse ante la tumba del apóstol Santiago “el Mayor” Boanerges; lo cual no era un camino de rosas, “los granjeros bascones practican la fornicación sucia con sus mulas y sus yeguas”. Entre los clérigos y cronistas de los Reinos de Oviedo y de León aparece el concepto de Santiago Matamoros. La lectura es apasionante, sobre todo cuando abandona el análisis tópico de la cruzada hispana, y se centra en Palestina. En el libro de Ibn Shadad, La rara y excelente historia de Saladino, se realiza una cita sobre ese extraordinario político y militar kurdo, que solo tuvo un defecto histórico, y que se refiere a que no se atrevió a luchar por la recuperación de un Reino para los kurdos o medos: “La yihad, su amor y su pasión por ella, había hecho presa con fuerza de su corazón y todo su ser, de tal manera que no hablaba de otra cosa, ni pensaba en nada más que en los medios de proseguirla, y estaba preocupado solo por los hombres de los que disponía, y únicamente sentía apego por aquellos que hablaban de ella y la animaban”.
En el capítulo-19 se cita a una de las mujeres importantes que defendieron sin éxito, la ciudad de Jerusalén frente a Saladino, se llamaba Margarita de Beverley, y luchó contra las tropas del sultán kurdo con todo el esfuerzo de que fue capaz. “Aunque era una mujer, parecía un guerrero. Lanzaba proyectiles con una honda a los ejércitos de Saladino que se encontraban bajo las murallas y corría de un lado a otro entre las calles y las murallas para llevar agua a sus camaradas mientras se tragaba el miedo”. Su experiencia vivencial sería pavorosa, ya que una mujer sufría lo indecible en situaciones de derrotas militares. Se cuenta que el papa Urbano III cayó muerto fulminantemente, cuando recibió la noticia de la caída de la Ciudad Santa; está claro que su corazón no resistió el aumento de la tensión arterial por la angustia y sufriría un IAM o Infarto Agudo de Miocardio. Desde el otoño de 1187, la cuestión palestinense jerosolomitana va más en serio, ya que se comienza a preparar la Tercera Cruzada, denominada por la historia como la de los Tres Reyes, la ocasión fue única, pero la planificación de la empresa estuvo maldita desde el principio: el emperador Federico I Barbarroja se ahogó en un río cuando ya abordaba el Oriente Medio y los sarracenos sudaban de miedo; Felipe II Augusto Capeto de Francia puso todas las trabas que pudo a su aliado, Ricardo I Corazón Plantagenêt de Inglaterra.
Las mujeres, novias-esposas y las madres exhortaban a sus varones a ir a la cruzada; pretendían ir, pero al ser mujeres lo tenían prohibido. Cuando la cruzada terminó como agua de borrajas, toda la cristiandad lo sufrió, ya que la lista de ofensas que Felipe Augusto imputaba a Ricardo Corazón de León era crecida. La prepotencia del Plantagenêt no era digerible para el Capeto. El libro presenta un apéndice para conocer las biografías de los protagonistas, y en la 458 es de agradecer, ahora sí, la corrección de la titulación de Alfonso VI de León; asimismo la lista necesaria de los Papas y de los Reyes de Jerusalén. Grosso modo, esta es la invitación a la lectura de una obra extraordinaria, cum laude, sobre los cruzados y su época. “Roma locuta, causa finita, ET, O tempora, o mores!”.
Puedes comprar el libro en: