Polígrafa y sorprendente como una novela de suspense, polifacética y distintiva entre sus coetáneos, la mexicana Rosario Castellanos (1925-1974) constituye una de las escritoras más importantes del siglo XX.
En su Poesía no eres tú, ya se atisba algo de lo que fueron sus 49 años de una vida salpicada de vaivenes emocionales, abandonos inesperados y sobresaltos profundos, hasta su muerte, envuelta en un halo arcano hoy en día.
Porque si tú existieras
tendría que existir yo también.
Y eso es mentira.
A los 7 años, huérfana de padre y madre, y con una situación económica debilitada, se refugia en la escritura para curar su dolor anímico. De Comitán donde creció en la hacienda familiar, se traslada a Ciudad de México y en la UNAM se graduó de maestra; allí se relaciona entre otros famosos escritores con Augusto Monterroso. Se casó con el profesor de filosofía Ricardo Guerra con quien tiene un hijo, tras varios abortos involuntarios y la muerte de una hija recién nacida que jalonan su camino a la maternidad.
Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.
Propensión a cierta melancolía depresiva, se divorció después de trece años de matrimonio, cansada de las infidelidades de su marido.
El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.
Dedicó todos sus esfuerzos a la promoción cultural y dirigió varias instituciones destinadas al apoyo y patrocinio de jóvenes artistas, a la vez que defendía los derechos de la población indigenista, y compaginaba dichas actividades con la docencia universitaria tanto dentro como fuera de su país (Wisconsin, Colorado, Indiana).
El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.
Nombrada embajadora de México en Israel, ejercerá de catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Vació su intimidad en una obra tan variada e intensa como comprometida y realista en todos y cada uno de los géneros que cultivó: poesía, teatro, novela, ensayo. Desde la política y la lucha social (Lívida luz) hasta la esencia de lo cotidiano, el lugar de la mujer (Lección de cocina) en su país, el feminismo (El eterno femenino), la misoginia y la alienación (Álbum familiar) con un estilo lleno de ironía, propio de su carácter jocoso; sin olvidar la discriminación fraterna (Primera revelación), el abandono y desamor marital (Lamentación de Dido), las rivalidades profesionales (Rito de iniciación), y por supuesto, la dicotomía enfrentada y desigual entre los blancos y los nativos. Un universo temático que pretende dar voz a los desfavorecidos y silenciados.
Soledad, apropiación y control, naturaleza y paz, deseo de equilibrio y respuestas a su conturbado interior, tan vapuleado por lo que veía y sentía, por sus experiencias de vida y su sensibilidad extrema. Parece, pues, que nada le fue ajeno a una extraordinaria mujer y profesional, premiada y reconocida en su tiempo y por la posteridad. Su nombre acompaña a muchos lugares emblemáticos (museos, bibliotecas, parques y plazas) testimonios fehacientes de su gran trabajo e importante repercusión.
Murió en Tel Aviv de una descarga eléctrica provocada por una lámpara cuya conexión estaba mal aislada. Si acababa de salir del baño y fue a contestar el teléfono, o tras colocar unas mesas con los pies descalzos y húmedos tropezó con un cable, o se suicidó de una depresión crónica o incluso habría sido objeto de un asesinato… todo ello forma parte de entender su vida como una novela de misterio con el deseo de fabular la muerte, de tan singular mujer. Ineludible resulta su valía personal y artística.
El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan.
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