El escritor andaluz Manuel Salado acaba de publicar su novela número 35, "El escritor oculto". Treinta y cinco veces que se ha enfrentado con el arcón cerrado de su propio misterio. Y con la utilidad -¿o no?-, de seguir adelante en un proceso personal en el que nadie va acudir a ayudarle, ni siquiera a darle una mano o, simplemente, a gritarle un improperio. Las tópicas y típicas preguntas de ¿por qué escribo, para quién, qué estoy buscando?, hace mucho tiempo que se perdieron por el bosque de seres humanos que le rodean, y por el desierto de escritores cuyas metas actuales no rozan, ni de lejos, las suyas.
Escribir no es un oficio y, mucho menos, un arte. Al autor lo ve más como una operación de auto-cirugía, sin anestesia alguna, que no tiene fin. Una operación de campaña en una guerra sin limites, donde todo vale.
El autor nos confiesa que para él los seres humanos, en general, y todas sus historias ordinarias, le aburren.
Quizás ahí esté la explicación de por qué ha optado por un camino solitario, donde el paisaje lo dibujo él mismo, donde los cielos los pinta cuando le apetece, y visita a los infiernos, de vez en cuando, con absoluto rigor. Para Manuel Salado "escribir es un reto contra el tiempo". Y quizá tenga razón o puede que no y sea mucho más.
Su última obra, por el momento, es "El escritor oculto" una novela diferente, sobre un autor que, al enfrentarse a una nueva obra, ve cómo de ella surge un ser misterioso, ajeno a él, un novelista completamente desconocido, una especie de conciencia alternativa, que pretende corregir cada trama, cada concepto, cada párrafo, buscando un constante enfrentamiento entre ambos; él y el otro.
Una pelea de dos creadores, con dos conceptos distintos sobre la realidad, dentro de un mismo cuerpo, en la que cree haber conseguido un apasionante retrato literario sobre el hecho de escribir y sus consecuencias.
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