Las campanas
Yo las amo, yo las oigo,
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.
Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.
Y en sus notas, que van prolongándose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.
Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!
¡Qué silencio en la iglesia!
¡Qué extrañeza entre los muertos!
Rosalía de Castro: En las orillas del Sar.
Barcelona, Ediciones Castalia/Edhasa, 2019 (1978). Colección Clásicos Castalia. Marina Mayoral, editora literaria.
Rosalía de Castro también manejó líricamente el castellano, lengua en la que está escrito el último sus grandes libros: En las orillas del Sar (1985). Poco a poco, los poemas, ya sea en gallego o en castellano, van adquiriendo una categoría estética insuperable, tanto más por cuanto que sirven de expresión a la angustia existencial de la poetisa, motivada fundamentalmente por las desgracias familiares -la muerte a causa de diferentes enfermedades de tres de sus siete hijos- y por sus dolencias físicas y morales que la mantenían en un permanente estado de abatimientos; y también a las reivindicaciones sociales y a la dura crítica hacia una sociedad que desprecia a los humildes y que relega a la mujer (y en este sentido puede hablarse de un “feminismo combativo”. En cualquier caso, la saudade es un sentimiento que Rosalía de Castro lleva bien grabado en el alma: “En todo estás e ti es todo / pra min i en min mesma moras, / nin me abandonarás nunca, / sombra que sempre m’asombras.” (Final del poema “Negra sombra”, de Follas novas).
Y de En las orillas del Sar hemos extraído el poema “Las campanas”. Para Rosalia de Castro las campanas tienen un atractivo especial y su tañido le evoca los más variados sentimientos. Ya en Cantares gallegos dedica un amplio poema a las “Campanas de Bastabales” [San Xulián de Bastavales es una “parroquia” del municipio coruñés de Brión], compuesto por cinco secciones a las que introducen estos tres versos: “Campanas de Bastabales / cando vos oio tocar, / mórrome de soidades”. [Campanas de Bastabales / cuando os oigo tocar / me muero de añoranzas”]; un poema de carácter intimista, escrito en primera persona, y en el que se dan cita dos de los temas recurrentes en la obra e Rosalía de Castro: la saudade y la naturaleza.
Cantares gallegos, 11.
https://www.cervantesvirtual.com/portales/rosalia_de_castro/obra-visor/cantares-gallegos--0/html/
Zenda ofrece una versión castellana del poema:
https://www.zendalibros.com/campanas-bastabales-rosalia-castro/
El poema que ahora nos ocupa es mucho más breve: está compuesto por 16 versos, de los cuales dos son decasílabos (el 9 y el 14) y los restantes octosílabos; y los pares riman en asonante /é-o/, mientras que los impares quedan libres, a excepción de los versos 13 y 15 que presentan una asonancia /é-a/, presumiblemente casual. Pero lo que no es casual es la presencia de dos versos decasílabos en lugares puntuales, rompiendo la uniformidad de los octosílabos; y no hay más que reparar en su contenido: “Y en sus notas, que van prolongándose” (verso 14, que contiene una perífrasis durativa ir+gerundio que, por la naturaleza semántica del verbo, dilata el tañido de las campanas que envuelven con sus “notas” el ambiente); y “¡qué tristeza en el aire y el cielo!” (verso 14, con tintes exclamativos, que anticipa la tristeza que se apoderaría de ese ambiente -“en el aire y en el cielo”- en el caso de que las campanas permanecieran silenciosas); unas campanas que ya han sido humanizadas en los versos 7 y 8, puesto que “le saludan con sus ecos” (verso 8) a la primera luz del amanecer (verso 7); y también el verso 11, porque en sus “notas” “hay algo de candoroso”, en alusión metafótica a la pureza del ánimo.
Y el contenido del poema no puede ser más simple y emotivo: el contraste que se establece entre el sonido de las campanas, que llevan armonía a la naturaleza toda, y su ausencia, que desencadenaría sentimientos de tristeza, silencio y extrañeza; unos sentimientos que también afectarían a la voz poética, pues ya en el verso 1 afirma su amor por ellas en cuanto oye su tañido: “Yo las amo, yo las oigo”; y en versos 11 y 12 celebra ese halo que las rodea, porque en ellas “hay algo [es decir, bastante, mucho] de candoroso, / de apacible y de halagüeño” que, obviamente, le proporciona serenidad a su espíritu siempre melancólico.
Reparemos ahora, estrofa por estrofa, en la forma lingüística de la expresión y en sus peculiaridades estilísticas. Y lo primero que llama la atención es la influencia que la lírica primitiva galaico-portuguesa tiene en la poetisa, y que está presente en el poema: ya sea en el ritmo lento de su progresión temática, ya sea en las construcciones paralelísticas que lo vertebran; ya sea en la apoyatura en la naturaleza, ya sea en la emotividad desbordante.
Y ya que de construcciones paralelísticas hablamos, basta con leer la primera estrofa. En el verso 1 (“Yo las amo”. Yo las oigo”, ya hay una estructura bimembre de tres miembros: pronombre personal tónico de primera persona con carácter enfático y oficio de sujeto (A) + pronombre personal átono de tercera persona con oficio de complemento directo, referido a “las campanas” (B) + verbo en primera persona del singular del presente de indicativo (C); por lo tanto:
Yo (A1) las (B1) amo, (C1).
Yo (A2) las (B2) oigo, (C2).
Por otra parte, el pronombre átono está en posición anafórica, ya que las campanas a las que se refiere solo figuran en el título del poema. En los tres versos siguientes se desarrolla un símil que introduce el adverbio relativo culto “cual” (= “como”): “yo las oigo como oigo…”. Y el triple complemento directo del la forma verbal reiterada “oigo” es una nueva construcción paralelística formada en este caso por una triada de versos con idéntica estructura morfosintáctica: determinante artículo (A) + nombre (B) + determinante artículo y preposición (C) + nombre (D); es decir, un sintagma nominal seguido de complemento preposicional:
el (A1) rumor (B1) del (C1) viento (D1) (verso 2);
el (A2) murmurar (B2) de la (C3) fuente (D2) (verso 3);
el (A3) balido (B3) del (C3) cordero (D3). (verso 4).
Adviértase, por otro lado, que los sonidos de la naturaleza son suaves, pese a que algunas palabras están formadas con el fonema vibrante múltiple (el “rumor”, el “murmullo”), la voz del cordero… E incluso advertimos una ligera aliteración del fonema vocálico /u/ en el verso 3: “el murmurar de la fuente”.
Y a la conjunción “o” no de damos un valor propiamente disyuntivo de alternancia, sino de adición. El sonido de las campanas le evocan a Rosalía de Castro todos y cada uno de los elementos dinámicos del paisaje: “viento”, “fuente” y “balido”.
La segunda estrofa (versos 5 a 8) está montada sobre un hipérbaton que, no obstante, no obstaculiza la comprensión de su contenido: “ellas [las campanas] le saludan con sus ecos al primer rayo del alba, tan pronto como asoma en los cielos, cono los pájaros”. “Las campanas” vuelven a salir en el cuerpo del texto, pero solo mediante pronombre: “Ellas” (la forma tónica del pronombre de tercera persona en femenino plural, con oficio de sujeto, verso 5). Y de nuevo la presencia de la naturaleza, animada e inanimada: “pájaros”, “cielos”, “alba”; y hay un símil entre los pájaros y las campanas cuyo fundamento estriba que el día comienza haciendo coincidir el canto de los pájaros con el tañido de las campanas; y, en efecto esto sucede “tan pronto como asoma en los cielos / el primer rayo del alba” (versos 6-7, en los que el léxico está empleado con toda propiedad: el verbo “asomar” significa “empezar a mostrarse”; y ese “primer rayo del alba” [crepúsculo matutino o aurora] alude al momento en que el sol ha empezado a verse en el horizonte, disipando la oscuridad de la noche. Es el toque de las campanas llamando a las primeas misas del día; y es alegre despertar de los pájaros con sus gorjeos). El saludo de ambos -campanas con los ecos de sus tañidos y pájaros con sus trinos- humanizan un paisaje, idóneo para despertar la nostalgia. Y de ahí la eficacia del empleo de la locución adverbial “tan pronto [como]”, que significa “inmediatamente después de que...”
En la tercera estrofa aumenta la efusividad y continúa la personificación de las campanas, aludidas ahora mediante determinante posesivo de tercera persona ante puesto a “notas”: “Y en sus notas…” (verso 9). La triada de nombres precedidos de preposición de los versos 11 (“de candoroso”) y 12 (“de apetecible y de halagüeño”) es una forma de calificar el sonido prolongado de las campanas y humanizarlas; y para ello la poetisa se ha valido de la construcción “hay algo de..”, de forma que trasladan a quienes lo escuchan sentimientos de pureza de ánimo, de agradable sosiego y de atrayente dulzura. Y otra vez la presencia de la naturaleza: el sonido de las campanas revolotea por doquier, sin importar la orografía del terreno (“por los llanos y los cerros”, verso 10).
La cuarta estrofa (versos 13 a 16) forma un periodo condicional en el que el verbo figura únicamente en la prótasis del verso 13 (“Si por siempre enmudecieran” -cuyo sujeto elíptico siguen siendo “las campanas”, cada vez más humanizadas, ahora gracias al verbo “enmudecer”, que en el contexto, aun significando “extinguirse un sonido”, desarrolla el de “perder el habla guardando silencio”). Y en cuanto a la apódosis, está formada por tres frases nominales de carácter exclamativo, ya que el verbo se ha elidido, y de hecho forman una nueva estructura paralelística, de acuerdo con el siguiente esquema: determinan exclamativo qué (A) + nombre (B) + complemento preposicional (C):
¡Qué (A1) tristeza (B1) en el aire y el cielo! (C1) (verso 14);
¡Qué (A2) silencio (B2) en la iglesia! (C2) (verso 15);
¡Qué (A3) extrañeza (B3) entre los muertos! (C3) (verso 16).
Obsérvese la progesión semántica “tristeza/aire y cielo”, “silencio/iglesia”, “extrañeza/muertos”. Porque las campanas siguen influyendo hasta en los muertos, que extrañarían su enmudecimiento.
Son muchos los escritores -y poetas- que han visto en las campanas una fuente de inspiración poética. Recordemos, por ejemplo, al poeta canario Tomás Morales (1884-1921) -nacido un año antes de la muerte de Rosalía de Castro -y cuya obra cumbre lleva por títulos “Las rosas de Hércules”, publicada en dos partes: 1919 y 1922- y su “Elogio de las campanas” (incluido en “Poemas de la Gloria, del Amor y del Mar, 1908), que tiene ciertas similitudes con el poema de la poetisa gallega:
https://rtvc.es/poema-de-tomas-morales-elogio-de-las-campanas/
Y nos llama la atención este sencillo poema de García Lorca, que por su brevedad reproducimos, y que implica un rotundo cambio de estilo:
CAMPANA (Bordón). “En la torre / amarilla, / dobla una campana. // Sobre el viento / amarillo, / se abren las campanadas. // En la torre / amarilla, / cesa la campana // El viento con el polvo, / hace proras de plata”. (“Gráfico de la petenera”, del Poema de cante jondo, 1931).
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