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Ambrosio Gallego
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AMOR MADURO BUSCA: Anatomía del vínculo feroz

Sobre “Amor maduro busca”, de Ambrosio Gallego (Ediciones Vitruvio. 2025)
jueves 13 de noviembre de 2025, 23:22h

La poesía amorosa contemporánea lleva décadas empantanada, atrapada entre dos alientos desfondados, agotando la paciencia de los más avezados lectores. Por un lado un sentimentalismo intimista que confunde la ternura con la blandura y el lirismo fácil con la verdad emocional. Por el otro, el soliloquio del poeta ensimismado, la voz inane que quiere hacer pasar una crisis de la mediana edad por tragedia metafísica de alcance universal. Ambos caminos convergen en un mismo punto: la evasión del conflicto real y la impostura de la belleza.

Amor maduro busca
Amor maduro busca

“Del amor sólo sé mintiendo”

En ese paisaje saturado de clichés y de versos sin aristas, Ambrosio Gallego nos entrega el filo límpido de “Amor maduro busca”. Un magnífico poemario que soslaya ambos caminos, con lucidez quirúrgica. El título -que evoca irónicamente las viejas secciones de contactos- actúa como una declaración de principios: no se trata de buscar el amor idealizado ni bálsamos para el alma, sino el contrato entre solitarios, el refugio mínimo, el consuelo del pacto carnal. Gallego indaga con ferocidad, en el amor auténtico, ese que es un territorio en donde la pasión y el desgaste conviven bajo el mismo techo, donde se mezclan el deseo y la conciencia del límite, la certeza del fin.

“Se marcharon del barrio sin sus novias/ una Semana Santa de hace siglos”

Gallego asume una premisa radical: escribir no del amor en abstracto, sino de la huella concreta. Practicar una autopsia del vínculo, abrir el cuerpo de la relación para examinar qué persiste cuando el mito se ha disuelto. De esa exploración no nace una exaltación romántica, sino un testimonio lúcido de supervivencia: la constatación de lo que el deseo deja tras de sí cuando ha perdido toda inocencia.

“Los encontraron muertos a los dos. Se confundían uno sobre el otro.”

En su escritura, la forma responde a una ética. Evitando cualquier tono melifluo o complaciente, Gallego opta por una poesía de aliento narrativo, de ritmo seco y frase exacta, donde el lirismo se combina con la contundencia del escrutinio. Esa elección -próxima al realismo sucio- le permite examinar los restos del amor sin sentimentalismo ni desahogo, con la precisión del que registra un hallazgo.

El verso se despoja de cualquier música superflua para ganar verdad.

“Pero ahórrate tus grandes frases contra la frescura del amor.”

Sus personajes no buscan redención sino persistir en su esencia emocional. Ejercen la pasión sin promesas, como un pacto de mutua necesidad entre dos soledades que ya se conocen demasiado para fingir inocencia. Son arqueólogos del cuerpo y de la memoria, atrapados entre el deseo y la fatiga. En este muestrario de historias, el amor no consuela ni salva, apenas constata que sigue vivo en nosotros, como un sentido más de la conciencia.

“Será el propio amor/quien se baste a sí mismo/para de nuevo convencernos”

Otra de las maniobras brillantes de Ambrosio Gallego es la profanación del léxico romántico. Sustituye las grandes frases de la lírica tradicional por un vocabulario de la vida contemporánea, trazando escenas sin lunas llenas ni ramos de rosas, sino con todo el inventario real de lo vivido: viagra, cubatas, jamón y vino en hoteles anónimos o en bares al fin de la noche. El resultado es una poesía que despoja al amor de su retórica y lo devuelve, sin filtros, a la crudeza del cuerpo y del tiempo.

Esta aproximación al amor vulgar, cotidiano, no es irónica, sino un acto de honestidad radical. El poeta rompe el espejo de la metáfora para obligar al lector a mirar la materia del deseo sin filtros. Lo sagrado del amor ahora se sitúa en la resistencia del cuerpo y en los lugares más humildes. Lo vulgar, lo risible, lo material se convierte en el último santuario de la humanidad.

El cénit de esa trascendencia física se alcanza en poemas como “Capaz de esclavo y dios”, donde el cuerpo amado se convierte en umbral de acceso a otro orden de cosas:

“Sólo ha sido el instante en que apretabas/ tus glúteos contra mí,/ en que crucé el primer río del mundo,/ sumergido y respirando/ por donde debería estar muerto.”

La unión erótica no aparece aquí como un gesto romántico, sino como una experiencia de revelación: un momento en el que el deseo se convierte en conocimiento y el otro en un espejo que nos devuelve nuestra imagen verdadera:

la de un ser hecho de opuestos, que puede ser débil y poderoso a la vez, “capaz de esclavo y dios”.

Ahí se condensa la fe que Gallego deposita en la fisicidad como forma de revelación. El cuerpo, no el alma, es el lugar donde se piensa, donde se cree y donde se sobrevive. Su eros maduro sustituye la espiritualidad imprecisa por una gnosis de la carne, un pensamiento encarnado que ilumina desde el límite y la experiencia.

“Más que hacer el amor, tal vez sea/ el amor quien los hace a ellos”

El libro funciona también como crónica de la desilusión contemporánea. Gallego no dramatiza la pérdida: la anota con la distancia de quien redacta un parte de guerra. Lo que se pone en escena no es la decadencia, sino una lucidez que no busca ni precisa de consuelo, la madurez de ese amor es la caída de la venda, la refutación del mito pero también la conquista de la mirada.

En “No es una camisa”, una mujer tiende la prenda de su amante ausente “como si un misterioso cuerpo permaneciese dentro”, y en ese gesto doméstico se condensa toda la simbología de la ausencia. “En Aprended esta fórmula de irse”, una pareja convierte el sexo y la embriaguez en rito de fuga, en consuelo ante la muerte. La escena es grotesca y sagrada a la vez: una comunión carnal en la que los amantes celebran su irrelevancia con una intensidad que desmiente toda resignación.

En “Hemos muerto tanto juntos”, el amor se revela como “el programa de nuestras propias ruinas”.

El autor domina el arte del cierre seco, esos finales que funcionan a la vez como epitafios y epifanías. En ellos, la emoción se intensifica para decir lo justo antes de extinguirse. La poesía deja de ser catarsis para convertirse en constatación, escrita desde una madurez que no celebra ni lamenta, sino que asume que quizá el amor ya no salva, pero sigue siendo necesario. Esa tensión entre el escepticismo y el deseo constituye la corriente subterránea del libro.

“Contigo no hace falta hablar de amor / si a tu conversación la lluvia acude”

Las escenas de Amor maduro busca tienen algo de parábolas, lo que confiere al conjunto una particular unidad expresiva. Hay en el libro una voz reconocible, áspera y nítida. Gallego observa y escribe desde el temblor, pero sin autocomplacencia ni sarcasmo. Su lenguaje, hecho de observación y herida, consigue una armonía precisa entre distancia y emoción. Raramente el deseo y la soledad son explicados con tanta claridad, sin expansión sentimental ni gesto trágico.

“lo mismo que una espigadora alegre en el verano/recoge el oro del dolor caído.”

En un panorama poético dominado por el yo hipertrofiado o la blandura sentimental, “Amor maduro busca” devuelve al poema su capacidad de decir la verdad sin adornos. Gallego no canta al amor: lo interroga hasta dejarlo sin aliento. Su brutal honestidad, su lenguaje tangible y su negativa a idealizar la experiencia lo sitúan entre las voces más necesarias del panorama literario actual. Lo que ofrece no es consuelo, sino lucidez.

“Solo pide recuerdos el amor/ y olvido la miseria.”

En su aparente crudeza, “Amor maduro busca” logra dotar de dignidad a la fragilidad humana. Es una elegía sin llanto, un manual de supervivencia para quienes ya no creen en la inocencia del deseo. Una obra que demuestra que, incluso en ruinas, el amor sigue siendo el único territorio donde la realidad de la carne se atreve a hablar sin medias tintas.

“Pero aquí están, juntos,/ dos extraños con sendos cuerpos/ y no se sabe qué amor.”

Biografía de Pedro Alcarria

Pedro Alcarria (Barcelona, 1975) es poeta, traductor y gestor cultural.
Es autor de los poemarios El dios de las cosas tal y como deberían ser (ArtGerust, 2013), Camada (Ediciones Vitruvio, 2021; segunda edición en 2024), el cual fue seleccionado como uno de los mejores poemarios de 2021 por la Asociación de Editores de Poesía, y París Berlín Roma (Ediciones Vitruvio, 2025).
Como traductor, ha realizado la primera versión al español de Las ciudades tentaculares de Émile Verhaeren (Ediciones Vitruvio, 2022) y una nueva versión de Las flores del Mal de Charles Baudelaire (Ediciones Vitruvio, 2023).
En septiembre de 2022, una selección de sus poemas apareció en el número 14 de la revista de creación literaria ENCLAVE, editada por la City University of New York (CUNY).
Ha colaborado con poemas, reseñas y entrevistas en revistas literarias como Zenda, República Digital, El coloquio de los perros, Alga y Casapaís (Uruguay). Fue coeditor del número 7 de la revista Tinta en la Medianoche (Ediciones Vitruvio, 2022) y ha participado en las antologías Cerca de Hierro. 59 voces y 5 miradas hacia José Hierro (Ediciones Vitruvio, 2022) y Radical 3: Recull Magnètic de Poetes (Editorial Promarex, 2024).
Desde 2022 coordina el Festival de Poesía que Ediciones Vitruvio organiza anualmente en Barcelona. También dirige el ciclo Diàlegs Poètics en colaboración con el Centre Cívic Can Deu, parte de la Xarxa de Centres Cívics de l’Ajuntament de Barcelona.
Desde 2017 colabora con Radio Castelldefels, donde participa en el programa cultural semanal Lou Reed ha muerto, coordina el espacio Poemas Regalados dedicado a la difusión de la poesía, y contribuye a la sección Píldoras culturales con entrevistas a poetas relevantes del ámbito nacional.

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