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Francisco Javier Expósito y Domingo Ródenas
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Francisco Javier Expósito y Domingo Ródenas (Foto: Javier Oliaga)

Una amistad ardiente en medio de la oscuridad, medio siglo de correspondencia inédita de Buero Vallejo y Vicente Soto

El magnífico epistolario de dos de los más grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 10 de noviembre de 2016, 18:29h

En el centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo, la Colección Obra Fundamental publica "Cartas boca arriba. Correspondencia (1954-2000)", la amistad inédita del dramaturgo con uno de nuestros escritores olvidados, Vicente Soto, la selección del epistolario ha corrido de la mano del profesor Domingo Ródenas. "He tenido que desechar la mitad de las cartas que se escribieron", señaló Ródenas en rueda de prensa.

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Domingo Ródenas
Domingo Ródenas (Foto: Javier Oliaga)


Más de doscientas cartas en casi medio siglo conforman este nuevo volumen dedicado a Antonio Buero Vallejo, sin duda uno de los grandes dramaturgos españoles, y a Vicente Soto, el que con certeza es una de las voces narrativas más olvidadas de nuestra literatura reciente. "Un olvidado que triunfó para ser olvidado", afirma Domingo Ródenas a propósito de la consecución del Premio Nadal de 1967 . Un friso literario y sentimental de lo pequeño y lo grande que aborda lo íntimo, lo humano, la política e historia de nuestro país. Una crónica de excepción que desvela material inédito imprescindible para comprender los entresijos literarios de la segunda mitad del siglo XX, de la mano de dos observadores intramuros y extramuros de España.

Cartas boca arriba. Correspondencia (1954-2000)”, de Antonio Buero Vallejo (Guadalajara 1916-Madrid 2000) y Vicente Soto (Valencia 1919-Madrid 2011) es el nuevo volumen de Colección Obra Fundamental, editado por Fundación Banco Santander. En el libro nos encontramos con dos universos totalmente distintos. "Son dos biografías cruzadas, enfrentadas", explica Domingo Ródenas. El epistolario cruzado nos va desvelando la vida de ambos escritores en primera persona, aunque Buero sospechaba un cierto control de su correspondencia y por eso le costaba sincerarse un poco más.

Se cumplen cien años del nacimiento del dramaturgo español más importante de la segunda mitad del siglo XX, Antonio Buero Vallejo, y en esta efeméride publicamos la correspondencia inédita y desconocida –un material inestimable- que durante casi cincuenta años mantuvo el autor teatral y dibujante con el escritor español exiliado Vicente Soto (1919-2011), uno de los novelistas y cuentistas más olvidados de nuestros manuales de literatura. Una amistad que se fue fraguando durante los años cuarenta y se fue ensanchando y fortaleciendo en el medio siglo posterior hasta su interrupción con la muerte del dramaturgo en el año 2000.

Sin duda se trata de una monumental correspondencia en la que el prologuista y compilador de esta obra, el profesor de la Universidad Pompeu Fabra, Domingo Ródenas, tuvo que hacer un trabajo imprescindible de criba para dar a luz este epistolario que registra a los autores y las personas, lo familiar y profesional, “sus logros y decepciones, y con ellos el fluir del acontecer colectivo, la posguerra terrible, los ciclos del franquismo y la plomiza atmósfera cultural que engendró, el final biológico de la dictadura, las convulsiones de la Transición y la consolidación de la democracia, o el olvido”.

A través de la intimidad de estas cartas se delinean dos carreras literarias distintas: la del dramaturgo consagrado en 1949 con Historia de una escalera, y la del otro narrador que ha de exiliarse a Londres, y al que el oficio de subsistir dificultó muchas veces la vocación de escritor, “ninguno de los dos amigos recorrió un camino de rosas, aunque hoy Buero figure inamoviblemente en la historia del mejor teatro español contemporáneo y Soto continúe en el purgatorio de quienes aguardan su restitución al lugar que le corresponde”. De hecho el King’s College celebrará en enero un homenaje al escritor valenciano, cuyo legado pasará a formar parte de este prestigioso colegio británico en un acto destinado a recuperar su memoria y su obra literaria.

“Es este un libro lleno de humanidad y literatura, de amistad y lecciones de vida en el que se dibuja casi medio siglo de nuestra historia”, comenta Francisco Javier Expósito Lorenzo, responsable de la Colección Obra Fundamental. “Era necesario sacar esta parte inédita de Buero que refleja su personalidad más íntima, y también hacer justicia a uno de nuestros escritores reciente más olvidados.”

Buero y Soto se conocieron en la tertulia del Café Lisboa de Madrid en 1946, donde se reunían artistas e intelectuales contrarios a la dictadura. Buero acababa de salir de la cárcel en libertad condicional, después de pasar casi siete años recluido como militante del Partido Comunista y de haberse librado milagrosamente de la condena a muerte que pesó sobre él durante ocho meses. Soto, por su parte, había llegado a Madrid desde su Valencia natal, de donde había tenido que marcharse debido al acoso al que lo sometían las autoridades franquistas por su pasado republicano y su oposición al nuevo régimen. Desde su primer encuentro, en el que Buero y Soto establecieron una inmediata sintonía literaria, política y emocional, surgió una amistad entrañable que duró toda la vida y quedó reflejada a lo largo de medio siglo de correspondencia.

Pese a las circunstancias adversas, ambos iniciaron su carrera literaria a finales de los años cuarenta. Soto publicó en 1948 el magnífico libro de relatos Vidas humildes, cuentos humildes; Buero irrumpió en la escena nacional en 1949 al recibir el Premio Lope de Vega por Historia de una escalera que se estrenó en el Teatro Español de Madrid en octubre del mismo año con un éxito extraordinario. Curiosamente, aquel primer triunfo había unido ya a los dos, porque fue Vicente Soto quien mecanografió, al dictado de Buero —y quizá en diálogo creativo— el manuscrito de Historia de una escalera que se presentó al premio. Desde entonces, las carreras literarias de ambos fueron desarrollándose con la complicidad del otro, compartiendo satisfacciones y reveses como si fueran propios, intercambiando opiniones y proyectos, en una conversación epistolar permanente y mutuamente enriquecedora que trascendió lo profesional hasta abarcar todos los aspectos del vivir cotidiano.

En estas cartas podemos encontrar a un Buero desconocido, alegre, vital, interesado en las filosofías orientales, practicante de yoga hasta el punto de dibujar asanas en algunas de las cartas, la ufología, y un pesimismo esperanzado casi de escribir “pugnando contra su pereza, padeciendo el texto desde su génesis…poseído en los primeros compases de cada obra por la inseguridad, y asediado por el desaliento”, afirma Ródenas. Mientras, descubrimos a un Soto que nada tiene que ver con la imagen seria y reservada que se ofreció de él tras ganar el Premio Nadal en 1967 con La zancada, “un hombre sensible y vital, una mezcla perfecta de estoico y epicúreo que traduce su capacidad de resistencia y su hedonismo levantino en un estilo jugoso, lleno de ocurrencias chispeantes...un ingenio de vivencia cotidiana y habla oral”. Sin duda son para Ródenas, “dos vidas que ilustran el vivir y sinvivir de la España de la segunda mitad del siglo XX…dos perdedores de la guerra que confiaron en que algún día volverían las luces democráticas”.

El epistolario arranca con la carta del cinco de diciembre de 1954, escrita a poco más de tres meses de la llegada de Soto a Londres, donde tuvo que exiliarse y residiría hasta su muerte. La última y estremecedora carta es del 30 de abril de 2000, un día después del fallecimiento de Buero. De las casi 400 cartas que conforman el epistolario inédito, se han seleccionado para su publicación 201 que trazan la trayectoria de un intenso y a ratos apasionado intercambio sobre el arte, la literatura, el devenir histórico y la vida, un diálogo entre dos de las mentes más lúcidas de las letras españolas del siglo XX. La precaución ante el aparato represivo del franquismo hizo que la incondicional oposición a la dictadura de ambos estuviera casi ausente en las cartas anteriores a 1975, aunque a menudo las omisiones son elocuentes y es fácil leer entrelíneas. No faltan, en cambio, menciones explícitas a acontecimientos internacionales como, por ejemplo, los asesinatos de John F. Kennedy en 1963 o Martin Luther King en 1968.

Las cartas se dividen en cinco apartados: Distancias insalvables (1954-1963), Deshielos (1964-1968), Triunfos y desalientos (1969-1975), Zona de turbulencias (1976-1985), La vida fuera (1986-2000).

Frases que podrían ser de hoy mismo, va una muestra. Dice Buero en 1968, “la TV transmite ahora el triunfo de Massiel en Londres. Mientras la masonería de la frivolidad envuelve así en ficticia dulzura al mundo de asesinos en que vivimos. Lutero King se pudre y todos nos pudrimos con él” o “escribir, crear, confiar, mientras suspiramos con melancolía porque el planeta nos desconoce y juega al fútbol”. O esta otra de 1966 animando a Soto, “la vida es trágica pero es esperanzada. Y la esperanza no es una engañifa: es la culminación lúcida de lo trágico”. O esta de Soto, “en lo que nos parece liberación se esconde a menudo el comienzo de nuestra destrucción”, le dice en ese mismo año 1966. “Porque yo quiero a mis hijos de una manera intolerable, absorbente, absolutamente desquiciada; y cualquier cosa antes que separarme de ellos. Eso es todo”, le confiesa a Buero en 1965.

Buero cosechó un merecido reconocimiento por su fundamental aportación al teatro español del siglo XX que culminó con la concesión del Premio Cervantes en 1986. Afincado en Londres y lejos de las turbulencias de los corros literarios en su país natal, Soto, ganador de varios premios literarios, incluido el Nadal de 1967 por su novela La zancada, falleció en setiembre de 2011, sin dejar de escribir, prácticamente en el anonimato.

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