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Leonard Cohen
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Leonard Cohen

Querría haber sido Leonard Cohen (justo ese día)

Leonard Cohen se va a descansar al Olimpo de las Letras. Fue Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011

Por Matías Escalera Cordero
viernes 11 de noviembre de 2016, 19:17h

Recuerdo que primero me lo contaron; pero, luego, lo vi con mis propios ojos; en realidad, lo he visto decenas de veces. Y, cada vez que lo veo, me embarga el mismo deseo… Oh, Dios, cómo querría haber sido, cómo quería ser aún hoy aquel Leonard Cohen de aquel lejano día de finales de agosto en la Isla de Wight.

Fue el verano del setenta, yo tenía catorce años y acababa de descubrir, como quien dice, el mundo; acababa de darme cuenta de que el mundo era mucho más grande que mi barrio, junto al Puente de Toledo y al estadio del Atleti, en Madrid; mucho más grande incluso que Madrid entero, y, desde luego, más grande, mucho más, que esa España extraña y rara en la que un viejecito con voz de pito verbenero nos hablaba de vez en cuando por la tele. Acababa de descubrir la inmensidad del mundo que me rodeaba y, en gran medida, había hecho ese descubrimiento por la música.

Recuerdo cómo nos reuníamos para escuchar los viejos discos que conseguíamos o que nos dejaban los hermanos mayores; era una auténtica experiencia religiosa… En silencio, y a oscuras, la mayor parte de las veces, y al borde del éxtasis, siempre… En una lengua, además, que no entendíamos, pero que, por eso mismo, daba a nuestra imaginación una libertad irrefrenable… ¡Qué decepción, de mayores, cuando entendimos las letras de algunas de aquellas canciones!... ¡Qué tonterías decían en comparación con los bellísimos y extraordinarios poemas que habíamos imaginado nosotros!...

No estuve en la Isla de Wight, claro; pero ahora sé que, como imaginé las letras de tantas canciones, también estuve allí de verdad, sí, estuve allí ese día y vi a Leonard Cohen cuando impuso silencio al caos; cuando solo tenía su voz y su música para hacerlo, y lo hizo.

Primero me lo contaron; pero, luego, lo vi; lo he visto decenas de veces y cuando lo veo allí solo con su voz y su música poniendo orden en el caos, quiero ser él, el amo de la noche en la Isla de Wight.

Así que, cuando alguien duda del poder de la voz y de la música, pienso en él y lo veo allí tan tranquilo, tan sereno, medio adormilado aún, con su guitarra y sus canciones casi susurradas, y al personal desmadrado y borracho, que presa del embrujo y domado por la suavidad de su melodía, calla y otorga un orden nuevo y un silencio emocionado en medio de todo aquel caos.

Después de Jimi Hendrix no era nada fácil la cosa… Eran las cuatro de la madrugada y allí estaban los más de medio millón de jóvenes, peregrinos del exceso, desparramados; se habían quedado sin cerillas prendiendo fuego a todo lo que ardiese; se habían quedado sin botellas, pues las habían lanzado todas al escenario… No, no era una tarea fácil para un poeta con una simple guitarra acústica en las manos, a las cuatro de la madrugada, en medio de aquel caos y del exceso, acompañado solo por una pequeña banda de músicos de apoyo, instaurar el orden y la armonía. Y, sin embargo, el joven, ya viejo, Leonard hizo de aquella madrugada del verano del setenta, en la isla de Wight, una de las actuaciones más asombrosas y mágicas que se recuerdan; él solo, con su voz pausada y tranquila, con sus versos y su guitarra…
Oh, Dios, cómo he anhelado vivir ese prodigio.

Pero ¿cómo lo hizo…? Cómo transformó todo aquel caos en esa pura armonía, aún me lo pregunto, y se lo preguntan todos los que lo vivieron, de vez en cuando…
Y es en esos momentos, como en este mismo instante en el que lo rememoro todo, de nuevo, para ti, cuando me asalta, una vez más, el deseo de haber sido él en ese instante… Aunque inmediatamente me digo a mí mismo: … Oh, colega, naciste tarde y te falta la música…

Pero, aun así, ¿sabes?, muy dentro de mí, mientras resuenan los primeros acordes de Suzanne, unas veces, o de Like a Bird On the Wire, no desespero del todo; e imagino una oportunidad semejante para mí.

Ya de mayor, he visto al viejo Leonard varias veces subido a un escenario y desgranando, con esa elegancia suya, sus canciones; con esa voz grave e inconfundible… Sin embargo, mientras le escucho frente a esos auditorios ya domados por la costumbre y por la industria, cierro los ojos y le veo, otra vez, joven y tranquilo imponiéndose al caos en la isla de Wight un lejano día de verano, cuando yo estaba aún descubriendo la inconmensurable dimensión del mundo.

Ahora, querido Leonard, que sé cómo es el mundo, y su verdadera dimensión, entiendo lo que nos dijiste entonces sobre nuestra pequeñez… Sí, somos todavía una nación débil y pequeña, la de los soñadores… Aunque, un día, esta isla/tierra será nuestra, como vaticinaste, pero se necesitarán muchas cerillas para que eso sea así, y tú lo sabías; por eso nos las pedías con tanta insistencia… Ahora lo entiendo, por fin, lo entiendo, querido Leonard, domador del caos.

Publicado en la antología Ulises en la isla de Wight (Playa de Ákaba, 2016)

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