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Víctor del Árbol
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Entrevista a Víctor del Árbol, autor de “Un millón de gotas”

“Quería escribir sobre la manera en que inventamos los mitos”

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Con “Un millón de gotas” ya son cinco las novelas escritas por el autor barcelonés Víctor del Árbol, aunque una de ellas permanece en el limbo sin publicarse. Su anterior novela negra “Respirar por la herida”, tuvo un notable éxito, al igual que “La tristeza del samurái”, sobre todo en Francia, donde se ha convertido en un escritor muy popular. Además, ha conseguido que sus obras se tradujesen a 12 idiomas.

 (Foto: Javier Velasco)
(Foto: Javier Velasco)

Un millón de gotas es un cruce de caminos entre muchos géneros, novela negra, novela histórica, novela de amor, thriller con un denominador común: la venganza. Con ella, ha conseguido que le fichase una de las grandes editoriales, ediciones Destino, con lo que va a ser ser mucho más conocido y tener mayor repercusión, aunque la editorial Alrevés hizo una gran apuesta por él y por todos sus autores. En la entrevista, Víctor del Árbol nos desentraña todas sus motivaciones para componer esta gran obra.

En las hojas publicitarias catalogan a “Un millón de gotas” como un thriller. Pero en la novela hay más géneros, negra, histórica… ¿En qué género encuadraría su novela?
En mi opinión, los géneros no son un corsé sino un mecanismo útil para acercarse a la historia que deseo contar desde diferentes prismas. Un millón de gotas es una novela mundo con diferentes lecturas, donde utilizo la tensión narrativa, desde luego, pero que está fundamentada en la construcción poliédrica de los personajes. Son ellos los que al desenvolverse hacen crecer la trama. Mezcla de novela histórica, de thriller, novela negra; una novela mestiza, un cruce de caminos.

¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
Quería escribir sobre la manera en que inventamos los mitos, los héroes que cada tiempo y cada época engendra como los baluartes de una memoria que, muchas veces es una mera invención. Además me interesaba ese proceso mediante el cual descubrimos quiénes eran nuestros padres antes de ser nuestros padres; es increíble descubrir que las personas que te engendraron fueron jóvenes una vez, que tuvieron sus luchas, sus victorias y sus derrotas. Todo ello, la incomprensión entre padres e hijos, las viejas historias de amor guardadas en el cajón del olvido, ambientado en un tiempo de grandes utopías como fue la primera mitad del siglo XX

Hasta ahora habíamos conocido los padecimientos de los divisionarios después de la Segunda Guerra Mundial, pero nada sabíamos de ese periodo estalinista. ¿Cómo descubrió el tema de Názino?
Tenía muy avanzada la historia del protagonista, Gonzalo y la relación difícil con su hijo adolescente, Javier. Sabía que Gonzalo vivía bajo el peso de la sombra de su padre, Elías, al que todos consideran un héroe comunista en la lucha contra Franco. Pero me faltaba la vivencia traumática, increíble de Elías. La buscaba, y un amigo librero, Alfonso, me habló de esta isla y de la increíble historia que había descubierto y me dijo: “esto solo te atreves a contarlo tú”. Y me atreví, aunque me ha costado muchísimo. Es una historia dramática, los primeros ensayos del Gulag del que décadas más tarde hablará Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag, abriendo los ojos al mundo de lo que fue la represión estalinista.

Sus novelas están llenas de violencia, ¿son un reflejo de la vida o de la mente enferma y desvariada de un escritor?
Yo creo que tengo mi dosis justa de neurosis como todo el mundo (eso decía Woody Allen). Lo cierto es que la violencia como recurso efectista no me interesa en absoluto. Puede provocarnos una reacción inmediata pero es superficial y pronto se olvida o se trivializa. Basta mirar las escenas diarias en los telediarios, nos repulsan y las dejamos en cuanto apagamos el televisor. La violencia que me interesa es la cotidiana, el mal cotidiano, el daño que nace de nuestro interior. El que podemos sufrir y causar sin ser verdaderos monstruos. No me atraen los psicópatas, me inquieta la maldad del día a día. Por eso la exploro.

¿Cómo puede haber tanta violencia en el mundo y no sólo en tiempo de guerras?
En esencia, somos seres asustadizos; seguimos corriendo en la noche con una antorcha huyendo de los rugidos de la oscuridad, desde el principio de los tiempos. Hemos aprendido a dominar ese miedo, nos hemos civilizado, pero seguimos notando en la nuca el peligro; y un hombre asustado es como un perro acorralado: se revuelve, ataca, muerde y huye. Defendemos nuestro territorio (real o ideológico, familiar, laboral) contra cualquier amenaza que podamos sentir, sea real o ficticia (en sociedades traumatizadas es común necesitar enemigos contra los que revolverse). Hemos vencido, somos los depredadores, ya no hay lobos que puedan dañarnos. Ahora los lobos somos nosotros, y a veces nos convertimos en presas. Esto está muy presente en Un millón de gotas: el verdugo que se convierte en víctima. El cazador que se convierte en presa.

¿El haber sido integrante de los Mossos d'esquadra le ha hecho ver el lado tenebroso de la vida?
Y también el más potente. Las historias de dignidad personal, de verdadero heroísmo (el cotidiano), la capacidad de amor que tienen incluso los seres más insospechados. Todo, lo mejor y lo peor emerge cuando estamos al borde del abismo. En cualquier caso, mi trabajo me ha enseñado a observar, a entender y a no precipitarme haciendo juicios de valor basados en la moral o en la ética. Los grises nos definen mejor como seres que los blancos o los negros. Basculamos en un incierto equilibrio.

Hay pasajes de nuestra historia que se han querido olvidar. ¿Se traiciona nuestra memoria con el olvido?
Definitivamente, sí. Me entristece esa tendencia cada vez más presente que tiende al relativismo histórico, a la generalidad, a vulgarizar lo que pasó en nuestra guerra Civil y después, sobre todo en los campos de concentración del Sur de Francia. Poca gente recuerda, sabe, o quiere recordar, que entre diciembre de 1938 y febrero de 1939 medio millón de españoles perdieron su tierra, su pasado y fueron empujados al mayor éxodo que Europa Occidental había conocido hasta entonces. He tenido el honor de poder ser testigo de decenas de testimonios orales, y creo que les debo a estas personas respeto por su odisea. Sus hijos, sus nietos, nosotros, no podemos ni debemos permitir que con ellos muera una parte primordial de nuestra Historia. Otro tanto vale para los hechos que se narran sobre la revolución de mayo del 37 en Barcelona. Caer en maniqueísmos es desvirtuar lo que sucedió y faltar al respeto a las personas que en aquellos años perdieron la vida por algo en lo que creían.

¿Es su novela un reconocimiento a los damnificados de las grandes ideologías?
Así lo he querido trasmitir. Como se dice en cierto párrafo de la novela: “el daño no te lo ha hecho la ideología, te lo han hecho los hombres que la traicionaron” Brech escribió que la Utopía es aquello que se persigue sin ser nunca alcanzada. La pregunta es ¿por qué perseguir lo que nunca podremos obtener? Para avanzar, siempre, a toda costa. Gracias a personas así logramos avanzar en nuestros derechos, en igualdad, en calidad de vida. Ahora, que vemos retroceder tantos logros que creíamos adquiridos de por vida, quizá aprendemos a valorar mejor aquel primer gesto de plantarse y decir “basta”. Puede que los ideales se conviertan en fracasos, como es el caso. Pero el hombre que sueña nunca fracasa. Solo sigue avanzando.

Como en su anterior novela, “Respirar por la herida”, la venganza es el leit motiv de la obra. ¿Por qué le interesa tanto esta condición humana?
No es el único tema, diría que esta vez ni siquiera es el tema principal. El gran tema de Un millón de gotas, y así lo creo firmemente es el amor. El amor capaz de sobrevivir a todo, ese amor que se idealiza y se convierte en la única ropa con la que abrigarse cuando llega el frío de la vejez y la derrota. La venganza está presente, como la amistad, como la fragilidad, como el silencio. Me interesa porque forma parte de nosotros, porque es una forma que algunos invocan como Justicia cuando la Justicia no existe.

Sus personajes son perdedores y ninguno es totalmente bueno, ni totalmente malo, salvo Ígor Stern, ¿por qué los conforma así?
Porque no creo en los santos ni en los demonios. Porque pienso que en circunstancias determinadas somos capaces de descubrir a cualquiera de los hombres o mujeres que viven dentro de nosotros. En circunstancias normales pasaremos toda nuestra vida sin verlos, pero a veces, como en esta novela, afloran con todo su peso, luchan por adueñarse de la realidad. Y de esa lucha nacemos tal cuál somos. Pura contradicción.

“El verdadero héroe no sabe que lo es”

Casi todos sus personajes se mueven en la mediocridad, pero muchos han sido o son héroes. ¿Por qué hace moverse a sus personajes entre estas cualidades tan contrapuestas y distantes?
Porque el verdadero héroe no sabe que lo es. No se construye con la mitología, no lo crean los historiadores ni los Estados. El verdadero héroe camina con la sensación de que es frágil pero que debe vencer su miedo, su fragilidad para salvar lo que ama: su libertad, su hijo, su esposa o sencillamente, su pellejo.

¿Hay que ser héroe para sobrevivir a la vida de hoy en día?
Hay que ser valiente para atreverse a vivir la propia vida. ¿Qué acto mayor de heroísmo hay que luchar por ser uno mismo? Yo creo que ninguno.

La corrupción es otro tema que suele tratar. ¿Se puede escribir en obras de ficción lo que no nos atrevemos a escribir en los periódicos?
La ficción, cuando es intertextual, tiene diferentes capas de lectura. El lector puede elegir qué puertas que yo le ofrezco atravesar y cuáles mantener cerradas. A diferencia de la realidad, que es confusa y procelosa, la ficción ofrece un discurso coherente de lo que no lo es: tiene un planteamiento, un nudo y un desenlace. Así logra ser más visual y más cierta que la realidad propia.

¿La verdad es sencilla? ¿Hay verdades universales?
Lo dice Nietzsche en el Ocaso de los ídolos y yo lo parafraseo: La verdad es sencilla ¿No es eso una mentira al cuadrado? La verdad siempre se escribe con minúsculas, excepto cuando nos acercamos a la Gran Verdad: la de que nacemos, y el precio que pagamos por ello es muy alto: morir.

De todos los personajes que aparecen en la novela. ¿Cuál es su favorito? ¿A quién admira?
Me fascina Irina. Sigo viéndola aún después de terminar la novela. La veo en el Obi y pienso que aún quiero ir a buscarla, llevarla a casa, dejar que Elías la abrace. Admiro al joven Siaka, me pregunto cómo ha sobrevivido a todo lo que le pasa sin perder la Humanidad, canalla con dignidad, nunca se ha rendido a los monstruos ni se ha convertido en uno de ellos. Laura es extraordinaria, la entiendo, entiendo su ira, su lucha, su confusión. Gonzalo somos todos un poco, luchando por sacudirnos el peso que otros nos echaron encima, tratando de enfundarse la cazadora de aviador de su madre y remontar, esta vez sí, el vuelo con sus propias alas.

Cuando ideó la novela, ¿sabía cómo iba a acabar?
Sí. Cada personaje caminaba hacia su destino. Habrá quien llame a eso azar, pero yo no creo en tal cosa.

Mientras escribía la novela, ¿ha crecido algún personaje que en un principio no tenía pensado que tuviese relevancia?
Me ha sorprendido la presencia que acaba teniendo el viejo Alcázar. Su bigote de morsa tenía que entrar y salir, pero se fue adueñando de espacios que no le pertenecían.

¿Cuál de ese millón de gotas es el que hace rebosar el vaso de la paciencia?
La estupidez disfrazada de verdad absoluta. La tontería elevada a categoría de sabiduría. Los gurús, los profetas del nihilismo y la resignación. Nunca le pises la cola a un perro, repito. Aunque tenga miedo, también tiene dientes.

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