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Salón de lectura

"Barro del paraíso", de Alfredo Pérez Alencart

Ed. Arspoética (2019)
Por José Antonio Santano
miércoles 18 de septiembre de 2019, 18:02h
Barro del paraíso
Barro del paraíso
No es fácil adentrarse en el territorio de la poesía. Necesita de un esfuerzo que muy pocos están dispuestos a afrontar. Esa continua lucha con las palabras y su significado, su simbología y la interiorización del discurso poético no está entre las aspiraciones o anhelos de la mayoría de los seres humanos. Pero hay que decir, por el contrario, que la minoría que sustenta y participa de la creación poética es suficiente para que esta no desaparezca, para que la esperanza sea esa luz que siga iluminando el horizonte

Y, sin duda, la poesía es esa luminaria inextinguible que nos hace expresarnos a través de la palabra en comunión perfecta con el pensamiento y la experiencia vital individualizada y colectiva. De toda esa amalgama de elementos interconectados nace la necesidad de comunicar, comunicarse los unos con los otros, y de esa relación surge, por decirlo de alguna manera, la humana mística de la interiorización del Amor, en su más amplio sentido, al prójimo, al otro, en lo absoluto. Mucho tiene que ver con lo dicho la última entrega poética del peruano-español Alfredo Pérez Alencart, “Barro del Paraíso”, notable edición con magníficas ilustraciones de portada e interior del pintor y profesor universitario Miguel Elías.

La mirada del poeta sigue siendo limpia y abarcadora. Desde la serena contemplación y la experiencia de lo vivido, en esta ocasión el poeta desnuda su espiritualidad, interioriza y reflexiona en su condición de hombre religioso, creyente de lo sobrenatural por ser lo sobrenatural tan mistérico y desconocido que el poeta no puede sino indagar y adentrarse en ese universo donde lo absoluto es ensueño, vida nueva. La celebración del Amor es una constante en la poesía de Pérez Alencart, y siempre está alerta para defenderse de los embaucadores y fariseos de la palabra, de los poderosos y tiranos. Por el contrario, siempre hallamos al poeta junto a los humildes, los exiliados, cercano a los que sufren, a los vencidos, dispuesto siempre al fraternal abrazo.

Es tal su humanidad que uno no puede sino sentir las brasas de su palabra continuamente, también, como no podía ser de otra forma, en este libro Alencart nos ofrece su penetrante y moldeada palabra, como si del mismo barro se tratara. El barro es aquí símbolo de vida, y así vivir ha de ser siempre esa continuada lucha por alcanzar el Paraíso –su Paraíso-, al que nos invita desde la primera página que abre el libro: «Barro del Paraíso con espíritu del Gólgota soy, / y perdono lo que hacen y perdono / lo que me harán». Entregado en plenitud a la poesía, Pérez Alencart ha construido en estos últimos años una obra sincera y extensa, que nos atrapa tanto en su plano estético como ético, y que no deja indiferente al lector. Su capacidad de observación e interpretación de la realidad es tal que consigue siempre transformarla en un juego de seducción notable.

El poemario que ahora comentamos, “Barro del Paraíso”, es una nueva apuesta por la espiritualidad y en este sentido, también un reto que ahonda en lo sagrado, en la divinidad y en la esperanza de que a través del Amor pueda el hombre transformar el mundo. El poeta se ofrece así al mundo, desnudo y honesto, solidario y justo, porque su anhelo es el Paraíso, su libertad también: «Alguien de uñas frías pretende arañar mi paz / y esconderla en un ventisquero de contiendas. / Pero yo no vendo mi corazón para otros vuelos / ni látigo alguno me hace decir sí cuando me niego.». Pérez Alencart no quiere pasar la ocasión de ofrecerse en su esencia espiritual, tal y como lo hicieran Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, en su entrega al Amado renace la esperanza, se afianza la fe y el amor al prójimo como elemento aglutinador del ser.

Esa es la clave de este libro que nos deja versos tan abrasadores como estos: «…Yo / pertenezco al Amado: su ejemplo me destetó ya maduro / y sudo en pleno invierno y desde mi pecho dejo ver / la brasa de la resurrección. Ningún silencio en la hora / infinita, ninguna nieve enfriándome el alma. // A mí no me quemarán en sus hogueras, señores / patriarcas del albañal, señorones que nunca sintieron / el fogonazo de Dios. Los recuerdo de antes, pavoneándose / amparados por el sobreentendido terror al Senedrín / o al Santo Oficio.». El poeta no es aquí sino un hombre dolorido y deslumbrado por la fe y el Amor, convencido que su prédica solo puede beneficiar a los hombres, pues es tal su generosidad, también su misericordia, que no cabe en él más grandeza que la entrega a los demás en su bondad infinita. Nos dice Alfredo Pérez Alencart: «La única brújula es el Amor enhebrado / al misterio de la amistad, a la comunión del sentimiento, / a las despiertas pupilas de un linaje que nos consagra / a buscar certezas en la inolvidable cruz del calvario.».

Es esta una manera de expresar su espiritualidad, de interiorizar en el gran silencio de la soledad para sembrar la semilla del Amor que vive en el poeta a través del Dios y que comparte con su prójimo: «…Cambiemos la mirada para ver / la urgencia del otro. Acoger es otra forma de Amar, / aunque no se ganen todas las batallas. //…Hay que cambiar la mirada. / No todo es hermoso, es cierto, pero se debe ayudar / al que llega, al que enferma, al que se marcha, al que sufre.». Este es el poeta y esta su poesía, cargada de humanismo y fraternidad sin límite, lo que bien pudiera resumirse así: «Lo que suma no es cantar victorias con monedas: basta darle un apretón de manos a la esperanza / para que nazca un camino / injertado al espíritu mismo del hombre».

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