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Peter Handke: "Ensayo sobre el lugar silencioso"

Alianza, Madrid, 2015

Por Ricardo Martínez
lunes 14 de octubre de 2019, 03:04h
Ensayo sobre el Lugar silencioso
Ensayo sobre el Lugar silencioso

Hay una parte en la obra de este prolífico autor que, a mi entender, reviste un interés más relevante por cuanto añade a su trabajo ordenado, efectivo en el lenguaje, con indudables dotes para la capacidad gráfica en lo narrado, el apartado del pensamiento, de la reflexión, ya sea ésta acerca de un tema concreto –es notorio el caso de su ‘implicación’ en la consideración del enemigo en la guerra de los Balcanes- ya sea en torno a la escritura misma. Un ejercicio éste que, además, por no frecuente entre los escritores, le añade interés, curiosidad y riqueza significativa. Por no hablar de su muy loable labor como aforista; una especie de aforismos del camino, del reparar minucioso en el ejercicio de la vida como tal.

Resultaría, creo, oportuno señalar además que no solo es el trasfondo mismo del reflexionar lo que importa en sus escritos sino, sobre todo, la forma demorada y sugestiva en que lo hace, lo que produce en el lector una sensación de convocatoria, de participación, que le convierte en un elemento activo más o menos explícito dentro de lo narrado. Y al tiempo dota al texto de una gran capacidad de relación: “Pero, por otra parte, ¿cómo podía ser que, siendo como era el silencio del lugar una bendición, el efecto del silencio fuera, no obstante, más intenso cuando iba acompañado por ruidos del mundo exterior, del viento, de un río que pasaba por delante la ventana, de trenes…”

En realidad el necesario punto del silencio que el autor necesita es el que marca la soledad, el escenario inexcusable para reparar, para meditar en lo nuevo, lo distinto, lo extraño; los materiales con que el escritor –todo escritor- juega como ejercicio necesario de explicación, de conocimiento. Y ese punto, ese lugar, puede tener la ubicación más inesperada: “¡Nada como ir hacia allí!, al Lugar Silencioso; la cosa podría llegar a ser de otra manera, la univocidad podía transformarse en plurivocidad. Y además era verdad también que el hecho de cerrar la puerta del servicio fuera una sola cosa con un gran suspiro: ¡Al fin solo!”

De alguna manera todo gira en torno a la soledad del escritor (recuérdese el carácter introspectivo de aquel título tan celebrado en la obra de Handke: ‘La tarde de un escritor’) y, en ello, radica el contenido de una obra que, reparando con detalle y precisión en formas, en suposiciones, con ayuda de la realidad y la imaginación, va creando para nosotros, lectores, el paisaje de la libertad, va desgranando los elementos del conjunto de esa larga aventura que es la vida cuyo contenido, al fin, siempre nos sorprenderá.

De ahí el alimento que exige la curiosidad y la inteligencia: el afán permanente por leer, por indagar, por dejarse llevar en la brillante digresión de un escritor que nos hace digna compañía en ese proceloso camino cuyo final casi siempre desconocemos, tal como la fría precisión de la biología suele reclamar para sí.

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