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SALA DE LECTURA

Poesía Aragonesa (II)

Por José Antonio Santano
lunes 16 de marzo de 2020, 22:00h
Poesía aragonesa II
Poesía aragonesa II
Tal y como había dicho en la primera entrega sobre la poesía que hoy se escribe en tierras de Aragón, continuamos con siete libritos más, menores solo por su tamaño, pero no por su contenido. Sigue esta segunda entrega la estela de la primera en cuanto a la importancia de los autores que reseñamos y de la editorial que publica los textos, Olifante, en esta ocasión a través de su colección “Papeles del Trasmoz”.

Es la poesía aragonesa actual un oasis entre tanta otra banal y plana, que deja al lector indiferente, cosa que no pasa con los poetas y las poetas que a continuación iremos citando. Al menos la poesía aragonesa objeto de atención determina una reflexión continua, un pensar incesante hasta construir un discurso poético dinámico y diferente de la poesía hegemónica actual. Ahondan estos poetas en el conocimiento y la emoción, produciéndose así aquello que nuestra María Zambrano llamó el “temblor” necesario de toda la poesía que así se precie, como sucede con este ramillete de poetas que hoy traigo a este escaparate.

Con un generoso prólogo de la también poeta Inés Ramón, la propuesta de Juan Alonso (Zaragoza, 1964) toma por título “Oniros” palabra que en la mitología griega representa las personificaciones del sueño. Pero también y según su prologuista los “instrumentos estéticos de que se vale su autor son dos: el humor y la ironía”. Añade Mariano Anós (Zaragoza, 1945) a esta poesía aragonesa que se escribe hoy, rigor y coherencias, contundencia expresiva que se constata en sus determinantes versos de arte menor, que convierte en excelencia, en una suerte de mística humanista: «Al despierto le sobra / la espuma del sueño. / Calcula el hueso, / lo que perdió, la fábrica / de humo dibujada / por mano ardiendo. / La noche calla. Música». Nos presenta Mikel Arilla (Tudela, 1987) su ópera prima “En la ciudad sin mar”, con prólogo de José Javier Alfaro Calvo quien nos adelanta que «Mikel Arilla nos acerca muchas de sus inquietudes y cosmovisiones». Y así es, en esta su primera obra poética Arilla, en esa búsqueda por una voz personal e intransferible bucea en la cotidianidad para engrandecerla con la palabra en un tiempo que se escapa, que huye o se esconde en los silencios: «Un lugar sin pasado. / Una luz cincelada / con la arenisca de la ciega Historia. / Y apareciste sola y envuelta al mismo / tiempo».

La poeta Julia Piera (Madrid, 1970) es una de las voces más interesantes del panorama poético español. En este corto pero suculento poemario Piera nos propo,ne un viaje a la poesía, esa que agita y proporciona un continuo despertar de los sentidos, de la emoción, con sus versos nos obsequia, como estos pertenecientes al poema “Y abre un texto”, dedicado a la poeta malagueña María Victoria Atencia: «Unos acordes de guitara clásica, suaves / y precisos, se escuchan en la cubierta del / transatlántico. Subimos la escalera atraídas / por la música. Las notas huelen a mar, / a viento, a sales. Acariciamos el perfil / de las caracolas, las olivinas que la poeta / consagrada nos entrega en su diminuto / estuche de coral. Refulgen». De Colombia nos llega la voz de Lilián Pallares (Barranquete, 1976), que recibiera en 2017 la XIV distinción Poetas de Otros Mundos y concedida por el Fondo Poético Internacional. “Bestial” es el título de su obra y una muestra singular, y de la fuerza con que escribe esta poeta colombiana, los siguientes versos: «-Siempre estaré contigo- / dijiste mientras cruzabas aquel / pasadizo de sombras. / Tu voz me hablaba, / yo a ciegas la seguía, / como quien persigue un astro / en la soledad del desierto».

Y para concluir este viaje a la poesía aragonesa o publicada en Aragón, regresamos con la voz del poeta zaragozano Mariano Zaro, con un texto que titula “Padre Tierra. Poema en 28 fragmentos”. La obra de Zaro está escrita en lengua castellana e inglés, ha sido incluidos en antologías tales commo Monster Verse, Wide Awake o The Coiled Serpentregre, además de ser profesor de español en Rio Hondo Community College (California). En este regreso a la tierra “padre” Zaro nos devuelve los aromas y la palabra que aún tiembla en los senderos de la luz y los árboles, de la casa primigenia, de los objetos, de la vida: «Cañas y árboles tiemblan, / Padre. Tú nunca dices árboles, / dices cerezo, abedul, manzano, / roble, castaño. // Cada árbol / tiene su nombre / y su pena / como los hijos». He querido dejar para el final a quien es autora del libro “Una carta de amor como un disparo. Moncayo. Moncayo”, Trinidad Ruiz Marcellán, y también responsable de este proyecto editorial que ya ha cumplido 40 años de vida bajo la tutela y esmerado cuidado de su persona.

No obstante, solo escribiré de ella como poeta, aunque conviene antes decir que fue, con Marcelo Reyes fundadora y directora de los Festivales Internacionales de Poesía Moncayo y el Premio Internacional de Poesía de Miedo, como también la creadora de la Casa del Poeta de Trasmoz y la Ruta de los Hermanos Bécquer. Autora de un libro anterior que comenté en su día “Traducción del silencio”, en el que una voz segura se adentraba en el corazón de la soledad y sus silencios para alzar el vuelo hacia los montes y los prados, los ríos y los bosques que siempre nacen en el alma del poeta. El que ahora nos presenta, “Una carta de amor como un disparo”, contiene muchos recursos del anterior, y siendo la soledad la que nos invita a recorrer una geografía de árboles, en cada uno la poeta advierte una luz distinta, colores y silencios diferentes, todo el amor desprendido tras la pérdida, su gran pérdida. Por ello esta carta: «Toda carta de amor es un disparo / que da o quita la vida. / Toda carta de amor es un disparo / que agita la arboleda de la razón. / Es un trueno de paz, es un relámpago. / Toda carta de amor es un torrente / que se desborda al llegar al corazón».

Y así su vida en ese territorio que todo poeta crea en su interior, inexpugnable castillo, sagrado paisaje, como lo es el Moncayo: «He mirado al Moncayo / y me ha devuelto misterio», y por eso se pregunta insistente: «¿Seré capaz de dar a los demás / cuanto la vida ha inventado en mí?». En ese territorio misterioso del Moncayo, donde la vida transcurre plena y el silencio grita entre todos los árboles existentes, la poeta mira al mundo en su total desnudez hasta descubrir que de todo solo queda el amor: «Descubro / la película muda que fui / cuando la montaña y el universo quedaban atrás. / También el sol quedó atrás. / Y si en la despedida / se nos lleva el viento / no te atrevas a olvidarme. / Regresa del final de la tierra / con mirada de océano». Es el triunfo del amor y sus silencios, el inagotable amor a la vida de Trinidad Ruiz Marcellán.

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