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De cómo beber vino en copa de papel

Reseña del poemario "Vino de mar", de Antón Castro
Por José Luis Gracia Mosteo
miércoles 29 de abril de 2020, 13:00h
Vino del mar
Vino del mar

Antes de comenzar, me gustaría declarar que siempre he sido un ácrata civilizado que no soporta la autoridad, por lo que he tenido que moderarme para que, en mi viaje profesional de profesor a escritor pasando por crítico literario, pudiera sobrevivir; he tenido la precaución de dejar las cerillas en casa siempre para evitar tentaciones, algo que ha cambiado al llegar a la edad provecta, por lo que, cuando ejerzo la crítica y me enfrento a un libro y autor, prefiero el humo de la hoguera al del incienso. Antes de comenzar, me gustaría hablar del autor a reseñar.

Antón Castro es un hombre poderoso en la literatura, pero no me gustan los hombres poderosos, como se puede deducir. Creo que hay que moverles el pedestal. Antón Castro presentaba un programa en la Televisión Aragonesa llamado Borradores, pero nunca me llamó para hablar de ninguno de mis libros. Antón Castro coordinaba unos ciclos de escritores en Albarracín, pero nunca me convocó. Antón Castro ha entrevistado a los escritores grandes y pequeños de España y Aragón, pero nunca se interesó por mi opinión. Antón Castro tiene todos los boletos para no ser mi amigo.

El dilema es que leo sus libros a la vez que persigo la justicia poética y pienso que, como el irlandés Ian Gibson con los escritores españoles de la primera mitad del XX, como aquel profesorcillo de París llamado Stephane Mallarmé al recuperar a Edgar Allan Poe del olvido en el que estaba cayendo, traduciéndolo al francés lo cual reverberó en EEUU, o como el norteamericano T. S. Eliot, cuando se trasladó a Gran Bretaña y comenzó a estudiar su tradición y componer su asombrosa poesía, Antón Castro sabe ver el bosque desde fuera y dentro, esto es, que, procediendo de la brumosa Galicia, hace algo parecido a los anteriores en Aragón, pues el amor lo asentó en esa tierra donde empezó a curtirse de vendimiador hasta llegar a periodista en El Día, El Periódico de Aragón y el venerable Heraldo, y analiza sabiamente la literatura.

Es así como Antón Castro ha conocido y estudiado la nómina completa de escritores de la península además de varios internacionales, llevándolos en su carro de papel y ondas al Parnaso e impregnándose de sus ideas, estilos y tonos; analizándolos y coincidiendo o rechazando, hasta encontrar su propia voz; ha ejercido, en suma, la esgrima de la palabra literaria con una muñeca ligera y natural, con sencillez y sin forzar, fluida e impregnada de magia galaica, hasta acabar convirtiéndose, con Carlos Castán y López Serrano, en uno de los mejores escritores de relato de España, un autor al que Aragón, que trata tan mal y entierra tan bien a sus escritores, le debe un Premio de las Letras.

Antón Castro es un hombre de pocos amigos de verdad y muchos impostados; un delfín de la Antología Palatina Griega al que las olas arrojaron a la tierra y que recuerda su propia efigie en el espolón de la nave tras cambiar el Helesponto por el mar de la tierra recia y vinosa (el adjetivo es de Homero) de Cariñena, para entregarnos un poemario titulado Vino del mar (Editorial Olifante), donde canta su temprana juventud y esa tierra aragonesa que Cervantes glosó y en la que Castro cosechó; un poemario originalísimo.

Es así cómo, al decantar este libro, nos encontramos con un vino sabroso pero no redondo, pues en cuatro versos, exactamente cuatro, Antón Castro se entrega como aquellos maestros del Renacimiento y el Barroco a la obsequiosidad al homenajear en esos versos a los mecenas, igual que hacían aquellos pintores en el XVI y XVII con el contratante que exigía abierta o tácitamente aparecer pintado en una esquina del lienzo junto a la imagen sagrada o mítica pintada, que aquí son las bodegas de Cariñena y sus marcas; es así cómo saboreamos un poemario plagado de versos exquisitos hasta tallar poemas como Una mujer se asoma al infinito, Navarro, La sirena de la vid, Manifiesto apócrifo de Martín Bosqued, Espejismo de violín, Scheherezade y Retrato con placer y luto de Ángel Guinda… que son auténticas joyas; es así cómo casi podemos ver a su padre, sus amigos, sus amores y sus manes y penates desde los caballones de la viña y el recuerdo, mientras él los invoca con tono emocionante y coloquial cual brujo gallego antes de que la Santa Compaña aparezca; es así cómo nos ofrece este vino en copa de papel y en botella de las bodegas Editorial Olifante.

Antón Castro se erige en un cantor moderno de la sangre de la viña cual Omar Khayyan en este poemario, cuando escribe: “Si supiera, haría un vino con la esencia / de tu escalofrío y el salvaje adiós / a tu espesura, arsenal de racimos, / piel, explosión, apetito de estrellas”, mientras canta el orgasmo de la amada, es decir, se convierte en enólogo del amor, para tutear después a Ulisses al entonar: “No tengo ante mis ojos el mar infinito del viñedo, / la ovalada longitud de los racimos, / el primer oro del moscatel. / No tengo ante mis ojos esa claridad / del horizonte que se agiganta / y luego desaparece en la niebla “, un Ulisses, añadimos, con nostalgias de Ítaca, que es aquí su juventud y temprana libertad. Antón Castro hace magia juntando el vocativo latino (“Oh, racimos, cuando os veo…”) con la cita intertextual (don de la ebriedad); la analogía (mar y viña) con la enumeración que rehúye la metáfora (Pampín Rodríguez, Delfín Gadames) pero inyecta autenticidad; el pasado no lejano (Pilar Bayona), con la rabiosa modernidad (Kase O); los mitos (Buñuel, Jarnés, Sender), con la gente común (peones); el pretérito inmutable pero no idealizado, con el proceloso presente…, pero sin caer nunca en la estridencia, como un vino joven con reminiscencias de arbustos distintos que se funden en armonía. Antón Castro ha escrito un libro al que solo le sobran cuatro líneas para pasar de bueno a magnífico.

Concluyo.

Antón Castro no me ha invitado nunca a café, pero lo prefiero pues me permite mantener la libertad de apuñalarle con el papel si escribe mal. No ha compartido nunca conmigo mantel, pero lo prefiero pues su literatura me revela a un escritor delicado al que se pueden confiar hasta los secretos más graves sin estropear la relación. No me ha invitado a beber, pero no puedo evitar decir que es una de las grandes voces de la literatura, aunque la amortigüen el guirigay de Marwan, Sastre y Sesma, que avillanan, ¿o es avilanan?, la literatura de hoy. Antón Castro tiene todos los boletos para no ser amigo, pero ha escrito un libro titulado Vino de mar que me ha embriagado, por lo que voy a echar otro trago a su salud y guardar las cerillas.

En otra ocasión será.

Puedes comprar el poemario en:

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