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Alta cocina, bajos instintos
Alta cocina, bajos instintos

ALTA COCINA, BAJOS INSTINTOS

lunes 11 de mayo de 2020, 17:49h

Hoy es tu día de suerte, vas a acceder a una información “top secret” de valor incalculable. Ya quisiera el CNI de Pablo Iglesias tener la exclusiva. Anota esta fecha en tu agenda, seguro que celebras efemérides mucho más absurdas creyéndote un tipo comprometido y guay.

Vamos al lío, lo voy a decir sin ambages: “SOMOS LO QUE COMEMOS” ¡Vaya! Pareces decepcionado. Sospecho que conocías el mantra, pero me temo que tu interpretación es demasiado light y superficial. Los nutricionistas que lo predican como un axioma irrebatible, no te han contado la verdad. Te engañan, te mienten, te manipulan. Joder, tío, despierta, tienes que saberlo, es muy elemental, querido Watson. No te han dicho que si comes animal mamífero, de sangre caliente, que tiene corazón y sentimiento, nunca dejarás de ser un animal. Cita a pie de página del genio e ilustre vegetariano Leonardo Da Vinci (para lo que nos interesa es un genio y para lo que no nos interesa es un rarito) Pues bien, decía el genio rarito: “Mientras el hombre no comprenda que matar un animal es tan grave como matar un ser humano, la civilización no evolucionará”. Fin de la cita. Guardo otra desconcertante para el final.

No respetar este principio y seguir las pautas de esos osados “expertos” que una y otra vez pontifican la matraca: “HAY QUE COMER DE TODO”, es vivir en la ignorancia. De hecho te crees a salvo tomando más frutas y verduras, pero no le haces ascos a un chuletón de buey gallego de siete centímetros de grosor. Solo te falta probar un buen sopicaldo de murciélago o un crujiente costillar de pangolín a la brasa. Luego vendrá el llanto y crujir de dientes. Por cierto, respecto al coronavirus tengo mis propias y revolucionarias teorías que he probado y constatado con datos clínicos, pero no pienso revelar aquí. Ni aquí ni en ningún sitio (sigo monitorizada).

Dices que te cuidas y crees estar bien informado. Incluso has comprado alguna vez un libro de Arguiñano o de las Madres Agustinas del Fregenal de la Sierra, que hacen unas torrijas de infarto. El pelotazo, el “boom” y el auge de libros de cocina, de recetas, de dietas, de universos culinarios y rutas gastronómicas, es algo tan inexplicable para mí como el éxito viralizado en la red “Tik Tok” de grabarte mientras te meas encima con los pantalones puestos (sic visual).

Nunca como hoy, salvo en la antigua Roma del “pan y circo”, ha existido una obsesión tan exacerbada y obsesiva por la gastronomía, la elaboración culinaria, las rarezas repugnantes, o lo que ahora llaman pretenciosamente “alta cocina”. Hace dos mil años los romanos “carpe diem” llegaron a una sofisticación tan rebuscada y “exquisita” como saborear una salsa espesa y blancuzca hecha a base de pescado podrido, o pulpejos de camello, lenguas de flamenco, vulvas y ubres de cerda, enormes jabalíes asados rellenos de tordos y pajaritos, muslos de jirafa y otras extravagantes delicatesen imposibles de imaginar.

A la vista de tanto exceso grasiento es normal que muchos cocineros sean gruesos. O sea, gordos, dicho simple y llanamente. Resulta un contrasentido que una persona con sobrepeso presuma de llevar una alimentación sana. Y voy a ir más allá. Por razones distintas debería estar prohibido que los cocineros, los curas, los políticos y los jueces fueran gordos. Es evidente que la forma de alimentarse lo dice todo de nosotros.

Termino con otra cita desconcertante de un evangelio considerado apócrifo por la iglesia católica (ortodoxia curil, forever) que revela el verdadero sentido del bíblico “No matarás”. En el evangelio apócrifo de los egipcios se puede leer: “En el Paraíso crecen dos árboles, el árbol animal y el árbol humano, pero jamás deben mezclarse”.

¿Muy heavy no? ¿Cómo se te queda el cuerpo?

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