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“La voz sobre las aguas”: la cosmogonía lírica de Jorge Pérez Cebrián

Valparaíso Ediciones, 2019
Por José Antonio Olmedo López-Amor
jueves 09 de julio de 2020, 21:00h
La voz sobre las aguas
La voz sobre las aguas

No sucede a menudo, pero sí de vez en cuando, que un poeta, sea o no sea joven, parece que tiene algo que decir y lo dice de manera que se diferencia de los demás. Esto, de entrada, ya es algo relevante. Si descubrimos que el poeta en cuestión es menor de treinta años y aquello que publica es su primer libro, podemos estar seguros entonces de que no es algo usual. Este es el caso de Jorge Pérez Cebrián (Valencia, 1996) y su La voz sobre las aguas (Valparaíso, 2019), quien ha entrado de lleno y de forma prometedora en el panorama poético, avalado por un estimable sello editorial, además de haberse congraciado con algunas de las voces más respetadas de la poesía valenciana.

Y es que, en poesía, ya sabemos de la importancia del qué y el cómo. El qué de Pérez Cebrián parece apuntar a un discurso formado por pensamientos, experiencias y emociones que encuentran sus metáforas, referencias y aquello que las completa en lo bíblico y lo mitológico, en general, lo histórico, en el saber y cultura de civilizaciones antiguas. Dice el poeta novísimo José María Álvarez que el decir de un poeta no emerge de su expresión y se plasma sobre la página directamente, sino que antes de cristalizar como palabra asciende al mundo virtual de la tradición y allí se mezcla, se hibrida, se transforma, de alguna forma este regresa enriquecido, potenciado, para finalmente quedar escrito en negro sobre blanco. Pérez Cebrián parece seguir este proceso en su composición poética. Cada poema expone sus analogías, devela un tiempo pasado, se alza sobre pilares que sus versos reedifican.

El cómo de Pérez Cebrián es rico y variado, diverso en recursos y sólido en una apuesta formal que logra mantener hasta el final, sin hacer decaer el interés de los lectores por ello. Su aparente verso libre es granado en combinaciones polimétricas, es decir, prima lo que se dice (el fondo, sobre la forma) pero no pierde de vista la prosodia, el ritmo. Esto es muy de agradecer en un poeta joven, más todavía cuando poetas de su misma promoción se dedican casi a lo contrario. Gusta de aliteraciones, hipérbatos, perífrasis —conductoras a la metáfora— en lugar de sinónimos, adjetivación, intertextualidad: muchos son los resortes que sustentan una arquitectura que alza su vuelo merced a un tono hímnico, a una solemnidad casi marcial de las descripciones, a su afán metafísico en busca de trascendencia: a un decir en tercera persona que no oculta su aspiración estética.

Algunos poetas-satélite creen que por mencionar a Sísifo y Danaide en sus poemas pueden ser considerados ya culturalistas. No es el caso de Pérez Cebrián, quien verdaderamente construye un templo arcaico con sus palabras para hablarnos del templo, y no se limita a colocar el rótulo luminoso en su entrada. Pérez Cebrián es un poeta viejo de lecturas. Sus métodos delatan a un culturalista que no quiere hablar de sí, pero lo hace, y reviste su clamor, lo barroquiza, mediante un léxico elegante y apropiado al arco temporal en el que escribe su dictum: «Y nunca lleguen a romper / los altos odres de los pueblos, / los lentos pies que danzan los eriales. / Y aunque el naipe rodee la muñeca y, / grabada en su eslabón la encrucijada, / nos arroje un certero interrogante».

La intertextualidad que maneja Pérez Cebrián le permite contextualizar sin contexto. Utiliza símbolos, héroes, dioses, y su argumento parte muchas veces de momentos de obras concretas para incrustar su discurso, una añadidura que no necesita más explicaciones debido a la universalidad de sus elementos totémicos: Prometeo, Adán, Ragnarök, etc., son buen ejemplo de ello. La suma de artes y ciencias devenida de los actores poemáticos hace que su dramatis personae sea interdisciplinar por necesidad: «Abrirse como una flor que nadie ha visto, las bocas de / marfil de Shibam a Alepo»; «La sangre de Agamenón en el cuello de un cisne. / Derrocarse por un momento, / en los ojos de Eurídice, / el infierno».

Veintidós poemas ocupan poco más de cincuenta páginas y se suceden en un continuo fluir sin escisiones. Los poemas respiran por los intersticios de sus estrofas. La extensión de los mismos es heterogénea. Hay poemas cuyos versos no se justifican al margen izquierdo y ocupan de manera asimétrica espacios muy alejados al de su posición preceptiva. Tres sonetos clásicos se encuentran en las páginas: 38, 48 y 59, unos sonetos pulcros en medida y rima que demuestran la solvencia técnica del autor: «No quedará un testigo del misterio. / La gloria amanecida en el ocaso / dará una primavera en cada paso: / la luz habrá vencido cada imperio».

Concepción Cabrera de Armida, Adolfo de Castro: la escritura de Pérez Cebrián es sugerente por sus hallazgos. Comenta Antonio Rivero Taravillo en la contracubierta del libro: «madurez expresiva, conciencia rítmica, agudeza, emoción y diálogo» como los baluartes que podemos encontrar en la poesía contenida en este libro, y no le falta razón. Pérez Cebrián consigue crear expectación con su primera obra, algo que, sin duda, anticipa nuevas y gratificantes sorpresas en su bibliografía.

Tras una primera lectura del libro y debido al grueso enmascaramiento del yo lírico, puede que no tengamos claro el tema troncal, la esencia del libro. Será casi precisa una segunda lectura, no para ir en busca de transparencia, que la ostenta, sino para cribar verdad de la impostura e hilar esos pasajes que todo lo significan. Si no queremos aceptar simplemente un discurso existencialista por respuesta, quizás excesivamente ornamentado de retórica y referencias, podemos interpretarlo como una visión metapoética y filosófica sobre el acto creativo a lo largo del tiempo. Toda reflexión en ese sentido ofrece un rastro ontológico nada desdeñable: «Extranjero bajo el sol, veo claro, / que mis torpes manos no se hicieron / para sostener tanta belleza».

Del epígrafe `la voz sobre las aguas´ podemos inferir el invisible sonido (enunciación) de una exclamación afectando físicamente a la superficie acuosa (receptor). Se obvia mencionar al emisor en ese mítico acto comunicativo, pero evidentemente es quien interpela y comunica con el otro. Yo veo la fuerza transformadora del lenguaje actuando en la imagen de cubierta del libro, diseñada por Chari Nogales. Ese ciclo se repite a lo largo de la historia, Pérez Cebrián fue la hoja agitada sobre las aguas por efluvio de sus maestros y ahora se ha convertido en la voz, en la percusión y su viento creador. Su voz sobre nuestras aguas nos turba y retumba en galerías antiguas, espacios donde cuanto hoy ocurre sucedió y fue dicho de otra manera. Eso mismo viene a decirnos la historia.

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Jorge Pérez Cebrián
Jorge Pérez Cebrián (Foto: cedida por el autor)
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