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Los ángeles caídos

Reseña de la novela histórica "El pintor de ángeles", de Lucía Sabater
sábado 18 de julio de 2020, 20:44h
El pintor de ángeles
El pintor de ángeles

Si una novela pudiese pintarse en lugar de ser escrita, y conservar, a pesar de ello, la esencia narrativa, la intriga y, especialmente, el ritmo, probablemente su canon sería el de este libro. En El pintor de ángeles, la autora de Voto de silencio ha vuelto a superarse para trasladarnos a la Valencia del siglo XV, con la cosmovisión de la época, con sus intensas confrontaciones religiosas, sociales, artísticas y culturales.

Si cualquier vanguardia, con su aire de cambio, halla siempre resistencia por parte de los viejos paradigmas conservadores, Lucia Sabater nos lleva a un contexto donde esta tensión se exacerba y nos damos de bruces con juicios inquisitorios, rivalidades, venganzas, superstición, envidias, manipulación y crimen. En esta novela caen los ángeles como cae la vida que no se valora, mientras resurge la sangre en una mentalidad nueva. En la oscuridad de ese tiempo, algunos maestros artesanos aportan luz más allá del pan de oro de los retablos y las imágenes estáticas de los santos. Llega así la vida a las obras pictóricas y a la de los personajes de esta trama, quienes se nos trazan en toda su humanidad y volumen. Y a quienes acompañamos, a menudo sin aliento a pesar de la extensión de esta obra, a través de una intriga exigente que lleva al lector en volandas y diálogos fluidos, hasta las cúpulas más bellas y los rincones más oscuros del antiguo Reino de Valencia.

Somos partícipes de cada detalle de la atmósfera de los gremios y cofradías, mercados y plazas, barcas y cadalsos, los pigmentos del obrador, la observancia de los conventos, el lujo de los palacetes, los azotes de la Inquisición y las pústulas de la peste bubónica, todo ello se nos ofrece en una prosa tan agitada como lo fue el periodo histórico que abarca la trama, entre 1488 y 1492. Lucía Sabater apela a nuestro instinto de belleza en la cotidianeidad de cada perspectiva, nos vuelve judíos, conversos, cristianos, campesinos, niños, mujeres, frailes y reyes. Y lo hace con una naturalidad que nace de su empatía camaleónica de investigadora. Su curiosidad se vuelve viveza y trenza el punto de vista con maestría en esta novela para servirlo ya deshuesado y jugoso para que nosotros, simplemente, disfrutemos la delicia.

El pintor de ángeles, como la buena pintura, juega a los contrastes de luz y sombra. De ese modo, hallamos el amor y el miedo en todas sus formas. El amor filial, la amistad, la lealtad entre hermanos, el amor de pareja, la compasión... pero también la tortura, la lucha por sobrevivir, el odio intercultural, la ambición de poder. El lector recibe la experiencia de fundirse en el mundo perfectamente creado para El pintor de ángeles, y cuando lo abandona siente la extrañeza de comprobar que era ficción, al menos en parte. Es la misma vitalidad magistral que llega procedente de Italia de la mano de pintores como Paulo de San Leocadio, autor de Los ángeles músicos de la catedral de Valencia, la que emplea Lucía Sabater en este libro.

Realidad y ficción desdibujan su límite y se enriquecen como la Historia y el Arte. Los personajes históricos como el cardenal Rodrigo de Borja, el inquisidor Tomás de Torquemada, o los Reyes Católicos, entre otros, se dan cita en estas páginas. En esa intersección brilla el misterio de los objetos mágicos, las reliquias, los libros sagrados, los símbolos cargados de superstición y herejía, lo místico y su poder oculto para llevarnos a los lindes de lo conocido, los cielos y los infiernos más vívidos se encuentran de este lado, tremendamente reales y cotidianos, pero no por ello menos impactantes para nuestra entraña. La emoción comienza en la primera página y mantiene su promesa de intensidad hasta el desenlace, que culmina brillantemente como corresponde a una obra de esta magnitud.

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