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“Desencuentros”: el debut en la poesía de Isaac Martín

viernes 24 de julio de 2020, 10:28h
Desencuentros
Desencuentros

Isaac Martín (Valencia, 1999) ha tenido la osadía de publicar su primer libro de poemas con solo veinte años, la obra se titula Desencuentros: un adiós a la inocencia en el que encontramos referencias constantes a la Biblia y la cultura. Veintisiete poemas componen esta primera obra a la que a buen seguro seguirán otras más, pues, tras su lectura, uno advierte que lo que ha vertido en ella Isaac Martín tan solo supone el principio de cuanto puede ofrecer como poeta.

El libro dispone los poemas de manera continua, no hay particiones temáticas, los versos fluyen únicamente separados por cinco ilustraciones, obra de la ilustradora Joanna López, quien versiona cuadros de Klimt, Vermeer, Goya, David Friedrich, Dalí y hasta una escultura de Miguel Ángel. En todas las ilustraciones hay una preponderancia de la forma sobre los demás rasgos pictóricos, un sesgo inacabado y, de alguna manera, una actualización del mito de la que puede inferirse una velada crítica a lo establecido. La correspondencia entre los poemas y los dibujos se da en dicha actualización y en la no aceptación de todo aquello que se impone por tradición, al menos, no aceptarlo sin comprenderlo y estar de acuerdo con ello.

En el primer poema del libro, titulado “Soy”, encontramos un hablante lírico que se expresa en primera persona para hablar de sí mismo. El poeta no solo no rehúye revelar su interior, sino que busca ese diálogo con el lector, ese despojamiento de la máscara para llegar al origen de la herida o la preocupación, para llegar a las profundidades en las que mana lo existencial: «Soy un personaje de fantasía vomitado en el mundo», se revela como un ente desubicado ante un mundo que no comprende y que no ha elegido. Ya en este primer poema advertimos que los se construyen con verso libre y que una premeditada cacofonía utiliza la rima asonante en mayor medida y la rima consonante como recurso menor para conseguir su musicalidad. Lo que parece comenzar como un poema en prosa, conforme va avanzando, se convierte en un poema, pues el poeta remata su composición con cuatro estrofas de versos menos extensos: «Esta es mi poesía, / mi voz y mi lágrima, / el soneto de mi corazón, / la asonante rima de mi alma». El poeta utiliza el recurso metapoético para romper el pacto de ficción entre autor y lector, este llamamiento a la realidad es coherente con su desasosegante descripción del mundo.

Al carácter dialógico del poemario, añadimos el confesional: «Escribo en arte menor, poesía para mayores, mientras sigo explorando / todos mis rincones». El poeta pretende reducir la distancia entre él y el sujeto lírico para narrar el episódico relato de su juventud, instantes entre los que a los naturales descubrimientos, encontramos principios de certidumbre: «Me pierdo en la sintaxis de la vida»; «Crezco tratando de dar sentido a mi existencia»; «Y leyendo el libro escrito durante tantos años, / me doy cuenta de mi valía, / de que el guion de mi vida / es pura poesía».

Este libro podría haberse titulado `Desprendimientos´, `Desaprendizajes´ o `Desposesiones´, porque cuanto narra se refiere a esa ganancia de experiencia vital y conocimiento del ser y del mundo que a su vez supone la pérdida de la ingenuidad y la inocencia. La realidad proclama que es imposible el bien absoluto en un mundo de seres imperfectos y violentos, vengativos. Esto produce un sentimiento de culpa en quien lo afronta desde el candor, pues aflora la duda, el temor, la disconformidad que puede conducirle a la rebeldía. Es aquí donde el poeta despliega una numerosa simbología cristiana para reconducir sus emociones hacia la vía de la comprensión y el amor.

En el poema titulado “Adicción” esa reconducción es absoluta durante todo el poema: «No mires el vino cuando rojea, mírame a mí»; «Abrázame, soy más fuerte que la absenta cuando estoy contigo». El poeta representa aquí la apelación de una segunda voz que se dirige a alguien propenso a los excesos. No se nos explica si es la persona amada, Dios o su propia otredad, quien advierte, por un lado, el peligro, y por otro, también su solución. En cualquier caso, ese misterio enriquece un poema en el que su mensaje no pierde un ápice de claridad.

Isaac Martín nos habla de la perfección como una virtud utópica vetada al ser humano. Seres imperfectos que sueñan ser perfectos y pretenden arrojar luz a una sociedad infecta. Poco a poco nos vamos adentrando en el libro y vamos advirtiendo cómo un carácter espiritual, una aspiración a la trascendencia, va cobrando más y más importancia.

La identidad, la responsabilidad, incluso la propia fe, todo es cuestionado en algún momento por la conciencia en llamas del hablante lírico. La protesta existencial es atravesada por haces de luz metafísicos, señales que indican lo importante de hacer en lugar de decir, epifanías que develan lo sagrado de una voluntad.

Isaac Martín se revela como un exégeta de las Sagradas Escrituras que hace su particular interpretación, construye una poesía salmódica que llora sus imperfecciones e invita a merecer las virtudes anheladas. Mitología, Religión, Historia, todo se actualiza en un discurso que no teme llegar a conclusiones ambiguas o contradictorias, teme la inacción, el estatismo, la asunción por miedo, ignorancia o tradición.

Al llegar al final del libro podemos pensar que un predicador nos ha sermoneado, que un poeta joven nos ha deslumbrado con sus reflexiones y críticas a la sociedad o que todo es ficción como resultado de un ejercicio literario con aspiraciones estéticas. Nada más lejos de la realidad, creo que este libro puede leerse en clave de una suerte de poesía cristiana, pues de esta manera, los sentidos se unifican y adquieren una total y trascendente relevancia. Por ciertos detalles, sospecho una relación entre estos poemas y algunas enseñanzas protestantes de la teología adventista. En cualquier caso, el cierre, la culminación del poemario, así lo plantea. El último poema se titula “Perdón” y en él, esa segunda voz que aparecía en anteriores poemas y no reconocíamos con claridad, se descubre como el numen y explica que el perdón, el amor, pueden devolvernos a la vida sin odio, a la luz de un nuevo principio, al camino y la fuerza de una impulsora esperanza que contribuirá a hacer de este mundo un lugar menos secular: «Ahora mira atrás, estatua de sal y dime quién te condena, / no hay uno, ni dos, ni nadie que tire la primera piedra, / todo el mal, la culpa, el cuchillo sobre la garganta, / ahora son humo, olvido, tu vida de nuevo comienza».

La poesía de Isaac Martín es comprometida y audaz, realista y pedagógica, incardina la avidez comunicativa de un poeta joven, lo arriesgado de su propuesta formal, claramente de ecos clásicos —sobre todo por su prosodia— y se aleja con argumentos de peso de esa hornada de poetas de su misma promoción que idolatran el cliché y lo convierten en el vellocino de oro de su poesía ligera.

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Isaac Martín
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