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Miraguano rescata los diarios de Francisco de Mendoza de su viaje a la capital del Sacro Imperio en tiempos de Felipe II

Por Álvaro Alcázar
viernes 18 de septiembre de 2020, 00:00h
Francisco de Mendoza, un almirante por los caminos de Europa (1596)
Francisco de Mendoza, un almirante por los caminos de Europa (1596)
África Espíldora García ha sido la encargada de editar los diarios de "Francisco de Mendoza, un almirante por los caminos de Europa (1596)", probablemente escritos por él mismo y que hasta ahora permanecían inéditos.

El 10 julio de 1596, Francisco de Mendoza, almirante de Aragón, dejaba Gante para dirigirse a la corte del Sacro Imperio, entonces asentada en Praga. Lo hacía siguiendo las instrucciones del rey Felipe II y del archiduque Alberto de Austria, nuevo gobernador de Flandes, de quien era mayordomo mayor.

Su cometido consistía en presentarse ante el emperador Rodolfo II y otras destacadas personalidades, para comunicarles formalmente la toma de posesión de estos territorios por parte del archiduque; aunque a las iniciales visitas de cortesía se irían sumando otros objetivos de gran relevancia política.

Esta embajada diplomática se encuentra recogida en un manuscrito inédito –cuyo autor fue con toda probabilidad el propio Francisco de Mendoza– que ahora se presenta. Redactado a modo de diario de viaje y sembrado de reflexiones personales del protagonista, nos sumerge en la Europa de finales del siglo XVI.

Sobre un telón de fondo de guerra, diplomacia y controversias religiosas, acompañaremos al almirante a través de un relato en el que la realidad se entrelaza con lo legendario.

Entraremos en iglesias y monasterios siguiéndole en su incansable acopio de reliquias locales. Visitaremos la judería de Fráncfort, el arsenal de Núremberg o la tumba de Jean Zisca. Escucharemos el relato de leyendas cuyo eco ha llegado hasta nuestros días: la columna derribada por el diablo en Tréveris, la Santa Cruz del Milagro de Maguncia o la Torre de los ratones de Bingen.

Y asistiremos como testigos privilegiados a sus conversaciones con relevantes personajes de la época: el conde Peter Ernest Mansfeld, el arzobispo y elector Wolfgang von Darlberg, el príncipe-obispo Julius Echter von Mespelbrunn o el embajador Guillén de San Clemente.

El tiempo y las personas pasan, pero los lugares permanecen.

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