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"La niña del cuaderno", de Bart Van Es

Editorial Duomo
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 16 de abril de 2021, 10:00h
La niña del cuaderno
La niña del cuaderno
Esta obra de narración histórica refiere la historia real per se de una niña holandesa, que vivía en Róterdam, la ciudad holandesa, era judía y por ello se vio obligada a esconderse de la ocupación nazi, para ello recorrió toda una red clandestina de familias adoptivas, una de ellas sería la de los abuelos de del autor. De esta forma, tan complicada conseguiría escapar del exterminio llevado a cabo por las fuerzas nazis criminales de las SS y de la Gestapo; descosiendo su estrella amarilla de la Casa del Rey David, y así no será molestada por no ser notoria hebrea.

En la sala de estar de una familia holandesa, una niña trata de no sentirse observada. No se celebra nada, no es su cumpleaños ni nada parecido, pero sus padres, tío y tías no dejan de abrazarla y sentarla en su regazo. Luego hablan entre susurros y la miran con ojos graves. A la mañana siguiente, una señora llama a la puerta. Le explica que cuando salgan a la calle, debe abrazarse a ella y no decir nada sobre su familia. Junto a su madre, descosen las estrellas de sus vestidos. Ahora ya no es judía, sino simplemente una niña de Róterdam”. Esta obra narra, con todo lujo de detalles, la azarosa vida de Lientje de Jong, tratando de librarse de las garras de los nazis, dominados conscientemente por la idea inscrita en sus genes del exterminio de los hebreos.

Es una historia impresionante, pero tiene un gran componente sensible que conmueve fehacientemente. Se puede calificar a Lientje de “niña de la guerra”; miles de inocentes que fueron carne de cañón en aquel espanto, que comenzó con la guerra entre españoles de 1936 a 1939, y tras este aperitivo sangriento desembocar en la impactante guerra, desarrollada mayoritariamente en Europa, entre 1939 y 1945. El autor, con gran maestría, va desgranando episodios o cuadros mixtificando el pasado de lugares y emociones con el presente en el que describe todo el camino que recorrió la protagonista en su infancia y adolescencia. El subtítulo es total y absolutamente definitorio y esclarecedor, ya que el fin del devenir vivencial de la niña era, sensu stricto, esconderse de los nacionalsocialistas; los cuales siempre encontraban apoyos entre los de su misma ideología, muy abundantes, en los países que invadieron o conquistaron, y en todas las ocasiones manu militari.

El escritor reconoce que siempre tuvo la certidumbre de que sus abuelos fueron refugio para niños judíos holandeses durante la ocupación de los Países Bajos, por parte de los alemanes. Aunque será en diciembre de 2014 cuando llega al conocimiento certero de cómo se hizo y de que fue lo que ocurrió paladinamente. Cuando preguntaba a su abuela Jans que fue lo que ocurrió durante la guerra, ella siempre con cierto comportamiento esquivo indicaba que: “No fuimos valientes, pero no te quedaba otra opción si alguien llamaba a tu puerta”. Cierta noche dominical interroga a su madre sobre el nombre de Lien, con la que su progenitora había seguido en contacto, en ese momento ya tenía más de ochenta años y vivía en Ámsterdam. La relación se produce a través de un correo electrónico. Lien aceptó la entrevista; y tras pasar una tarde con ella, que el autor equipara a estar con una niña, ya que la conversación girará en torno a la época de la infancia de la protagonista, indica: “La madre de Lien había escrito a mis abuelos para decirles que esperaba que esa niña de ocho años ‘solo piense en ustedes como su madre y su padre, y que en los momentos tristes que le tocará vivir, la consuelen como tales’”. La relación se romperá por culpa de una carta, escrita por la abuela, Jans, en la que se rompen fríamente las relaciones para siempre.

Lien vive en muchas casas, pocos días en cada una, hay que evitar dejar pistas a los alemanes. Lien nunca hace preguntas, y acepta, motu proprio, lo que la vida le ofrece para preservarla del terror nazi. Ya no podrá ir a la escuela, y asimismo tampoco tendrá relaciones con otros niños. Sus relaciones se desdibujan en su memoria. Destaca la familia Heroma, sobre todo la señora Heroma; esta mujer es un gran personaje, viene a recoger a la niña y la traslada a otro domicilio, siempre que es preciso, para salvaguardar su vida. En una ocasión la niña es conducida a una casa nueva de dicha señora, donde vive con el señor-doctor Heroma, que siempre está ocupado con sus pacientes. “Lien se queda en una habitación vacía situada encima del consultorio, desde donde oye a los pacientes entrando y saliendo y a madres charlando en la acera junto a sus cochecitos”. Descripciones de una plasticidad emocionante. Hasta las onomatopeyas son recordadas por la niña, verbigracia como suena el motor del coche del Dr. Heroma al intentar arrancar su vehículo.

Sobrecoge contemplar, aunque no se haya vivido, todo lo que sufrieron los judíos, sobre todo sus niños, con aquel sistema político que les perseguía hasta la muerte en los campos de concentración. Esa sensación olorosa que posee, tan familiar, de notar que alguien la toca y la empuja para estrujarla dándole un beso. Esta es la carta que generó la discordia con su familia de acogida: “Dordt, 7-4-88. Para Lien: Como ya sabes, no me gusta escribir cartas. Siempre son causa de malentendidos. Pero te quiero pedir que no me llames, etc. durante un tiempo. Esta, dada la situación, me parece la mejor forma de proceder. Con mis mejores deseos, Sra. Van Es”. La causa fue una nimia, luego engordada, pelea por una fiesta de cumpleaños; algo inasumible para esa abuela (Jans Van Es) y para Lien; las cuales habían estado unidas durante la pavorosa Segunda Guerra Mundial. En suma, una obra que está escrita en un estilo directo, sin aderezos simuladores de sentimientos inexistentes. Recomiendo vivamente esta obra, que forma parte de aquella tragedia que ensangrentó las tierras de Europa durante seis terribles años. ¡Sobresaliente!Donec Bithynio libeat vigilare tyranno”.

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