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"De Stalingrado a Berlín. La Derrota Alemana en el Este", de Earl F. Ziemke

HRM Ediciones. 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
martes 26 de abril de 2022, 18:00h
De Stalingrado a Berlín
De Stalingrado a Berlín

Otro libro extraordinario de la editorial HRM sobre la 2ª Guerra Mundial; en este caso se refiere al inicio del fin del III REICH de los MIL Años, y que no duró más de trece.

La batalla de Stalingrado fue un absoluto y disparatado desastre para la Wehrmacht por la, plausible, mala dirección del Führer Adolf Hitler, y, sobre todo, por la prepotente y desastrosa ejecución del Mariscal de Campo Friedrich Paulus, que demostró su catadura moral, en primer lugar en su forma de rendirse, y luego tras Nüremberg convirtiéndose en acusador implacable de sus compañeros de armas, y terminando con cargos importantes en la URSS y en la RDA. En este inicio del mes de septiembre de 1942, Adolf Hitler se encuentra ocupado y enfrascado en tratar de llevar a feliz término la segunda campaña de verano contra el odiado régimen eslavo de la URSS. En un bunker, como cuartel general, denominado el Werwolf, sito en un pequeño bosque, situado a unos 10 kilómetros de la ucraniana Vinnitsa, había situado su cuartel general Hitler, y ya comenzaba a utilizar inventadas tropas, inexistentes, para tratar de paliar o cambiar el signo de aquella guerra que se deslizaba, sin solución de continuidad, hacia el caos y la catástrofe más absolutas, para el régimen de la cruz gamada y del NSADP o Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Le acompañaban, el fiel Keitel y, el menos fiel y más reticente Jodl. En la propia urbe de Vinnitsa, ciudad provinciana y polvorienta a más no poder, se había situado el Alto Mando del Ejército u Obertkommando des Heeres u OKH, estructura dirigida por uno de los militares alemanes más preclaros, inteligentes y coherentes del momento histórico, me refiero al coronel-general Franz Halder. Por su mediación el Führer dirigía a las tropas que luchaban en la URSS.

Durante el verano, los Grupos de Ejércitos alemanes A y B habían realizado avances espectaculares hacia el Volga en Stalingrado y hacia el Cáucaso occidental. En agosto, tropas de montaña habían izado la bandera alemana en la cima del monte Elbrus, el pico más alto del Cáucaso. Pero antes de que finalizara el mes, la ofensiva había comenzado a mostrar signos de ser engullida en las vastas y áridas extensiones del sur de la URSS sin lograr ninguno de sus objetivos estratégicos; a saber, la derrota final soviética, la captura de los campos petrolíferos del Cáucaso y del Caspio, y la apertura de una ruta que desembocara en el Medio Oriente a través del Cáucaso. Hitler se había vuelto irritable y depresivo. En las conferencias de situación, sus objeciones específicas sobre cómo estaba siendo dirigida la ofensiva, invariablemente, derivaban en el enfadado cuestionamiento de la capacidad de los generales y su compresión de los fundamentos de las operaciones militares”. En uno de sus ataques histéricos, de una violencia rayando casi en la agresión física, ya que solía amenazar a sus generales con darles un tiro; en la tarde del día 9 de septiembre de 1942, tuvo la indignidad de acusar al mariscal de campo Wilhelm List de no seguir sus estrictas órdenes, y de un error constante en el despliegue de las tropas a sus órdenes. En estas condiciones envió al mariscal de campo Keitel para que ordenase a Halder que le exigiese la inmediata dimisión a List. El propio Keitel le insinuó a Halder que él también se encontraba en los planes hitlerianos de destitución, ya que el coronel-general Franz Halder: “ya no soportaba las demandas psíquicas de su puesto”. Nadie se libraba de las arbitrariedades del dictador, quien incluso había pensado en la destitución de Jodl por haber apoyado a List.

Alemania, en agosto de 1942, estaba en el cenit de su expansión militar durante la II Guerra Mundial. Ocupaba Europa desde los Pirineos hasta el Cáucaso, desde Creta hasta el Cabo Norte, y el Ejército Panzer África había avanzado hacia Egipto. Durante los combates de verano en el sur de la URSS, se habían cometido errores –de los que Hitler estaba tratando de culpar a los generales-, pero estos errores solos no eran suficientes para explicar la enorme frustración que se estaba sintiendo, cimentada en un error de cálculo más fundamental”. El objetivo supremo e innegociable establecido por el Führer Adolf Hitler para la obligada ofensiva del año 1942; el objetivo supremo, fundamentado en un comprensible e irracional odio al comunismo eslavo era el de: “…la destrucción final de los efectivos defensivos restantes de la Unión Soviética”. Pensaba, sin la más mínima razón militar para ello, que los soviéticos sacrificarían todo lo que tuvieran a mano en efectivos militares, para defender sus campos petrolíferos, y como se colegía que todo se colorearía con el color rojo y negro de los nacionalsocialistas, la Werhrmacht pondría de rodillas al Ejército Rojo. Nada de eso sucedió, ya que la URSS consideró otras prioridades. El Servicio de Inteligencia en el Este del OKW había realizado un estudio, bastante correcto, sobre cuáles eran los objetivos prioritarios de los estalinistas y lo que debería realizar la Wehrmacht para acabar con la milicia roja.

Había concluido que los objetivos soviéticos eran limitar la pérdida de territorio tanto como fuera posible durante el verano, al mismo tiempo que preservaba los suficientes efectivos humanos y materiales para emprender una segunda ofensiva de invierno”. Josip Stalin ya aceptaba que, existían muchas probabilidades, de que los alemanes le arrebatasen todo el norte del Cáucaso, Stalingrado, sobre todo, y, porque no decirlo, inclusive Leningrado y hasta Moscú. Las pérdidas territoriales ya eran las esperadas; ya que el dictador genocida y criminal comunista, como pasaba con Adolf Hitler, no tenía ni la más mínima confianza en sus soldados y en su pueblo. Por consiguiente la Sección de Inteligencia del Este había realizado un estudio pormenorizado pero equivocado sobre: “…que las pérdidas soviéticas estaban ‘en orden para dejar fuerzas disponibles para el combate en el futuro’ y que las bajas alemanas ‘no eran insignificantes’ ”. Tengo que realizar un alto en el camino, para felicitar a la editorial HRM por el magisterio indudable de sus obras, y el cuidado con el que realizan las múltiples ediciones de todos sus libros.

El 24 de septiembre de 1942, la megalomanía del Führer dio rienda suelta a sus filias y fobias inexplicables, y para ello destituyó a Franz Halder, y colocó en su puesto al general de infantería Kurt Zeitzler, que era, ahora, y como ya es sabido, jefe del Estado Mayor del OKH. El resto de la narración está en el libro, magnífico y que recomiendo vivamente, sin ambages. La obra es de un rigor fuera de serie, y merece todos los parabienes habidos y por haber. Acierto absoluto del profesor Ziemka y de HRM que acompaña en el magisterio narrativo. ¡Felicidad y suerte merecidas! «Nihil novum sub sole. ET. Unus non sufficit orbis».

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