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"Urdaneta y el tornaviaje. El descubrimiento de la ruta marítima que cambió el mundo", de Agustín R. Rodríguez González

Ed. La Esfera de los Libros
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 05 de noviembre de 2021, 17:00h
Urdaneta y el tornaviaje
Urdaneta y el tornaviaje
Fray Andrés de Urdaneta y Ceráin nacería en Villafranca de Ordicia en el año 1508, y pasaría a mejor vida el 3 de junio de 1568, en la Ciudad de México. Se le puede definir como: militar, cosmógrafo, marino, explorador y religioso agustino. Participó en las expediciones a Las Indias Occidentales de García Jofre de Loaísa y de Miguel López de Legazpi. Documentó la ruta a través de océano Pacífico desde las islas Filipinas hasta Acapulco, y se la denomina como la ruta de Urdaneta o el Tornaviaje.

Descubriría las islas de Hawái y de Australia, las cuáles serían descritas 200 años antes de que lo hiciese el navegante inglés James Cook. Es muy correcto realizar un análisis riguroso y pormenorizado sobre el personaje a tratar, siempre desde sus antecedentes históricos; y esta fórmula es justa y necesaria para las Españas. En el año 711, los sarracenos norteafricanos bereberes atraviesan el estrecho, luego denominado de Gibraltar, alusivo al nombre del liberto Tarik ibn Ziyad que lo atravesó para enfrentarse en Guadalete a las tropas visigodas del conde de la Bética, llamado Roderigo o don Rodrigo. Para todo ella era preciso saber y manejar la construcción y uso de las naves.

A través de Gibraltar dos mundos se estaban comunicando; para todo ello debieron unirse dos técnicas de construcción de barcos, y así poder llevar a cabo la nacencia de los nuevos navíos. De la confluencia de las técnicas de construcción naval se originarían los buques o naos o galeones, todos ellos oportunos para poder realizar los grandes viajes trasatlánticos. “De un lado, la técnica atlántica, de cascos de los buques construidos con planchas de madera unidas a ‘tingladillos’, solapadas entre sí, ofreciendo un casco muy resistente por ese reforzado ‘forro’, y sin precisar grandes estructuras internas. Con grandes velas cuadras para aprovechar los vientos de popa, y ya en la Edad Media con timones de codaste, mucho más eficaces para marcar el rumbo que los anteriores remos. De otro lado, la técnica mediterránea, con cascos construidos a ‘tope’, con los maderos dispuestos canto con canto, sostenidos por fuertes costillas y estructuras, aun con timones de remos, y con velas latinas para aprovechar vientos de costado”. Ya no era posible utilizar remeros, como se había hecho en Egipto, Atenas, fenicios, cartagineses y romanos; ya que se precisaba un número muy elevado de hombres encadenados al remo, y dejando muy poco espacio para las provisiones y el agua. Con estas nuevas carracas se podía llegar de un confín a otro del Mediterráneo o Mare Nostrum, y desde el Adriático al Báltico.

Los utensilios para no extraviarse en la mar se incrementaron en número y en calidad, desde la brújula llegada desde la China imperial, la corredera para medir la velocidad del buque, y los avances en la ciencia astronómica, que permitían saber cuál era la posición del barco con más precisión. Todo estaba preparado para la nacencia de los grandes Descubrimientos. Además de las técnicas de navegación in crescendo; el resurgimiento económico, comercial y cultural de Europa, gestado con vigor ya en la Alta Edad Media y subrayado en la Baja Edad Media, fueron las paradigmáticas motivaciones de todo ello. “Por primera vez desde la caída del Imperio romano, los buques podían navegar a grandes distancias llevando y trayendo mercancías de todas clases a unos mercados cada vez más ansiosos de ellas y más capaces de pagar un alto precio por adquirirlas”. De la conexión con el continente asiático se iba a encargar la Serenísima República de Venecia, por medio de uno de sus más eximios ‘hijos’, se llamaba Marco Polo, quien por medio de su Libro de las maravillas incrementó el interés y la ilusión de los europeos por llegar hasta aquellos confines tan deseados. Las Cruzadas no habían conseguido sus fines de acabar con el Islam, y ahora se exploraban otras fórmulas y otros caminos. La angustia de la Europa cristiana llegó a su paroxismo cuando cayó, estrepitosamente, la otrora capital del Imperio Romano de Oriente o Bizantino, Constantinopla, ahora en poder de los turcos otomanos.

En el epígrafe de la PÁGINA-16, El papel de Portugal, se comete un error histórico sideral, habitual e inexplicable: en ninguna circunstancia Portugal se separa de Castilla, territorio casi inexistente, salvo que en el colmo del desideratum medieval el Reino de León sea Castiella; lo que no ha sido-ni será nunca. Portugal o Territorio Portucalense o Condado de Portugal SIEMPRE fue un territorio del Regnum Imperium Legionensis, del que se independiza, siendo el rey Alfonso VII “el Emperador” de León, y su enemigo su primo Alfonso Enrique I de Portugal. Corrección obvia. Serán los ‘lusitanos’ los que se lancen a la investigación naval, desde su emporio científico de Sagres. “… con el triple propósito de continuar la Reconquista al otro lado del estrecho de Gibraltar (Ceuta 1415), conseguir esclavos, marfil y oro en las costas africanas y, señaladamente, llegar al fastuoso Extremo Oriente contorneando el continente africano. Pero la dificultad de la tarea y su propia inmensidad para las fuerzas del pequeño reino hicieron que solo en 1487 Bartolomé Díaz llegara al extremo sur de África, descubriendo el cabo de las Tormentas o de Buena Esperanza, y que once años más tarde, seis después del decisivo primer viaje de Colón, Vasco de Gama alcanzara la India”.

Pero, en este esplendoroso siglo XV será cuando aparezca la controvertida figura de Cristóbal Colón, del que se han escrito cientos de obras y miles de páginas, con la finalidad de poder descubrir todo lo críptico de su arrolladora personalidad, aunque sería el mismo navegante el que rodearía su figura y su vida de todo un halo de misterio, que su hijo Hernando Colón incrementaría a sabiendas. “… heredado, los papeles de un navegante anterior que realizó la travesía por accidente, y que, agotado y cercano a la muerte, le confió su gran hallazgo. Parece ser que se trataba de Alonso Sánchez de Huelva…”. Con estos apuntes, mayoritariamente laudatorios, pretendo introducir prístinamente en el interés por la lectura de este libro, salvo los habituales errores del Medioevo, que iremos corrigiendo por mor de la recuperación identitaria legionense.Intellectus appretatus discurrit qui rabiat, ET, Dicebatur”.

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