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Manuel Avilés
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Manuel Avilés (Foto: cedida por el autor)

Entrevista a Manuel Avilés: “Las relaciones humanas son muy complicadas. El egoísmo está presente en todas ellas”

Autor de “El Gato Tuerto”
jueves 03 de noviembre de 2022, 11:08h

Manuel Avilés da un salto en el vacío y abandona la no ficción para adentrarse por los caminos de la creación pura y dura, pero ¡ojo! Su novela está basada en hechos reales, quizá demasiado reales, y a lo que estamos muy acostumbrados por los muchos errores judiciales que se perpetran en nuestro sistema de justicia totalmente obsoleto. En “El Gato Tuerto”, un nombre que nos sugiere exotismo caribeño, encontraremos de cuántas maneras distintas puede interpretarse una misma realidad, y todo ello de la mano de un enérgico autor.

Manuel Avilés
Manuel Avilés (Foto: cedida por el autor)

Manuel Avilés, como todos sabemos, está jubilado, pero no del todo. Se dedica a las motos, la literatura y a cumplir diariamente con su débito matrimonial. Fue, en tiempos de la Democracia, funcionario del Cuerpo Especial de Instituciones Penitenciarias, llegando a ser subdirector de gestión del Centro Fontcalent en Alicante y director del Centro de Nanclares de Oca en Álava en los años de plomo: el éxito al frente de ese establecimiento fue rotundo y eso lo llevó a ser asesor ejecutivo de la Secretaría de Estado del Ministerio de Justicia e Interior. Actualmente, colabora con el programa literario de Onda Cero Alicante. En la entrevista, nos cuenta los muchos entresijos que tiene su novela, pero no da muchas pistas. Será el lector el que termine de atar los cabos sueltos.

Un club para ligar y una isla, Cuba, llenos de sensaciones fuertes: ¿es real, y se basa en sus propias experiencias?

No he estado nunca en El GatoTuerto, que es un garito cubano, habanero, al que acuden los turistas porque se come, se bebe, hay mojitos y ambiente idóneo para ligar, conforme me he informado y es el que da nombre a la novela. He estado en Cuba una vez, por motivos laborales como funcionario de Interior y preparando un Congreso Internacional sobre prisiones. Me acompañaron siempre un general y un coronel. También he estado muchas veces y mucho tiempo en Sudamérica, siempre por trabajo y porque Antonio Asunción y Juan Alberto Belloch me mandaban para despistar a los etarras que estaban empeñados en darme el pasaporte eterno para el más allá. Sentí muchas veces auténtica vergüenza de ver aviones atascados, que aterrizaban en Cartagena de Indias, en busca de chicas jovencitas. Algo de esto sale en mi anterior novela “De prisiones, putas y pistolas”. Las putas son las más dignas de todo este entramado vergonzante, mucho más que algunas señoronas enjoyadas, enlacadas y plastificadas. No he ido jamás de putas, no porque yo sea un hombre virtuoso, que no lo soy, sino porque en cuarenta años de cárcel he conocido a miles de ellas y todas tienen detrás historias de miseria, de opresión y de humillación que imposibilitan que ningún hombre quiera o pueda disfrutar con ellas a cambio de unos dólares o unos euros. Recorrí gran parte de Sudamérica y me vine limpio e inmaculado -igual es que soy imbécil- pero nunca quise mezclar mi trabajo con ir de rumba, como allí dicen. Sobre mujeres que acudan a Cuba a divertirse y disfrutar solo sé lo que he escrito en El Gato Tuerto tras documentarme como he podido para escribir la novela.

Las putas son las más dignas de todo este entramado vergonzante, mucho más que algunas señoronas enjoyadas, enlacadas y plastificadas

“El Gato Tuerto” es un cóctel concentrado de muchos géneros: “thriller” judicial, una reflexión sobre el amor y el desamor, un estudio sobre la amistad pasajera y la auténtica, una historia de ilusiones perdidas: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?

Tú lo has definido bien, un “thriller judicial y una historia de ilusiones perdidas”, que una mujer grandiosa pelea por recomponer. Las relaciones humanas son muy complicadas. El egoísmo está presente en todas ellas y los hombres suelen, o solemos, pensar bastante con la bragueta. Eso es fuente de muchos problemas: es la vida misma y de eso trata esta novela. El egoísmo, la búsqueda del propio e inmediato placer que nos crea tantas complicaciones, el hecho de tirarnos muchas veces piedras contra nuestro propio tejado, el buscar la satisfacción aquí y ahora y ya… nos genera muchísimas veces unos líos que nunca imaginamos porque, en muchas de nuestras acciones impulsivas e imprudentes, calibramos mal las consecuencias o incluso nos creemos impunes. Esta novela es la vida misma y la condición humana o, al menos, un intento de retratarlas. Todo eso que he dicho pasa en El gato tuerto.

Sus libros suelen basarse en casos reales: ¿cuál fue el detonante para escribir “El Gato Tuerto”?

Yo estuve mucho tiempo en la cárcel -sobre todo dirigiendo centros penitenciarios-. Me jubilé para dedicarme al placer: las motos y la literatura, porque no era plan acabar mis días bailando siempre con la más fea. Pienso que la realidad supera a la ficción casi siempre. Por eso busco historias, leo, me fijo en lo que pasa a mi alrededor. La historia de este caso judicial me llegó por casualidad y me interesó sobremanera desde el primer minuto.

Dado que en mi trabajo carcelario he tenido que investigar mucho, leer mucho y llegar a muchas conclusiones, en esa actividad que llaman en las cárceles “el tío de la máquina”, el instructor de centenares de informaciones reservadas en asuntos feos habidos en las prisiones, tengo una cierta práctica en fijarme en los detalles e investigar. Sé preguntar y hacerme el imbécil, que es una manera inmejorable de obtener información. Con estos mimbres me documenté sobre esta historia truculenta e intenté -no sé si lo he conseguido- armar una novela con una base real en la que la protagonista y la víctima es una mujer que no forma parte del procedimiento jurídico que aquí se ventila.

“El Gato Tuerto” es 90% diálogo expositivo que va desentrañando el misterio, y 10% reflexiones internas. ¿Quería que se leyera como una obra de teatro, una tragedia griega de cuatro personas, con el coro de la prensa, las denunciantes y la sociedad de trasfondo?

Usted lo acaba de decir. Cada lector es libre de leer como quiera y llegar a las conclusiones que quiera. Otra cosa es que tales conclusiones sean ajustadas a la realidad. Yo la leería como una tragedia griega. En un pasaje de la novela digo que para tener posibilidades de éxito en una relación “hay que ser mulos del mismo pesebre”, frase robada a mi gran amiga boticaria, Paloma Doncel. Hay que tener gustos comunes, cultura parecida, valores similares, intereses iguales…. Aun siendo mulos del mismo pesebre, se pega la gente unas hostias importantes. Cuanto más, como aquí, cuando las culturas, la procedencia, la formación, etc… son tan dispares. Es lo que tiene el amor, el encandilamiento, el soltarse los torrentes de adrenalina… que crea un estado de trastorno mental transitorio difícil de gestionar.

La prensa, las denunciantes, la sociedad del trasfondo, el morbo, los intereses, el cotilleo, la mala leche imperante… son decenas de factores que contribuyen a ensamblar el coctel demoníaco en que todo se transforma.

Los narradores son varios protagonistas en primera persona. Dos de ellos son mujeres, con toda la carga compleja, intimista y emocional: ¿por qué ellas y no ellos? ¿Se basan en una proyección suya, o en su experiencia directa con mujeres, o has investigado también en manuales sobre psicología femenina?

Mi gran amiga, Carmen Posadas, dijo una vez de mí que “tengo un conocimiento preocupante de las mujeres”, entiendo que lo dijo afirmando que sé mucho de ellas. Eso lo dijo porque me quiere, como yo a ella. Tal vez quería echarme un piropo. Con las mujeres me he pegado cada hostia de las de no levantar cabeza. Como diría el gran Sabina: tiré una vez la casa por la ventana, me tatué en las sienes una diana, probé un veneno. Bueno, pues esto lo he hecho más de una vez, y de mujeres no tengo ni puta idea.

He querido que la protagonista sea una mujer porque ella -y sus hijos y los hijos son un paquete indisoluble con la mujer- es la gran víctima de todo esto. Hasta tal punto que, acabada la novela, voy sabiendo aún más. Tanto que es posible que haya que escribir otra.

Algo de Psicología femenina estudié en mi juventud cuando hacía Filosofía y Ciencias de la Educación en Granada, allá por el paleolítico porque Franco aun vivía y yo tenía diecinueve años. Había una asignatura que era Psicología Diferencial. Creo que no me sirvió mucho dado la leña que me he llevado que sí daría para un thriller macabro, pero no pienso contar mi vida. En la novela no hay ninguna proyección personal, o eso creo.

“Los abuelos tenemos permiso para ser repetitivos”

En el “El Gato Tuerto” subyace, bajo el relato de un error judicial, un alegato de la presunción de inocencia y una defensa del individuo aislado e insignificante frente a la maquinaria enorme y desalmada de la justicia, que en este caso muele despacio y lo hace fatal: ¿qué opinión le merece la justicia española? ¿Un gigante con pies de barro desbordado por una realidad para la que los códigos penal y civil han quedado obsoletos?

Tras cuarenta años en la cárcel -los abuelos tenemos permiso para ser repetitivos- mi confianza en la Justicia y en los políticos que la dictan es muy limitada. Pese a ser un anciano anarquista, cada día más, sigo pensando que muchas instituciones son necesarias para no caer en el desmadre, en la ley del más fuerte, del más rápido y con más puntería y del que antes desenfunde.

Nos hemos judicializado de una manera gigantesca, desmesurada. Se va al juzgado por todo. Los jueces no son dioses, los abogados tampoco. En este caso, un jeta, un caribeño normal, es arrollado por una maquinaria que es hija de su tiempo y de los condicionantes sociales en que se mueve, de los grupos de presión, del ambiente social creado, etc… Ser un jeta puede merecer una condena, pero no el mazazo que a este le ha caído. Creo que me he documentado bien y suficientemente, y es mi opinión. No puedo decir más porque reventaría el libro, y hay que leerlo para que cada uno se haga su opinión propia.

De todas formas, lo digo al principio de la novela, no pretendo ir ni contra los tribunales ni contra los abogados o las denunciantes. Voy a favor de la gran víctima que es Itziar y que, sin arte ni parte, sin meterse con nadie, ha sido la gran perjudicada.

Al mismo tiempo, “El Gato Tuerto” es un ejemplo puntual del fenómeno arrollador “MeToo/Yo sí te creo”, y una denuncia de sus daños colaterales, con el linchamiento mediático y el doble rasero en la presunción de inocencia, automática si la acusada es mujer, pero denegada si el acusado es hombre: ¿cuál es su opinión al respecto, y qué se podría hacer para equilibrar esa balanza?

Absolutamente cierto todo lo que dice. Hay que buscar un equilibrio -para eso están los poderes públicos y para eso cobran, y cobran muy bien- y que cualquier hombre que agreda, viole, subyugue, esclavice o prostituya a una mujer sea castigado duramente. Eso hay que cuadrarlo con principios elementales del Derecho: somos iguales ante la ley y, hoy, hay hombres en desventaja. La presunción de inocencia es sagrada y hoy se está considerando culpables a algunos antes de que haya una sentencia. La carga de la prueba la soporta el que acusa. Uno acusa de algo y tiene que demostrarlo, yo no tengo que andar a diario demostrando que soy inocente. En mi documentación para esta novela -¡ojo, que es una novela, no un recurso judicial ni un tratado de penal o procesal!- veo muchas lagunas y muchos puntos oscuros. Ser un jeta caribeño es reprochable, incluso puede ser penalmente reprochable, pero no motivo de la losa que le ha caído encima a este tipo al que no conozco.

¿Cómo se planteó esta historia de una tremenda injusticia judicial digna de Ionesco: es una farsa en serio, un cuento entre grotesco y surrealista, o una novela de reivindicación que usa el absurdo y el humor negrísimo como desahogo?

Es usted muy bueno poniendo títulos y etiquetas. Exactamente podríamos calificar a esta novela como “una farsa en serio”, un hombre infiel que piensa que todo eso es una tontería con la que no va a pasar nada, pero entran en juego otra serie de condicionantes y desata una hecatombe familiar digna de aquellas canciones de Aute que hablaban de los “dramas mejicanos de Buñuel”. Humor en la situación creada hay poco o ninguno. Ni siquiera humor negro.

Nadie, por muy noble que se crea, puede ir de puro e inmaculado. Por eso España no me parece un país racista

En “El Gato Tuerto” también se habla del racismo invisible y tácito, de los prejuicios y clichés a la hora de (pre)juzgar a una persona de otro país, otra cultura, u otra raza. ¿Cómo ve la situación en España ahora mismo; ese racismo es la excepción, o es generalizado?

Vamos a ver. España no me parece un país racista. Yo fui emigrante de pequeño. Ilegal en Alemania con mis padres que tuvieron que irse para que pudiéramos comer. Admito a los emigrantes y a las otras culturas porque España siempre ha sido un cruce de culturas. No hay nada más tonto que ir aquí por la calle jactándose de pureza de sangre. Me acuerdo de haber hablado un día con el propio Arzallus de aquella bobada de los ocho apellidos vascos. Aquí, cualquiera que bucee en su genealogía encuentra varias putas, algún macarra, algún cura salido, un prestamista usurero y más de un delincuente de la peor calaña. O sea que nadie, por muy noble que se crea, puede ir de puro e inmaculado. Y si es noble, peor. Mire los Borbones, por ejemplo. ¿Pueden jactarse de algo con elementos entre su estirpe de la calaña de Felipe V, Carlos IV o su mujer La Parmesana, Fernando VII o Alfonso XIII? El último pobre que ande hoy comiendo en un comedor social tiene más nobleza que ellos. O sea, que vacilar de nobleza y de sangre pura y de raza inmaculada, lo justo.

Ser extranjero en España puede no ser ningún problema si eres rico. Tú te llamas Zidane, por ejemplo, y cualquier padre estará orgulloso de que su hija se case con un moro, pero si te llamas Abdeslam Hamed y has venido en una patera desde Argelia, la cosa toma otro cariz.

Yo sé lo que es ser pobre y sé cómo en el colegio los curas que predicaban la igualdad y el amor evangélico a mí me daban los libros usados diez veces y sin tapas porque yo era de los que no pagaban y estaba allí acogido por caridad. Sé lo que es ver a los otros niños con rotuladores de colores y yo con un lápiz de cuarta mano y mordido. Una mierda.

La igualdad ante la ley es un poco postureo. No es lo mismo que te defienda un abogado jovencito de oficio -¡ojo que puede ser muy bueno!- a que lo haga el bufete Garrigues Walker o el de Pedro Horrach, gran amigo mío, por cierto. No es lo mismo un abogado prestigioso que tiene caché y prestancia social y va al juzgado o a la cárcel a interesarse de continuo por el asunto -¿qué pasa con lo mío?- que el que está tirado allí sin padre ni madre ni perro que le ladre. Y, cuidado, que al condenado de esta novela se le aparecieron la Virgen de Fátima, la de Lourdes y todas las posibles porque la protagonista -en estado de enamoramiento, o sea de trastorno mental transitorio que la aleja de la realidad- ha estado desde el minuto cero apoyando y jugándose su vida, su trabajo y su patrimonio.

También hay una crítica de la denuncia fácil de acoso sexual o, directamente, violación, como un elemento peligroso e impredecible en sus consecuencias: como arma arrojadiza ideológica, elemento de propaganda movilizadora e instrumento de venganza personal o para obtener una indemnización sustanciosa. En todos tus años de experiencia con la Justicia e instituciones penitenciarias, ¿qué opina de este fenómeno tan candente?

La violación es un delito gravísimo. Es una invasión violenta de la intimidad y de la libertad sexual, es inadmisible. Al violador…leña. Pero hay que hilar muy fino y exigir pruebas fehacientes, hay que usar todas las técnicas de investigación criminal, todas las técnicas forenses y policiales, todas las técnicas médicas y psiquiátricas y todas las pruebas de una parte y de otra para no generar indefensión que es lo peor que le puede pasar a la justicia. Por otra parte -vean las dos frases que hay al principio de mi novela- hay que tener mucho cuidado con las manipulaciones, incluso a nivel inconsciente, de la propia memoria que busca acomodarse y recrear lo que querría que hubiese pasado, como afirma mi buena amiga y gran escritora Lorena Franco.

Los protagonistas de la historia son inusuales, pues no son héroes con talento y triunfos, sino personas corrientes que incluso cabría considerar “fracasados”: una esposa engañada, un marido infiel, unos abogados ineptos, unas presuntas víctimas manipuladoras. ¿Siente cariño por los personajes machacados por la vida, y qué le atrae de ellos?

Esposa engañada, de acuerdo. Marido infiel… también de acuerdo. No lo estoy con abogados ineptos ni víctimas manipuladoras. Cada abogado actúa según su leal saber y entender y cada víctima busca que “el asunto” le salga lo mejor posible. Pienso en la honradez y la buena voluntad de la gente y me niego a creer que nadie, en un juicio, en un proceso, se ponga a mentir deliberadamente. Uno recrea la realidad y cuando se mete en esa recreación -cuarenta años de cárcel dan muchas tablas- no tiene ni conciencia de mentira. Todo lo que dice es verdad para él, conforme a aquellas teorías que nadie ha falsado que proclamaba Joseph Goebbels. Un profesor mío de penal, el gran magistrado Don Rafael Bañón, decía: siempre que me pongo la toga para entrar a un juicio canto para mis adentros: Vamos a contar mentiras, tra la ráaaa. Era un sabio este señor.

Los personajes machacados por la vida son mucho más atractivos que los niños buenos, piadosos y pelotas del padre prefecto en el colegio o del sargento en la mili, no sirven para escribir nada. Ya lo decía Cioran: las grandes obras nacen de las situaciones convulsas y de tormenta. En Suiza nunca ha pasado nada y lo suizos solo han inventado el reloj de cucú.

Esta es una novela de matices y sombras, donde nadie es bueno o malo, y el factor determinante no son los hechos, sino la interpretación que cada uno hace de ellos. ¿Esta es también una crítica del relativismo que parece estar de moda?

¡¡¡Joder!!! es usted genial en sus etiquetas. Los matices son lo importante. Todo el mundo tiene sus razones y cada uno tiene una visión de la realidad que lo determina bastante. El Derecho Natural no existe. El Derecho lo hacen los poderosos y ellos dicen qué es delito y qué no es. En España, por ejemplo, hace poco estaba penado el adulterio y el amancebamiento. Hoy nos parece inconcebible que se castigue a alguien por vivir juntos sin pasar por la vicaría. No obstante, hay conductas que nos parecen intrínsecamente repugnantes y, a mí, la violación, la relación sexual forzada, me parece una de ellas. Hay que leer El gato tuerto y sacar, cada uno, la conclusión que quiera.

“El Gato Tuerto” no tiene punto y final; ni siquiera punto y seguido. Es un caso abierto, sin zanjar, y puede ocurrir cualquier cosa: ¿habrá segunda parte, o solo quería abrir el debate con un caso sangrante, y ahora tiene otros proyectos diferentes para el futuro?

No se crea que tengo muchos proyectos de futuro, porque la edad es determinante y cualquier día me ven camino del crematorio. Para mí pasó la época de las bodas, bautizos y comuniones, y he empezado ya con entierros y funerales.

Esta novela requiere una segunda parte y, si me da tiempo, la voy a escribir. Lo haría incluso aunque me metieran en la cárcel por culpa de esta -no me quiero comparar con Cervantes, Quevedo, Buero Vallejo, Miguel Hernández… que sufrieron represalias serias por sus escritos- . En la cárcel, sin móviles, en algún hueco silencioso del módulo sociocultural, sin preocuparme por la comida ni la cama ni el coste de la luz, con el vis a vis cada quince días… sería un buen ambiente para hacer una segunda parte de “El gato tuerto

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