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En un edificio situado en este mismo lugar estuvo el Estudio de la Villa de Madrid
En un edificio situado en este mismo lugar estuvo el Estudio de la Villa de Madrid

Miguel de Cervantes en el Estudio de la Villa

Por Luis Miguel Román Alhambra
martes 28 de febrero de 2023, 12:02h

En el año 1966, el Centro de Estudios Alcazareños, con la dirección de Manuel Rubio Herguido, editó en su cuaderno de temas alcazareños Noria varios artículos del cervantista alcazareño Francisco Saludador Merino, con esta intención:

Es mi propósito exponer algunos datos históricos que la diuturnidad del tiempo borra de la memoria de los hombres y hace aparecer a las personas y las cosas distintas a como en realidad fueron. Hecho ineluctable y que sólo desciframos cuando, ahondando en la materia, vemos que la mayor parte fueron desvanecidos adrede.

En uno de ellos, ahonda en lo improbable que parece que Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares 1547- Madrid 1616) pudiese estar estudiando en el Estudio de la Villa de Madrid, en el año 1568: «Como quiera que el Miguel de Cervantes de Alcalá tenía a la sazón 21 años, edad inverosímil para ser un caro y amado discípulo del Maestro Hoyos, con edad propia para jugar al tute…»

Y parece, con los datos con los que contamos, que don Francisco llevaba razón, aunque sobre este tema el cervantismo oficial ha querido siempre pasar de puntillas.

En la última biografía del autor del Quijote, Cervantes (2022) de Santiago Muñoz Machado, según muchos la más completa realizada hasta hoy, anota su autor:

Aprende de niño en la escuela de López de Hoyos. Permanece solo unos cuantos meses y no ha sido concretado si como alumno o, dado que Cervantes ya pasaba de los veinte años y su edad desentonaría con los de los demás estudiantes, más jóvenes, tal vez como colaborador del maestro. El dato autobiográfico que se levanta de esta relación es el que resulta de los poemas (un soneto-epitafio, una copla castellana, cuatro redondillas y una elegía dedicada al cardenal Espinosa) que compone Miguel por encargo de López de Hoyos, para honrar a la reina Isabel de Valois con ocasión de su fallecimiento, en 1568, a los veintitrés años, como consecuencia de un parto. López de Hoyos los presenta como escritos por su «amado discípulo».

Posiblemente, Saludador Merino contase con datos e informaciones que hoy yo no dispongo, pero sí del acceso on line a los archivos estatales y a estudios recientes, como el interesantísimo Un Maestro en tiempos de Felipe II (2014) de Alfredo Alvar Ezquerra, sobre la vida y enseñanza de Juan López de Hoyos, y su vinculación con los primeros versos conocidos del autor del Quijote.

Madrid, como en otras muchas villas de Castilla, contaba con maestros de Gramática a costa de los ayuntamientos. A principios del siglo XVI, Madrid disponía de un Estudio de la Villa, estando prohibido abrir ningún otro centro similar.

A estas escuelas oficiales, o estudios de las villas, acudían los muchachos, que ya sabían leer y escribir, para formarse durante tres años en los conceptos de la Gramática, y después poder matricularse en una universidad si querían seguir estudiando. La edad habitual para entrar a estos estudios de las villas era de unos ocho a diez años.

En esos tres años se les instruía mediante el sistema conocido como trívium: Gramática, Retórica y Oratoria. En el primer año estudiarían, al menos, las Introductiones latinae de Nebrija y los Disticha moralia de Catón. El segundo año profundizaban más en las Introductiones latinae y estudiaban a los clásicos, como Juvenco, Sedulio y Virgilio, comenzando en este curso, ahora sí, con sus primeros pinitos componiendo versos. Terminaban estudiando en el tercer año Artes gramaticae, progresando en la Gramática por medio de otros autores, como Quintiliano, Horacio, Lucano y Estacio, con los que mejoraban, aún más, sus dotes de composición.

De los estudios de las villas, y los colegios menores de las Universidades en los que se impartía la misma instrucción, se salía con la edad de entre once a quince años. De aquí podían pasar a la Facultad de Artes y Filosofía, donde se formaban durante otros cuatro años como bachiller. Después, haciendo un examen obtenían el grado de maestro.

El bajo nivel educativo que había en la España rural está bien descrito por Cervantes en el Quijote, cuando el mismísimo Sancho afirma que «yo no sé leer ni escrebir», como tampoco sabía su mujer Teresa, ni sus dos hijos, y lo mismo ocurría con Aldonza Lorenzo, Dulcinea. En las villas pequeñas, los niños de familias humildes, no las niñas que quedaban para aprender labores propias de las casas, solo podían aprender a leer, escribir y contar en las escuelas municipales y en los centros abiertos en los conventos e iglesias. La edad para comenzar podía ser de lo más temprana o ya creciditos, como Sanchico, el hijo de Sancho Panza y Teresa: «Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia» (Q 2, 5).

Las familias que contaban con recursos suficientes para pagar los estudios de sus hijos, hacían que estos estudiaran el trívium en un colegio menor de una Universidad y después seguir estudiando el bachiller en ella. Así nos lo describe también Cervantes en el Quijote, cuando don Diego de Miranda, que es «más que medianamente rico» dice a don Quijote:

… tengo un hijo, que a no tenerle quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy, y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Será de edad de diez y ocho años, los seis ha estado en Salamanca aprendiendo las lenguas latina y griega, y cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias hallele tan embebido en la de la poesía, si es que se puede llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar la de las Leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la Teología. (Q2, 16)

El maestro López de Hoyos había ganado la plaza por oposición de preceptor del Estudio de Gramática de la Villa de Madrid el 29 de enero de 1568. Unos meses más tarde, el 3 de octubre de ese mismo año, moría la reina Isabel de Valois, y el ayuntamiento de Madrid encarga al maestro López de Hoyos «componer los epitafios, alegorías, jeroglíficos e historias que habían de colocar en la iglesia de las Descalzas Reales para celebrar las exequias que hizo la Villa en 24 de octubre por la Reina Doña Isabel de Valois», como anotaba Saludador Merino.

Juan López de Hoyos, «Catedrático del Estudio desta villa de Madrid», incluye en el libro Historia y relación verdadera de la enfermedad felicísimo transito, y suntuosas exequias fúnebres de la Serenísima Reyna de España doña Isabel de Valoys nuestra Señora, publicado en 1569, las composiciones que sus discípulos del estudio habían hecho para los funerales de la reina:

«En torno al túmulo hubo todas estas letras, que de mas de los ejercicios en latín que en el estudio hicieron nuestros discípulos, también compusieron en metro Castellano, y dedicado todo este tan maravilloso espectáculo, a la serenísima Reina, el ilustre ayuntamiento desta villa de Madrid»

Historia y relación verdadera de la enfermedad felicísimo tránsito (BNE) Folio 143

Es, por tanto, en este escaso intervalo de tiempo, dos o tres semanas, desde la muerte de la reina hasta la celebración de las exequias, cuando los discípulos de López de Hoyos en el Estudio de la Villa, probablemente de tercer año, hicieron sus composiciones para tal evento. Entre esos discípulos incluye explícitamente en tres ocasiones el nombre de Miguel de Cervantes. Es muy curioso ver que en las biografías cervantinas solo aparezca la primera mención, con el calificativo de «nuestro caro y amado discípulo»:

Estas cuatro redondillas castellanas, a la muerte de Su Majestad, en las cuales como en ellas parece, se usa de colores retóricos y en la última se habla con su Majestad, son con una elegía que aquí va de Miguel de Cervantes, nuestro caro y amado discípulo. (fol. 147 v)

Tabla: «Epitafios. 1. Primer epitafio en soneto con una copla Castellana que hizo Miguel de Cervantes mi amado discípulo».

Tabla: «Elegía de Miguel de Cervantes en verso Castellano al Cardenal en la muerte de la Reyna, trátense en ella cosas harto curiosas con delicados conceptos».

Miguel de Cervantes, el «amado discípulo» del Juan López de Hoyos, estaba en 1568 en Madrid estudiando en el Estudio de la Villa. Su edad estaría, por tanto, entre los ocho a quince años. No es posible, como ya mantenía Francisco Saludador Merino hace casi sesenta años, que el Miguel de Cervantes, nacido en Alcalá de Henares en el año 1547, fuese el autor de estos versos con veintiún años. Aunque el cervantismo siempre ha querido justificar de alguna manera que bien podía haber estudiado el alcalaíno de niño con López de Hoyos, olvidando la afirmación del maestro: «En torno al túmulo hubo todas estas letras, que de más de los ejercicios en latín que en el estudio hicieron nuestros discípulos…»

Para confirmar que, en octubre de 1568, el alcalaíno no estaba entre los discípulos del maestro López de Hoyos, solo hay que tener en cuenta las afirmaciones que el propio alcalaíno hace en el memorial que redacta en mayo de 1590, exponiendo sus méritos y servicios a la Corona, para solicitar uno de los cuatro puestos vacantes en América. En el Archivo General de Indias de Sevilla se encuentra este memorial de «Miguel de Cervantes Saavedra, sobre que se le haga merced, atento a las causas que refiere de uno de los oficios que pide» Y enumera sus destinos pretendidos y sus méritos:

  • que a servido de 22 años a esta parte
  • en la batalla naval allí de un arcabuzazo perdió una mano
  • el año siguiente fue a Navarino
  • después a Túnez y la Goleta
  • y viniendo a esta Corte para que su Majestad le hiciese merced fue cautivo en la galera del Sol con su hermano, que juntos habían servido en las dichas jornadas. Fueron llevados a Argel donde gastaron su patrimonio en su rescate y la hacienda de su padre y las dotes de dos hermanas

Dice que «a servido de 22 años a esta parte». Solo hay que restar estos años a 1590 para tener el momento en el que el alcalaíno se alistó en alguno de los Tercios españoles: 1568.

Y siguiendo con documentos disponibles en los archivos estatales, estando cautivo Miguel de Cervantes en Argel, su padre Rodrigo de Cervantes solicita una información, ante un alcalde de corte en Madrid, para probar que es su hijo, y que por su falta de recursos no podrá hacer frente al rescate pedido. Dice que «… que a Miguel de Cervantes mi hijo al presente está cautivo en Argel y a mí como su padre conviene averiguar y probar como el Miguel de Cervantes mi hijo ha servido a su Majestad de diez años a esta parte…» Esta información la hace Rodrigo de Cervantes en 1578.

Si en el mes de octubre de 1568, el «amado discípulo» de López de Hoyos, autor de estas composiciones, estaba en medio de un curso en el Estudio de la Villa, con entre ocho a quince años, parece improbable que estuviese también sirviendo ya en el ejército con veintiún años, como él y su padre afirman.

Después, en el memorial, dice que «en la batalla naval allí de un arcabuzazo perdió una mano». Se está refiriendo a la batalla de Lepanto, de la que tan orgulloso estaba de haber servido el autor del Quijote:

Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria (Prólogo a las Novelas ejemplares, 1613)

Parece contradictorio que el autor del Quijote y las Novelas ejemplares pueda estar estudiando Gramática en octubre de 1568, con ¡veintiún años!, al mismo tiempo sirviendo en el ejército y exactamente tres años después, el 7 de octubre de 1571, en una galera de la armada cristiana en Lepanto.

Aquí hay que anotar que, entre los heridos de la batalla de Lepanto, se encontraban en el hospital de Mesina, en marzo de 1572, recuperándose de sus heridas dos Cervantes con el mismo nombre: Miguel de Cervantes y Miguel Cervantes. En la carta de don Juan de Austria a su hermano el rey Felipe II con la relación de heridos en el hospital le dice que «Al veedor general y contador he ordenado que saquen una relación de los soldados que han quedado mancos y maltratados de la batalla…» (AGS, EST. LEG.1138, 77).

Tampoco este documento ha sido tenido en cuenta por los cervantistas, aunque se encontró a mediados del siglo XIX. Fue expuesto en 2016 por primera vez al público, no está aún disponible on line, en la exposición mostrada en el Archivo General de Simancas: Cervantes en Simancas y en los Archivos Estatales.

Más contradicciones con el alcalaíno Miguel de Cervantes. La fecha de comienzo al servicio del rey, 1568, que se desprende de los méritos del alcalaíno y la información realizada por su padre, también se contradice con la afirmación que hace el autor del Quijote en la dedicatoria a Ascanio Colona en La Galatea, publicada en 1585: «Juntando a esto el efecto de reverencia que hacían en mi ánimo las cosas que, como en profecía, oí muchas veces decir de V. S. Ilustrísima al cardenal de Acquaviva, siendo yo su camarero en Roma».

¿Quién fue este cardenal Acquaviva, al que sirvió como camarero el autor de la Galatea y el Quijote? Giulio Acquaviva, nace en Nápoles en 1546. En 1568, ¡otra vez estamos en 1568!, con veintidós años de edad, es enviado por el papa Pío V a España para, entre otras cosas, dar el pésame al rey Felipe II por la muerte de su hijo, el príncipe Carlos. Parte de Roma el 19 de septiembre y llega a Madrid el 13 de octubre. Solo diez días antes de su llegada a la Corte, el 3 de octubre, había muerto la reina Isabel de Valois. El día 30 de diciembre, de ese mismo año, parte de Madrid hacia Roma. Su estancia en España, y especialmente en Madrid, se prolonga unos dos meses y medio. En mayo de 1570, el papa Pío V le nombra cardenal diácono. El joven cardenal Acquaviva tiene veinticuatro años, siendo ya conocido como gran amante de las letras y mecenas de escritores. Muere, solo cuatro años más tarde, en Roma a los veintiocho años.

Si Miguel de Cervantes, autor de La Galatea, afirma estar al servicio del rey desde 1568, no es posible que estuviese sirviendo con Giulio Acquaviva, después de ser este nombrado cardenal en mayo de 1570.

Todos estos datos se contradicen con la figura de Miguel de Cervantes, nacido en Alcalá de Henares en 1547, y me surgen varias consideraciones y preguntas:

¿Quién es el Miguel de Cervantes que en octubre de 1568 está estudiando en el Estudio de la Villa de Madrid, con el maestro Juan López de Hoyos?

Si en la batalla de Lepanto, en octubre de 1571, hay en las galeras cristianas dos Cervantes que resultan heridos, si uno fue el autor de La Galatea, las Novelas ejemplares, el Quijote, las Ocho comedias y ocho entremeses y el Persiles ¿quién es el otro Miguel?

¿Por qué el documento en el que constan estos dos Cervantes heridos en Lepanto y expuesto al público en 2016, encontrado a mediados del siglo XIX, no es tenido en cuenta en las biografías del autor del Quijote? Si la respuesta es porque no lo conocían ¿dónde ha estado guardado, quien lo ordenó y por qué? Y si hay respuesta a esto ¿hay más documentos sobre Cervantes en el mismo cajón?

Si es evidente que el Cervantes alcalaíno no pudo estar al servicio del cardenal Acquaviva, ya que estaba sirviendo en el ejército desde 1568 cuando este fue nombrado cardenal en 1570, ¿qué Miguel de Cervantes, autor de La Galatea, le sirvió como camarero en Roma? Y, si Giulio Acquaviva estuvo en Madrid desde el 13 de octubre de 1568, siendo más que probable que asistiese a las exequias de la reina Isabel de Valois, el 24 de ese mismo mes en las Descalzas Reales, donde pudo apreciar las composiciones de los discípulos del maestro Juan López de Hoyos ¿pudo conocer durante su estancia en Madrid, hasta su partida en diciembre, al Miguel de Cervantes, autor de las «cuatro redondillas castellanas, a la muerte de Su Majestad…»? ¿Pudo llevárselo como camarero a Roma, hasta que Miguel decidiese alistarse en el ejército y luchar contra los turcos en Lepanto?

Muchas dudas, contradicciones y preguntas sobre el «amado discípulo» del maestro Juan López de Hoyos que, como apuntaba Saludador Merino, el «tiempo borra de la memoria de los hombres y hace aparecer a las personas y las cosas distintas a como en realidad fueron. Hecho ineluctable y que sólo desciframos cuando, ahondando en la materia, vemos que la mayor parte fueron desvanecidos adrede»

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