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Fulgentes destellos de haces

Reseña del libro "Nubes de piedra", de Ángel Olgoso

Por Luis Cerón Marín
domingo 03 de septiembre de 2023, 12:11h
Nubes de piedra
Nubes de piedra

La creación literaria no es otra cosa que la caracterización de una prolongación de la vida. Y si para este cometido nos centramos en la ficción como artífice constructivo, ésta nos permite disponer de un sinfín de matices, texturas y variaciones de lo más nutrido para escribir una obra, ya sea un relato, una novela, un poemario o una obra de teatro. El género es lo de menos. Lo realmente importante es la eclosión de la ficción como componente literario. De ahí en adelante podremos modelar nuestro texto a nuestro albedrío, dejando aparte -por ahora- las correcciones morfológicas, sintácticas y semánticas. Todo eso es secundario. Lo que pretendo destacar en este momento es el estilo.

"Nubes de piedra" (2023) es el título del nuevo libro de relatos de Ángel Olgoso, que la editorial Fagus ha tenido a bien publicar. “Nuevo” en alusión a su reciente aparición, ya que éste recoge treinta y cinco relatos correspondientes a la incipiente obra literaria del autor, fechados entre finales de los años setenta y principios de los ochenta. En ellos se plasman las inquietudes literarias de Olgoso junto a su afán prolífico de pergeñar historias con un sello singular tan propio como inalienable. Sus relatos dan fe de una orbe que solo los grandes autores literarios han conseguido -y aún consiguen- gestar, macerar y transmitir sin tacha. Pues bien, el autor que nos ocupa es uno de ellos. Se trata de un escritor que, aun visto lo visto, todavía podría ansiar más en torno a su cénit literario. Si se lee cualquiera de sus libros anteriores, comprobaremos el porqué de su reconocimiento literario a nivel nacional -e incluso más allá- en lo que a relato breve se refiere. Y si comprobamos el contenido de Nubes de piedra, quedaremos atónitos ante el nivel alcanzado en sus primeros escritos, los cuales se abordaron junto a un tenue proceso de creación poética.

Estos relatos corresponden a su incipiencia más curiosa, la adolescente, esa que es consecuencia de la curiosidad más boyante y de las lecturas más gozosas. Fruto de esa plenitud son estos escritos, cuya inspiración principal no es otra que la gran imaginación de la que hace gala el autor que nos ocupa. Ésta resulta fundamental para crear todo tipo de personajes, para enhebrar tramas y para crear atmósferas inimaginables a simple vista; la imaginación nos permite vivir más de una vida y, además, nos facilita la tarea a la hora de sintetizar una historia en muy pocas líneas. Podría poner varios ejemplos de ello… Entretanto, vaya por delante este fragmento de ‘La extraña caja de lápices del señor Wots’: “Mi nombre no importa… Confieso que al escribir este relato abrigo aún la esperanza de ser creído […]” Pues bien, en este trozo de cierto corte autobiográfico, Olgoso logra aunar todos estos elementos para crear un universo mágico en el que no hay lugar para la percepción ambivalente. Su cosmogonía está creada a conciencia, por y para hacer justicia a un solo instante vital, para tornarlo literario. Nada queda al azar: “Alfa y omega. Íncubo y súcubo. Tus dolores son una cancerosa catedral varada en el fango de la eternidad” (‘Tierra de cáscaras y demonios’). En esta ocasión se nos muestra, pues, una impronta arcana envuelta en una entelequia barroquizante. Sin embargo, cuando creemos hallar un mísero segundo de paz ante tanta ebullición lingüística, nuestro autor nos sacude con diversos ejemplos de una importante vis cómica: “-Debo suplicarle al señor que cuide sus juanetes -me aconsejó Agostiño… Naturalmente, me importaban un pimiento…” (‘Pulstar’). Así, a vuela pluma, puede inducirnos a la risa, a la reflexión o a ambas cosas; pero no hay duda de que nos mantiene despiertos ante la magnífica fruición con la que emplea el lenguaje, redondeando la trama que está componiendo y revitalizando la caracterización de los personajes y la descripción de los ambientes. Con todo, Olgoso conjuga realmente bien el maridaje de todos estos elementos, el cual está imbuido de matices oníricos que enriquecen las secuencias aparecidas en cada relato. Y si este autor granadino se caracteriza por dominar el relato breve, tanto mejor, ya que este género se presta al empleo de estos útiles tan plásticamente narrativos.

El libro está escrito en varias partes. Algunos relatos son muy pequeños; otros son más grandes, y otros son una apuesta literaria algo más ambiciosa, en la que se entremezclan una serie de tonos con una particularidad muy novedosa. En esta última mención, sirva citar el título de varios relatos, tales como “China”, en el que una pareja de novios visita China tanto desde un punto de vista turístico como desde un caleidoscopio soñador, acompañados de la ideal ‘familia Ping’ y aderezadas sus peripecias con varias ofrendas literarias de exótico y erótico bagaje, así como de una helénica mención de lo más épico, entre tantos otros ingredientes sugestivos; o “El Club de los Novecientos Flautistas”, cuya estructura está dividida en catorce capítulos, de cierto corte didáctico y moralizante (sic), a cual más embriagador e hilarante. En este pequeño intento de novela breve, una tríada de personajes de lo más patafísico y, por ende, borisvianés, protagonizan una serie de aventuras destinada a ensalzar el valor del absurdo. Ariel, Passalacqua y el Varón se encargarán de preconizar “la desproporción entre las medidas del cuerpo y de la inteligencia”, como agentes pertenecientes a tan selecto club que son. He aquí un fragmento del penúltimo capítulo, de proverbial traza: “Las facciones del doctor [Spitzer, malvado aprendiz de matasanos] adquirieron un excepcional color amatista luminoso, obligando al tierno cerebro que cobijaban a saltar limpiamente hacia arriba…”. Este es, pues, otro ejemplo de la irreverente tentación irónica que Olgoso nos ofrece sin ambages.

Pero eso no es todo. La poeta y artista multifacética Marina Tapia ha contribuido en la germinación de esta fascinante criatura literaria, cuya exquisita factura estaba inmersa en ingentes y profundas lecturas -José Luis Gärtner, escritor y dramaturgo, autor del prólogo también lo atestigua-, así como en un tardío acné irreverente, a través de unas ilustraciones perfectamente retrotraídas a la intención inicial. Es decir, que la autora los ha confeccionado a posteriori, ofreciéndonos así una relectura inédita de estas pétreas nubes tan singulares. Es más, sirven de colofón a varios de los relatos más insolentes y deslumbrantes. Aunque todo el libro denota unos fulgentes destellos de haces sabiamente coronados.

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