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Perfect days
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“JAPONÉS PARA PRINCIPIANTES”

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
sábado 27 de enero de 2024, 12:11h

El planteamiento presagia la catástrofe. Reiteración, monotonía, demasiada calma. La que respira este humilde funcionario japonés con vocación de monje zen consagrado a la limpieza de unos baños públicos. Habita un minúsculo apartamento, va en bicicleta al trabajo, hace una foto con su cámara analógica al mismo árbol -todos los días a la misma hora-, lee antes de dormir y, en apariencia, eso es todo. Pero sólo con eso, con eso y con su intransferible mirada, Wim Wenders construye una película exquisitamente sabia, delicadamente contestataria. Se titula ‘Perfect Days’, pero en cada fotograma se revelan por antítesis esos otros días, los Días del Trueno que nos ocupan.

Hirayama, su protagonista, tiene algo del Bartleby de Melville, mucho del Paterson de Jarmush, y mucho más del cine de Ozu. Sin embargo, su pasión por las odiseas existenciales en formato íntimo ya latía en su primera obra maestra, ‘Over Time’. Odiseas sin ruido ni furia, en las antípodas del cine al uso, en las que no pasa nada. Tampoco en ‘París-Texas’, menos aún en ‘Wings of Desire’. El drama es puramente existencial. ¿Puedo escribir metafísico?

El ojo hambriento de thrillers, con su buena ración de sangre para salpimentar las palomitas, se impacienta ante este insignificante poeta de las letrinas que lleva al extremo su insignificante oficio: verifica con un espejo los bajos de los retretes, pliega en triángulo la primera hoja de los rollos de papel higiénico. Los tokiotas que visitan su templo, un templo excremental de diseño hi-tech, como corresponde al Japón de la nueva era, ni reparan en él. La oposición entre alta tecnología y meditación callada, elevada desde lo ínfimo, va al paso de la banda sonora. Nunca ‘La casa del sol naciente’ estuvo más deshabitada en el país del sol naciente.

Todo es analógico en la vida de Hirayama. Nosotros, a fuerza de digitales, nos hemos vuelto virtuales. Así nuestra espiritualidad. Mindfulness con un toque oriental, retiros budistas en las Seychelles, antídotos de usar y tirar dentro de una existencia permanentemente acelerada. Desde su quietud, desde su silencio, desde su humillación cotidiana, Hirayama nos da una lección incómoda, tan bella como necesaria.

“A Sísifo hay que imaginarlo feliz”, decía Camus, el profeta del suicidio. Fue lo que intentó aquel otro personaje de Wenders, en ‘El cielo sobre Berlín’. Se lanza desde una azotea, pero su cuerpo queda flotando en un instante eterno. Otro día perfecto. Para aprender a vivir.

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