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"Pizarro y la conquista del imperio Inca", de Álber Vázquez

Ed. La Esfera de los Libros. 2023
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 19 de abril de 2024, 18:40h
Pizarro y la conquista del imperio Inca
Pizarro y la conquista del imperio Inca
En el año 1513 el colonizador, Adelantado y Gobernador extremeño Vasco Núñez de Balboa (Jerez de los Caballeros/Badajoz, ca. 1475 -Acla/Panamá, 15 de enero de 1519), enviaría una epístola al Rey Fernando V “El Católico” de Castilla y de León, donde le indicaba las riquezas ingentes que él había descubierto en el Darién: “… los ríos son de oro, fulguran los tejados de las casas y los indios tan siquiera se molestan en guardar los lingotes, de tantos que poseen”.

El inteligente y cauteloso Rey Católico, que siempre había desconfiado de las elucubraciones de Cristóbal Colón, confió, ahora sí, en Núñez de Balboa, y autorizó que se armaran y preparasen una veintena de barcos, para que se dirigiesen a Las Indias, dentro de ellos se embarcaron unas dos mil personas. “… Sin embargo, los españoles, poco habituados a dar su brazo a torcer y a reconocer errores, fingieron que la jungla cerrada, los inclementes mosquitos y los indios caníbales no eran para tanto y fundaron allá una ciudad, que recibió el nombre de Santa María de la Antigua, en honor y recuerdo de Nuestra Señora de la Antigua, en Sevilla. Corría el año de 1510 y el hombre al mando ya era el gigante rubio que aterrorizaría tanto a indígenas como a castellanos: Balboa. El mismo Balboa que había metido la pata hasta el fondo solicitando los refuerzos que ahora ponían proas hacia Santa María. El rey Fernando podría ser generoso, pero no tonto. De este modo, se aseguró de que al frente de la armada fletada por él y a cuenta de él, se situara un hombre de su plena confianza. Eligieron a Pedro Arias Dávila, conocido por todos como Pedrarias Dávila o Pedrarias a secas, un hombre de setenta y cuatro años que bien podría haber estado sentado al sol frente a la puerta de su casa y que, en lugar de ello, se marchó a las Indias con la intención de ponerle los puntos sobre las íes a ni más ni menos que al mítico Balboa. ‘Que todo aquello se rija según nos conviene’, le ordenaría el rey Fernando. ‘Y, en cuanto tengas un rato, nos mandas el oro’. Pedrarias nunca entendió el Darien, no al menos como Balboa lo había hecho. Sus decisiones y, más aún, las acciones que emprendió, marcarían el tono en el que las siguientes décadas se desarrollarían. Costó Dios y ayuda revertir el espíritu maligno de Pedrarias, vaya que si costó…

El Darién estaba colindante con el territorio del Dadaibe, el gigantesco templo todo de oro, adornado de perlas y pedrerías, según la indígena Anayansi; y como era obvio que el territorio del Darién debería ser muy rico, lo bautizaron como la Castilla del Oro. El Rey Católico dejó bien claro, y la cuestión no era negociable, que a los indios que se encontrasen, se les debería tratar con justicia y equidad; prohibiendo claramente el hacerles la guerra sin una causa más que justificada; el saltarse esta norma con los indígenas, podía suponer, sensu stricto, que a más de un colonizador o conquistador de las Españas se le cortase la cabeza, o como mínimo se le trajese a la Metrópoli cargado de cadenas. Allí estaría ya Francisco de Pizarro, el extremeño de Trujillo, quien sería considerado el conquistador más poderoso, después del Visorrey de la Mar Oceana, Cristóbal Colón, y por encima del de Medellín, Hernán Cortés. Pizarro conseguiría conquistar un continente inmenso, nada más y nada menos que al belicoso y poderoso Imperio de los Incas, donde conseguiría que se hablase español, con los matices típicos de los hispanoamericanos, y que la religión fuese el cristianismo. Su capacidad de sufrimiento sería inconmensurable. Riqueza y fama son sus divisas, es todo o nada; su carácter es muy complejo y poco diplomático. No será simpático ni para los indígenas, ni para los españoles. Es necesario indicar que los españoles, al contrario que entre los anglosajones estadounidenses, tienen una capacidad de autocrítica muy importante, luchan entre ellos, crean enemistades, y en muchas ocasiones, los gobernadores eliminarán, tras sentencias, a muchos de ellos, a los que se considera que han tenido un comportamiento inmoral o de latrocinio flagrante.

«En la primera mitad del siglo XVI, un puñado de españoles conquistó el continente sudamericano. Al frente de ellos se encontraba Francisco Pizarro y nadie habría dicho que disputasen de alguna oportunidad: el terreno que se extendía ante ellos estaba dominado por los implacables Andes y defendido por decenas de miles de soldados, pertenecientes al Imperio Inca. Pero, contra todo pronóstico, lo lograron. Esta novela narra cómo lo hicieron. Y cómo, tras conseguirlo, decidieron matarse entre ellos».

El libro está narrado en primera persona, ya que el autor realiza la labor habitual del cronista, no exenta la narración del habitual sentido del humor de Álber Vázquez. Las batallas campales son habituales; españoles e indígenas defendían su idiosincrasia y su potestad. Será, por consiguiente, Panamá el lugar convertido como centro de las operaciones. La narración de esta estupenda novela-histórica tiene como fin ineludible, llevarnos hasta la conquista del Imperio de los Incas, pero allí existirá un nombre propio regio que no está de acuerdo, y que se llama Atahualpa, en esta novela-histórica se nos narra, de forma rigurosa y pormenorizada, su ascenso al trono del Inca y su guerra para conseguir conquistar la gran urbe y capital de los incas que es el Cuzco, en esta guerra se nos ofrece otra forma de luchar y, sobre todo, las estrategias de incas y de los españoles, siempre tan disimiles.

Los personajes de ficción están tan bien delineados que son necesarios, y será a través de uno de ellos, Isabel de Ibarra como conoceremos la forma de impulsar la economía en el territorio de la Nueva Castilla. La comida era bastante difícil de conseguir, las decisiones se repentizaban, el dinero obtenido se utilizaba para la adquisición de armas desde las Españas, y los barcos servían para la única finalidad de hacer más dinero. Era todo ello un círculo vicioso, tras el cardenal Jiménez de Cisneros, el trono de las Españas se transforma en lo esencial del Imperio, con un nuevo soberano, llamado Carlos I de Habsburgo en las Españas y V de Alemania para el Imperio Sacro Romano y Germánico, y el Emperador necesita mucho pecunio para llevar a buen término sus aspiraciones imperiales, ya que en ese momento histórico un fraile agustino llamado Martín Lutero ha desbarato la unidad religiosa europea occidental, ha nacido la Reforma protestante, y el Emperador Carlos V solo lo podrá solucionar con la guerra. En suma, una magnífica novela-histórica, sobre uno de los hitos españoles más esenciales en la América Hispana. Importantes estas obras para luchar, con toda la corrección histórica posible, contra la falaz Leyenda Negra. Al final de la obra se nos ofrece, un cuadro cronológico muy esclarecedor. Pars melior humani generis, totius orbi flos».

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