La editorial Tusquets nos ofrece una complicada, pero enjundiosa novela-histórica, ahora sobre el Imperio de los Incas, lo cual demuestra, fehacientemente, que, a pesar de los pesares de la Leyenda Negra, manipuladora y falsa por antonomasia, la llegada, conquista e inteligente colonización de Las Indias o América Hispana, está de actualidad e interesa sobremanera. En su obra El Contrato Social: ‘Yo subscribo contigo un convenio, enteramente en perjuicio tuyo y enteramente en beneficio mío, que yo acataré mientras me plazca, y que tú acatarás mientras a mí me plazca’. En esta obra, el autor francés realiza una reflexión literaria, bastante interesada, con respecto a como los habitantes de las Españas, comenzaron a colonizar, conquistar y poblar Las Indias. Está claro que hubo, y se puede aceptar que incluso hasta aberraciones, pero los descendientes de Vercingétorix o de Julio Víndex, siempre han tenido una importante envidia con respecto a que los ciudadanos de Luis XV y Luis XVI no fuesen capaces de una epopeya semejante. Cuando Francisco Pizarro llegó a las ubérrimas tierras del Imperio de los Incas, con apenas dos centenares de hombres, que indudablemente pretendían mejorar su modus vivendi, en pos de conseguir riquezas auríferas que mejorasen su condición vivencial en Hispania, y de triunfos militares que les aureolasen. El Emperador Inca del momento histórico, Atahualpa, recibió la información calificativa de que aquellos seres barbados, de piel blanca, cubiertos de unas armaduras refulgentes, y que venían en una especie de casas navegando por el mar, eran dioses, sin ningún género de dudas. Los españoles únicamente se encargaron de dar un pequeño empujón a aquel sistema político imperial, que iba sin solución de continuidad hacia su destrucción, la crisis ya existía y la cruenta guerra civil la acrecentaría de forma prístina. El autor se acerca a aquellos hispanos que cruzaron la cordillera de Los Andes, aventureros con una doble esencia pragmática e idealista, que buscaban riquezas, lo que es indubitable, pero tampoco sabían lo que se iban a encontrar, ya que las riquezas incaicas solo eran habladurías, y no las habían contemplado sensu stricto. Eric Vuillard utiliza las herramientas literarias patognomónicas del novelista culto, pero lejos del academicismo historiográfico de un Ensayo de Historia, algo con lo que no estoy de acuerdo al 100%, ya que el mundo literario de la Historia sobre el que yo escribo es precisamente la Historia con mayúsculas, y la biografía culta y divulgativo a la par. La novela-histórica es un aditamento importante para la Historia, y un servidor lo aprueba de todas y todas. Los incas, que conformaban un imperio esclavista y de sometimiento para otras gentilidades indígenas, contaban con un gran número de enemigos, que ayudarían, como en La Nueva España, a que ese gigante opresor con pies de barro se derrumbase con estrépito. Por consiguiente, los poderosos incas contemplarán con una mezcla de estupor y de pavor, como se comportan aquellos seres tan extraños y, porque no decirlo, tan ambiciosos. Por todo lo que antecede, la Historia de Pizarro y de los Incas, le permite a Eric Vuillard aproximarnos a los miedos y las ambiciones, que también los sufren, de los españoles, de los que tratan de huir o de metabolizar, cometiendo hechos lamentables de sangre, sudor y lágrimas, pero asimismo unas gigantescas heroicidades. Los incas contemplarán, sin desear entenderlo, como ese choque de civilizaciones, con las dos religiones en el centro del shock, es inexplicable. Codicia por un lado y poder por el otro. Se pretende, en esta narración, no caer en el juicio del pasado, del siglo XVI, desde paradigmas morales de la actualidad, lo que es claramente ahistórico. La obra, puede y debe contentar a los lectores heterodoxos más exigentes y cultos, sin dogmatismos de ningún tipo. “Estamos a comienzos del verano de 1532, y por esos parajes avanzaba Francisco Pizarro -conquistador, hijo bastardo de Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar, analfabeto y, como sugiere López de Gómara, ex porquerizo, hombre astuto cuando posee el mando, que junto a Vasco Núñez de Balboa había empujado a las tropas a través de pantanos de la costa y había descubierto el Pacífico, y que después, a las órdenes del gobernador Pedro Arias Dávila, había arrestado y ahorcado al mismo Vasco Núñez de Balboa-, acompañado de Hernando de Soto -conquistador de Nicaragua que había participado en numerosas conspiraciones, que había llegado adolescente a América después de una infancia pobre y solitaria, sin saber leer ni escribir, fogoso, independiente, y que dejaría bruscamente el Perú para lanzarse, años después, a la conquista de la Florida y del norte del continente, y terminar muriendo, tras dejar detrás de sí infinidad de cadáveres, a orillas del Mississippi a la edad de cuarenta años- y de Sebastián de Benalcázar- cuyo verdadero nombre era Sebastián Moyano, pero que él mismo se cambió para rebautizarse Belalcázar, como su pueblo, y luego Benalcázar, cambiando la l por la n no se sabe bien por qué, y que había huido de su país después de matar una mula que le habían confiado, hijo de labradores, iletrado, hombre valiente y derrochador pero desprovisto de virtud-; y esos tres que marchaban, guiados a lo largo del camino, de estación en estación de esa vía dolorosa, por el deseo y la Providencia, como una estrecha fila de insectos, cuerpos separados del mundo por una sólida y rutilante cáscara de metal, ¿qué habían ido a buscar a esas alturas?, ¿y que iban a encontrar? Sangre y lodo. Pero también una especie de aturdimiento, de embriaguez, un inmenso cansancio, un suspiro que reverberaba en los barrancos. Porque es Dios, el Dios del pueblo y del perdón, el Dios de la piedad mariana, el de los retablos y la luz, visible en el círculo posado sobre la cabeza de los reyes, el que a cada disparo de arcabuz recogería las grandes lluvias de oro”. La obra se fundamenta en los hechos contrastados en distintas crónicas de la época, pero se equivoca en poner el acento en que lo esencial de la Conquista de la luego América Hispana, sería la economía pura y dura, algo claramente absurdo, ya que, desde las Españas, la Corona de los Reyes Católicos y de Carlos V tenían otros deseos, y la evangelización era uno de ellos. Quizás Eric Vuillard no conozca lo que eran los Juicios de Residencia, y debería analizarlos, y, asimismo, lo que representó la Escuela de Salamanca/Reino de León, para la mentalidad dubitativa ética del emperador Carlos V, sobre la idoneidad de tratar de conquistar y gobernar sobre seres humanos que no eran cristianos, o las Leyes de Indias. El calificativo de iletrado o inculto para Francisco de Pizarro es, cuanto menos, aventurado, y calificar de posición social marginal para todos los conquistadores del Imperio del Inca, me parece absurdo, peyorativo e inexplicable. ‘Es como si el Lazarillo de Tormes se hubiese lanzado a la conquista del mundo…’. Me da la impresión de que Eric Vuillard no ha leído las aventuras de Lázaro, su inteligencia preclara, y su gran agilidad mental para superar todos los problemas. «En 1532, Francisco Pizarro y sus hombres cruzan los Andes en busca de riquezas y de gloria. Ignoran lo que les espera, las hazañas que acometerán, pero sus actos van a provocar la caída del Imperio inca, un episodio inaugural de la conquista del mundo entero. Contar la historia es acompañar a estos mercenarios que buscaron fortuna y fama lejos de casa y se embarcaron en una aventura violenta y azarosa; pero también es escuchar el ruido que hace un mundo que se derrumba: el del Imperio inca, que contempla con asombro y terror a esos extranjeros. Con sorprendente fuerza, Eric Vuillard muestra cómo estos episodios épicos, extravagantes y brutales son el primer acto de una tragedia que es la nuestra, y en la que el oro, la pólvora, la religión y la cartografía serán los protagonistas». El libro presenta una portada, claramente esclarecedora, sobre lo absurdo y ridículo que resulta el que los hispanoamericanos no asuman su pasado mestizo europeo, y es el derribo de la estatua de uno de los conquistadores, Diego de Mazariegos. En suma, un libro complejo, que se debe leer por la necesidad de comprender otros puntos de análisis histórico sobre lo que fue la América Hispana. Y, por otro lado, es otra fórmula aceptable de aproximación a ese épico hecho histórico, que tanta controversia ha generado desde el siglo XV, 1492. «Arma virumque cano. ET. Fidem erga populum punicum». Puedes comprar el libro en:
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