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"Avenida", de Joaquín Campos, una brutal historia de amor en los márgenes de la sociedad

martes 30 de abril de 2024, 15:14h
Avenida
Avenida

A Donovan le gustan los maniquíes y está loco, por eso ya no es cartero: le han jubilado anticipadamente. Sheila es mendiga por el día y prostituta por la noche: no mucho antes fue aspirante a actriz y llegó a modelo. Donovan vive en un apartamento en Nueva York y Sheila en el cajero del Chase Bank de la acera de enfrente. Donovan es blanco y anti racista, Sheila es negra y no soporta las cuotas ni los subsidios. Él la quiere, ella le desprecia. Ambos hacen con su vida lo que quieren, sin plegarse ni arrodillarse ante la Manhattan del consumo y las apariencias donde el límite, más que en el cielo, está en el suelo del cajero.

Hasta hace muy poco Donovan apenas salía de casa, la pasión por sus maniquíes, a las que cuida, alimenta, les compra lencería y hasta les hace el amor a su manera le bastaba para ser feliz, no necesitaba más. Sin embargo, su nueva vecina, la mendiga negra que vive en el cajero y a la que admira desde su ventana, le ha puesto la vida del revés, porque el amor no llama a tu puerta y pide permiso, simplemente la tira abajo y te arrasa. Sheila, por su parte, no sabe ni que existe Donovan, bastante tiene ella con sobrevivir al frío y asegurarse su botella diaria de vino barato y medio gramo de droga más barata todavía, además de, si hay suerte, un baño en el que hacer sus necesidades y poder asearse un poco. En un intervalo de veintipocas horas de un mes de enero gélido en la Gran Manzana se desarrolla esta historia de amor devastadora, primitiva, protagonizada por dos seres humanos antagónicos a los que la globalización, o más bien la aglomeración, ha dejado de lado.

Y así, mientras el cartero retirado se masturba vigilando los movimientos de su amada desde la ventana o, cuando ya no puede más, baja a la calle para expresarle su amor sin ser visto a través de libros que deposita sobre los cartones en los que duerme (con algún que otro billete de cinco dólares entre sus páginas), y la medio mendiga medio prostituta lanza peroratas a pleno pulmón a todo el que se cruza por su camino, Joaquín Campos se vale de sus protagonistas para criticar a la sociedad actual, juzgar sin saber es una de las claves que han llevado a este mundo a la intemperie absoluta que hoy nos rodea y acoge; la maternidad, ser madre es un retraso porque te paraliza; los movimientos pro minorías, el racismo en Estados Unidos no existe, lo que existe es la estupidez supina; y, en definitiva, la falsedad, que ya es la cara absoluta de nuestra vida, aparentar lo que no se es para que el resto se confunda. Eso sí, dejando muy claro siempre que la única esencia de la vida es saber que todo gira en torno a ti, y que si fallas, fue por tu propia culpa.

La última novela de Campos es tan diferente como profunda, y a pesar del frío y el hedor que transpira cada una de sus líneas, te deja con un gusto dulce, el del amor puro que todavía puede existir, aunque solo sea, o precisamente por ser, de una sola dirección. Donovan asegura que sus vecinos creen que está loco, pero que él no lo está, solo que hago lo que realmente me gusta y al resto parece ser que les molesta, lo mismo que Campos, que escribe lo que le gusta, como le gusta, y además de una manera brillante que no deja de sorprender. No sé si se han dado cuenta, pero la autocensura es el nuevo drama del ser humano: afortunadamente para Joaquín Campos no lo es.

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