I Premio Internacional de Novela Corta Francisco Ayala. Ediciones Traspiés. 2024. 174 páginas y 11 capítulos. Este libro, como un territorio Comala, nos lleva también al inframundo, a la tierra purgatorio de los muertos y de los recuerdos vivos. Árida es un texto fragmentario, bestial y magistral. La lectura de Árida me ha situado en un paralelo lector con la obra de Juan Rulfo, Pedro Páramo. En la contraportada nos avisan que es una novela coral construida con seis voces, averiguando cuando la leemos que los verdaderos narradores son las voces de seis conciencias. Y es que Antonio Tocornal entiende sus novelas como un mapa, como una isla, como un viaje, como una sensación de felicidad, pero también de tormento; en definitiva, como un territorio textual donde alcanza su “zona de saciedad”. Podría leerse como una novela compuesta de once cuentos, tantos como capítulos tiene. Cuando te atrapa el “ritmo respiratorio” de su narrativa no quieres despertar por si te asfixias. Los instantes cambian con la misma rapidez e imperceptibilidad que lo hace un código QR en un control de asistencia, con el mismo vértigo de segundero y esa ansiedad de la hora punta. Hay autores que han convertido una historia inventada en “una verdad literaria” que atrapa al lector y lo moldea a su antojo, pero otra cosa es la verdad histórica que siempre va más allá de cualquier obra artística. Me encuentro en Youtube con un audio donde el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez dice: “Los críticos son una especie de profesionales parasitarios que por determinación propia y sin que nadie los haya nombrado se han constituido en intermediarios entre el escritor y el lector; es decir, el escritor se toma el trabajo de tratar de comunicar sus experiencias, de mandarle su obra al lector, y se encuentra con que en el camino hay unos señores que no dejan que llegue directamente esa obra, sino que dicen: «un momento, ustedes no están en condiciones de entender lo que este señor les quiere decir, nosotros se lo vamos a explicar». Y entonces entran en un problema de desexplicación total. Me di cuenta particularmente en Cien años de soledad. Cuando me di cuenta de eso empecé a no leer más críticos. Porque no solo trataban de decir qué había dicho en Cien años de soledad, sino qué más debía seguir diciendo…” También comenta que cuando un autor “atrapa a un lector logra comunicarle un ritmo respiratorio que no se puede romper, porque si se rompe despierta.” Pero ¿qué es lo que hace un escritor en su obra sino ejercer la crítica social, política, cultural…? ¿Acaso no hacen los autores metaliteratura muchas veces y se convierten en intermediarios de otros autores y sus lectores? Desde estas coordenadas intentaré dar mi opinión lectora sin pretender cruzar el río Misisipi de la crítica literaria como si fuera otro Hernando de Soto. Alonso Cueto (Artículo: “«Hijos de Pedro Páramo», la mirada de Alonso Cueto al Clásico de Juan Rulfo adaptado por Netflix.” Publicado en el periódico peruano El Comercio, 24-11-2024) dice: “Todos somos hijos de Pedro Páramo. Todos vagabundeamos por sus tierras áridas, bajo un cielo de colores inciertos, buscando a un padre. También sabemos que ese padre tiene diferentes nombres… Hemos aprendido a leer en sus frases concisas, llenas de polvo y esperanza. Sabemos que la vida y la muerte no solo se llama Comala sino también la América Latina.” –escribe Cueto en un deje con final negrolegendario. Y eso es lo que ha hecho Antonio Tocornal con su novela corta Árida, comunicarnos un ritmo respiratorio con su prosa, una sensación narrativa que no se rompe en ningún momento, hasta el punto que atrapa al lector como si fuera una mosca en la miel. Escribe Aránzazu Miró en el Diario de Mallorca, en el artículo “Alegoría del Yermo”: “En la escritura y los modos recrea la aldea de Pedro Páramo de Juan Rulfo, a la que se acerca mucho para ofrecernos otra cosa… Qué buena la escritura de Tocornal, con un estudiado pero comedido uso poético, y cómo fluyen las frases. Es un libro que se puede leer en voz alta. Árida es el lugar de la muerte, en que a manera de camposanto, se ha quedado la guardesa…” El jurado del premio valoró que la novela “es una obra de gran potencia narrativa, llena de imágenes audaces y con una conseguida atmósfera literaria.” Juanma Chica en su blog “cogitoergosum” dice que “Árida es una colección de relatos con un hilo conductor a través de una geografía dura. Un páramo no solo ficticio sino también emocional que atrapa al lector en una angustia permanente durante todas sus páginas.” Comala y Árida se hermanan en el mismo devenir literario gracias al truco escritor de Antonio Tocornal, que se suma así, con esta obra, al boom latinoamericano del realismo mágico, al menos en su herencia lectora e intertextual. Porque Antonio Tocornal ha escrito esta gran obra como si hubiera encontrado en Pedro Páramo una inspiración divina y un lugar-mito literario y en Juan Rulfo la figura de un padre. Una obra, Árida, donde Tocornal ha desarrollado su creatividad y su talento a imagen y semejanza de su padre literario. Y aunque parece heredero de Juan Rulfo, si éste representa la síntesis y la concisión narrativa, Tocornal representa la exuberancia y la poesía. Aunque también podríamos atisbar en ella la técnica del drama de estaciones de Valle Inclán. Y es que siendo Árida una reminiscencia de Pedro Páramo, especialmente en el capítulo de La Guardesa de la página 97, su narrativa está más cerca de la escritura poética exuberante de Gabriel García Márquez que de la prosa sintética de Rulfo. Porque el autor de Árida escribe como un narrador zahorí que sabe encontrar agua bendita en el lenguaje, convirtiendo sus renglones en “péndulos de cristal tallado” y sus párrafos en “varas de avellano en forma de horquillas”, hasta desaguar la página-pozo en un gran texto-río que quiere saciar la sed del lector más exigente. Con páginas apoteósicas como la 140 y ss., con la odisea de las ratas que me recuerda al farero de Bajamares que también comía lagartos, también de una belleza existencialista y freudiana infinitamente trágica y triste, dramática, donde el autor parece el mismísimo flautista de Hamelin arrastrando a los lectores con su prosa exquisita. Comparten un mismo espacio y tiempo roto y la misma prosa alegórica. Ambas son una novela corta. La escena de la niña del calero (p. 107) recuerda la escena en que Abundio mata a Pedro Páramo, donde como una especie de posesión o exorcismo pareciera que se entrecruzan en la mente lectora; si una lo hace desde la parquedad narrativa, la otra desde la locuacidad; entrando así en una dimensión transtextual, en un metaverso literario. En cierta medida, Árida guarda también algún paralelismo con otra obra del mismo autor, Bajamares. Si aquí son las seis voces, de tres hombres y tres mujeres las que cuentan a coro su historia (guardesa, caminante, arriero, soldado, niña y fugitiva), en Bajamares es la voz del guardafaros, del narrador, del barquero, de la madre muerta los que cuentan la historia, intercalados de documentos que actúan como una voz en off. Entre ellas también habita la misma soledad, el mismo realismo mágico, la misma pluralidad, una estructura similar, imágenes y metáforas…Una narrativa, la de Árida, que roza en algunos momentos lo claustrofóbico, como en Bajamares; especialmente por esa sensación de miedo que tiene el lector por si no puede despertar cuando llegue al final. Y es que como dice Josep María Nadal Suau en el prólogo de su anterior novela: “Bajamares está a mitad de camino entre lo soñado y lo recordado, la posibilidad y la certeza, instalada en un abismo que tiene el nombre, siempre incierto, de literatura.”; Árida no es menos en su paralelismo lector. Hay momentos muy cinematográficos en los que un alud de imágenes cubren al lector como si el autor se hubiera convertido en un director de cine al estilo de un Luis Buñuel redivivo: “…, y mi cadera vaciada de entrañas de mujer se clavaba en el suelo y se convirtió en un ancla que me lastraba en mi avance, en un arado. Y cuando se gastaron del todo, comencé a ir perdiendo las vísceras después de que se desarrollasen, y comencé a arrastrarlas tras de mí durante muchas leguas, y se fueron haciendo jirones después de que se enredaran en las protuberancias y en los salientes y en las matas de cardo del camino. Y algunos lagartos salían de sus escondites atraídos por el color de mis intestinos y de los restos de mi hígado y de mis riñones, y robaban bocados…” (pp. 158-159) Incluso hay párrafos o pasajes con tintes auténticamente gore. Pero también está lleno de poesía: “… y el costillar abierto como si fueran las cuadernas desnudas de un pecio vivo.” (p. 157) Árida podría leerse como una novela compuesta de once cuentos, tantos como capítulos tiene. El lector que se atreva a cruzar sus páginas, ante la avalancha narrativa de Tocornal, se sentirá enterrado vivo en su prosa magistral convertida en un sepulcro escrito, del que no sabe o no quiere salir. Tocornal es un autor que nunca decepciona, leerlo es una aventura y un placer. Esta es mi opinión lectora. Puedes comprar el libro en:
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