La obra que nos ofrece la editorial Homo Legens considero, de forma fehaciente, que debe ser referencia sobre uno de los personajes más conspicuos de la Historia del Renacimiento; llegó a lo máximo posible y no tuvo el más mínimo problema en abandonarlo todo, arrostrando hasta su muerte en la decapitación, por mor de la defensa de sus virtudes éticas. El prólogo fue realizado por el Cardenal Robert Sarah (1945), que entre los años 2014 hasta 2021 fue ‘Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos’, lo que enaltece esta estupenda biografía, de uno de los más grandes ilustrados del siglo XVI, con Erasmo de Rotterdam, Juan Luis Vives de Valencia, o el cardenal Reginald Pole, Francisco de Vitoria, Diego de Covarrubias, Domingo de Soto, Juan de Matienzo, Tomás de Mercado, Melchor Cano, Bartolomé de Carranza, Juan de Mariana, Pedro de Fonseca, Domingo de Santo Tomás, entre otros de mayor o menor enjundia. Sir Thomas More (Londres, 7 de febrero de 1478-Londres, 6 de julio de 1535), el Lord Canciller de Inglaterra se negaría a firmar el Acta de Supremacía del Rey Enrique VIII Tudor, lo que de facto y de iure otorgaba al soberano de Inglaterra algo a lo que se le podría definir, en román paladino, como patente de corso para dar rienda suelta a su libre albedrío sin el más mínimo control. Por todo lo que antecede, sería considerado el precursor del socialismo utópico, y por su sentido moral por antonomasia, el poder absoluto del monarca inglés lo aplastaría de forma inmisericorde. “El buen servidor del rey, pero primero de Dios. Si el honor fuera rentable, todo el mundo sería honorable. No hago daño a nadie, no digo daño a nadie, no creo daño a nadie. Y si esto no basta para mantener vivo a un hombre, de buena fe no deseo vivir. Los hombres, cuando reciben un mal lo escriben sobre un mármol; más si se trata de un bien, lo hacen en el polvo. Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir”. En ese momento en Europa ha nacido una nueva corriente religiosa, que pretende hipócritamente renovar al catolicismo, y todo surgirá entre los nobles de Alemania, que encontrarán a su paradigma en un fraile agustino, que se autoexclaustra, se llama Martín Lutero y sus doctrinas crearán diatribas constantes. “Si decimos que Erasmo fue un gran amigo de Tomás Moro, tal vez incurramos en reduccionismo: su vínculo fue algo más que una amistad; la relación que existió entre los dos humanistas se parecía más a una comunión de almas, una relación espiritual (Erasmo hablará de ‘una sola alma’) que superó los confines de las comunes relaciones de amistad entre hombres. La profunda estima, la ayuda recíproca, la mutua admiración por el trabajo del otro y la profesión de ideales comunes (como el deseo de una renovación espiritual, moral e intelectual) sellaron su relación desde el momento en el que el humanista holandés fue a Inglaterra por primera vez en 1499”. La correspondencia entre estos dos intelectuales paradigmáticos es directa y coloquial, ambos son muy inteligentes y, por lo tanto, utilizan una fina ironía, y esta confianza demuestra la existencia entre ambos de una amistad profunda y plena de sentimientos. El resumen de cuáles son sus sentimientos lo realiza el propio Tomás Moro sin ambages: “En mi opinión nosotros dos somos una multitud, y creo que contigo podría ser feliz en cualquier lugar, por desolado que fuera”. Cuando se entere de que su amigo ha sido muerto por orden del rey de Inglaterra, Erasmo está destrozado por la desaparición de su gran amigo, y de este modo y manera escribe al obispo de Cracovia, Pietro Tomiki lo siguiente: “Del fragmento de carta que te envío sabrás lo que les ha sucedido al obispo de Rochester y a Tomás Moro en Inglaterra, nación que no tuvo jamás hombres más sabios y de mayor valor que ellos dos. Con la desaparición de Moro siento que yo también he dejado de vivir, porque nosotros dos éramos un alma sola”. Cuando llega a Inglaterra, Erasmo de Rotterdam, considera que se encuentra en un ambiente socio-cultural conspicuo como para desarrollar toda su capacidad intelectual, ya que la posibilidad de visitar múltiples y destacadas bibliotecas es prístina. «El académico italiano Miguel Cuartero nos regala un libro deslumbrante impregnado tanto de esa lucidez que está reservada a los filósofos como de esa sencillez tan propia de quien prefiere la divulgación al esoterismo. Un libro que, por otra parte, es mucho más de lo que parece: no se trata de una simple biografía de Tomás Moro, uno de los mártires más famosos, sino también de un tratado filosófico sobre la naturaleza y las exigencias de la conciencia. En cierto modo, el propio Tomás Moro invitaba al autor a producir este bellísimo híbrido. Y es que su vida, como la de Sócrates o la de Antígona, estuvo marcada por una continua sumisión a la conciencia, esa voz interior como de origen divino que, debidamente formada, nos conmina a hacer el bien y evitar el mal, a elegir la virtud y rehuir del vicio. De hecho, en la hora más oscura de su existencia, cuando tuvo que elegir entre la obediencia a un soberano enceguecido por la avidez de poder y la lealtad al Dios que amaba, entre la ley humana y la ley divina, Moro obró como siempre había obrado. Aun sabiendo que al hacerlo firmaba su propia condena de muerte, siguió los dictados de esa voz que se alzaba límpida desde las profundidades de su ser para advertirle de una verdad tan rotunda como incómoda: que más vale perder la vida que cometer una injusticia para preservarla. ‘Mártir de la conciencia, Tomás Moro manifiesta de manera particularmente adecuada para nuestra época, tan reacia a cualquier compromiso, el sentido de la justicia y la fecundidad política, el sentido de la Tradición, de las costumbres y la moral’». Tanto Moro como Erasmo están muy unidos en su trofismo hacia Sócrates, y lo que representó el filósofo griego. Tomás Moro y Sócrates estarán, sin pretenderlo, unidos por su muerte, injustamente provocada por la arbitrariedad de los Estados, de Atenas y de Inglaterra. Aceptarán su muerte con una extraordinaria disposición de ánimo y una envidiada serenidad. Tras la muerte injusta del Lord Canciller de Inglaterra comenzó a producirse una corriente europea filosófica en la que se le denominó como el Sócrates cristiano. El cardenal Reginald Pole, adalid del cristianismo católico inglés, llegó a comparar a Thomas More como a un Cristo del Renacimiento por su fe inquebrantable. Otra de las cosas, que distinguen a Moro será el enorme cariño y entrega hacia su familia. Por todo lo que antecede, deseo destacar sus exigencias con respecto a que las mujeres deberían tener una educación no calcada de la de los hombres, sino igual a la de ellos. Y el paradigma está en su genial hija, Margaret Roper: “… se parecía extraordinariamente a su padre en juicio, inteligencia, costumbres y cultura”. ¡Sobresaliente obra y de enjundia! «Pars melior humani generis, totius orbi flos». Puedes comprar el libro en:
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