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Claudia Sánchez Rod
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Claudia Sánchez Rod

"Ratones Knockout", de Claudia Sánchez Rod. Universidad Autónoma del Estado de Méjico (2024).

miércoles 07 de mayo de 2025, 12:11h

Claudia Sánchez Rod (Ciudad de Méjico, 1972), autora de Ratones Knockout, es, aparte de narradora, traductora. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y anteriormente ha publicado en España el libro de relatos La marta negra (Ediciones Oblicuas, 2014) y en su país el poemario Me dejaste puro animal inexistente (La Cartonera, 2015), así como antologías de poesía y cuento. Sánchez Rod fue una de las ganadoras del Primer Premio Iberoamericano de Cuento Ventosa Arrufat / Fundación Elena Poniatowska y ha colaborado en la revista argentina Lamás Médula, en el Periódico de Poesía de la UNAM y en otras publicaciones españolas, argentinas y estadounidenses. Actualmente coedita la revista Biblioteca de Méjico: De Ciudadela a Vasconcelos.

Ratones Knockout
Ratones Knockout

Aparte de escritores de inmortal fama con que cuenta Méjico (Juan Rulfo, Carlos Fuentes –Premio Cervantes 1988–, Octavio Paz –Premio Nobel 1990–), conocidos en España aunque sea de oídas, los que aquí aún leemos no fuimos ajenos al boom internacional que, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, supuso la irrupción de Roberto Bolaño. Perdón a Chile, pero el autor de Los detectives salvajes y 2666 debe ser considerado un literato mejicano (de sobrevalorada condición). Eso sí: los discípulos que aún genera Bolaño son tantos como los tuvo aquel García Márquez que atrae hoy a cada vez menos.

En otro escalón, pero igualmente premiados y no del todo ignorados, estarían Juan Villoro (quien, como Bolaño, ganó el Premio Herralde, en su caso en 2004 con su novela El testigo), o los ya fallecidos y asimismo editados por Anagrama Daniel Sada (El lenguaje del juego) y el cuentista Sergio Pitol (Premio Cervantes 2006). La nonagenaria franco mejicana Elena Poniatowska, de una larga trayectoria que abarca libros testimoniales de repercusión como fueron Hasta no verte Jesús mío y La noche de Tlatelolco, recibió aquí en 2001, por La piel del cielo, el Premio Alfaguara de novela.

Reseñar para TODO LITERATURA Ratones Knockout, libro de relatos con el que Claudia Sánchez Rod viene de ganar la XXI edición del Premio Internacional de Narrativa «Ignacio Manuel Altamirano» (promovido por la Universidad Autónoma del Estado de Méjico, a ella se presentaron 512 trabajos procedentes de 24 países); reseñar este premio, decimos, ofrece –además de mucho placer por su calidad– la ocasión para mostrar un sobresaliente ejemplo de la nueva literatura mejicana, tan pujante y original como desgraciadamente –por imperativo del mercado editorial mundial, ciego al talento– con enormes dificultades, ¡y ojalá nos equivoquemos!, para abrirse paso en nuestro país.

No es infrecuente en literatura que la enfermedad mental asome como circunstancia decisiva en novelas y relatos; siendo una tan dolorosa como extendida realidad de nuestra época, no evitarla resulta obligado. Citemos tres novelas imprescindibles. Antes del huracán del catalán Kiko Amat (Anagrama, 2018) narra, de forma tragicómica, la vida de una familia a la que azota la locura; A través del bosque (Alfaguara, 2023) de la franco argentina Laura Alcoba es el escalofriante relato de un día de desvarío y de muerte; y en La vegetariana (Random House, 2007) de la surcoreana Han Kang –vigente premio Nobel–, la locura en progresión viene descrita desde diferentes voces.

Como libro de cuentos que sitúa en primer plano este durísimo padecimiento presentamos Ratones Knockout de Claudia Sánchez Rod. Seis historias dolientes escritas a corazón abierto con un excepcional conocimiento del alma humana y desde una deslumbrante madurez creativa. Pasamos a comentarlas:

«Cera perdida» aborda cómo la enfermedad mental incide en actos creativos abortándolos. La protagonista de este primer relato de Ratones knockout es una prometedora escultora que venera a la francesa Camille Claudel, musa de August Rodin y su genial discípula. Tras la muerte del padre abandona de golpe su desintoxicación alcohólica y con Pitusa –un hurón– rodeando su cuello se tira a la calle, desnortada. Víctima de lo que parece ser un trastorno límite de la personalidad, esta artista no regresa más a la fundición donde se disponía a hornear un coyote de arcilla. Por el contrario, durante días se emborracha con un marginal bebiendo brandy barato.

«Yo no imploraba el amor de un hombre [...], sino un gramo de luz en esa tiniebla viscosa que me atrapaba cada tanto, aunque lo mismo daba, porque al final la celda era idéntica: un ruego en el vacío».

En «Luz comestible» Nina estudia literatura en Toronto. Alojada en el sótano de una casa, toma el té con la dueña y un cincuentón bipolar controlado por el litio. En un autobús Nina conoce a Irving Shaw, estudiante con quien inicia una relación ocultada a Patricio, novio mejicano con el que habla por Skype. Un día Nina le cuenta qué pasa con Irving. Liberada, son meses de felicidad («a veces tenía la vaga impresión de que todo se esfumaría pronto»). La ansiedad que acompaña la promiscuidad de Nina, ese vértigo sexual, si no enfermedad mental propiamente dicha, es vivida con tales disfuncionales padecimientos que, sin duda, demanda un tratamiento médico.

«No. Estoy bien. Gracias. Ya se está pasando».

«Pájaros en tu nombre» presenta como protagonista a Mario, un depresivo que toma Prozac y cede el salón de su piso para que en él se celebren las reuniones del Taller literario del profesor Botey, poeta que conoció efímera fama con un poemario hoy descatalogado. Allí se leen y corrigen versos. Botey propone escribir un diario íntimo; una alumna, temiendo al marido, pide a Mario dejar su cuaderno en el salón. Sucumbir a la tentación de leerlo cambia la vida del anfitrión. Debido a su depresión, Mario tiene afectada la percepción de sí mismo y del entorno que le rodea.

«Solo quería estar acostado. El problema es que sentía como si mi almohada estuviera rellena de nieve; aquella primavera fue demasiado invernal».

En «Su boca olía despacito a menta», cuarto relato de Ratones Knockout, un bibliotecario, resentido porque la novia se ha ido a Centroamérica con otro, revive para un siquiatra su historia de venganza, e introduce un singular personaje: el doctor Alcubierre. Encargado de enseñar al bibliotecario a dominar la respiración, «única forma de transmigrar conocida por el hombre», profesor y alumno habitan un cerro, bebiendo agua y comiendo hongos alucinógenos, para alcanzar «el estadio intermedio entre tu última reencarnación y tu siguiente vida». El consumo de esa tóxica sustancia agrava las fobias en la torturada personalidad del bibliotecario, aplacadas durante una continuada terapia facultativa que de nuevo, se infiere, resultó indispensable.

«El doctor Alcubierre y yo emprendimos el vuelo. No sabía hacia dónde viajábamos, y sin embargo me hacía una idea. Volamos toda la noche por un cielo magenta oscuro, totalmente desprovisto de nubes. Vi pasar bajo nosotros miles de cimas, ríos y colinas».

«Amarre de amor» viene protagonizada por Eglantina Escorcia, quien siendo niña se robó un Niño Dios de un belén. La mala suerte la persigue. De una encamada con Poncho nace Giovani: «Esa fue la historia que me tocó del primer amor, el primer beso, la luna de miel, el hijo y todas esas mentiras que una se cree de muy joven». Junto a la madre huyen de un padre violento a Acapulco, donde Eglantina se emplea en un supermercado. Conoce a Jaime Juárez que pronto la desengaña por haber tenido un hijo con una mujer que todavía lo busca. En este relato una síquica (persona que con su percepción extrasensorial identifica información oculta a los sentidos normales) ayuda a que Eglantina inicie una vida menos desventurada.

«Fue a la vitrina más grandota y regresó con un papel pergamino, un clavo, un carrete de hilo negro y una vela roja. Con el clavo, agarró y escribió sobre la cera Eglantina Escorcia».

En el último cuento de Ratones Knockout, «Mar vacío», la adolescente Marosa descubre que Consuelo, la mujer de su padre, no es su madre biológica. Tras encontrar la dirección de Luciana Gallego, Marosa es recibida por la abuela y su madre real, una mujer desdibujada. Resulta evidente que Luciana ha sufrido un trastorno psicótico grave, quizá esquizofrenia, y que tras un prolongado internamiento la condición para volver al hogar ha sido mantenerse muy medicada.

«La pobre comenzó a estar malita cuando se embarazó de ti, y después de que tú naciste, tu papá la dejó en el hospital y no la volvió a ver más. Ella te buscó mucho tiempo, a veces iba a la guardería donde estabas, pero no le permitían acercarse a ti».

Leer Ratones Knockout de Claudia Sánchez Rod nos produce un placer estético de primer orden. Sus cuentos pueden ya engordar cualquier antología sobre el género en este siglo, empeñado en regalar obras maestras de lo breve por cualquier esquina del mundo (algo que no sucede con la novela –tan cicatera ella en aciertos plenos–). Aparte de disfrutarlos, los relatos de Sánchez Rod reflejan de forma brutal el desbarajuste de estos tiempos asesinos y su imperio sobre nuestras frágiles mentes. Es lectura necesaria. Háganse con ella.

«Ya llevo cinco meses aquí. La compañera de la cama de al lado siempre dice que todo esto me va a ahorrar diez años de sufrimiento. A mí los diez años de sufrimiento me importan un carajo, lo que realmente quisiera es recuperar a Pitusa».

ENTREVISTA CON CLAUDIA SÁNCHEZ ROD

Buscando un significado para el título de su libro de relatos, por Wikipedia nos enteramos de lo que es un ratón knockout. «Se trata de un ratón modificado por ingeniería genética para que uno o más de sus genes estén inactivados mediante una técnica llamada bloqueo de genes. Su propósito es comprender el papel de un gen que ha sido secuenciado pero del que se desconoce su función o se conoce de forma incompleta. Inactivando el gen y estudiando las diferencias que presenta el ratón afectado, los investigadores pueden inferir la probable función de ese gen».

No estamos seguros de alcanzar la relación entre esta definición científica y el título de su obra literaria. Disculpe si desbarramos pero, ¿está Claudia Sánchez Rod desempeñando un rol de investigadora con los protagonistas creados para sus relatos?

Bueno, en realidad elegí ese título de una manera completamente azarosa. Dado que mi oficio principal (o del que vivo) es la traducción, un día, traduciendo un texto de carácter científico, me encontré con el término ratones knockout y quedé tan intrigada que me puse a investigar sobre el tema un poco más a fondo. Estos animalitos y su «rol en la ciencia» me produjeron tal fascinación que no pude evitar forzar una conexión entre ellos y los personajes de mi libro y su «rol en la vida», porque daba la casualidad de que yo estaba por poner punto final al último de los cuentos que conforman dicho libro, pero el título no acababa de convencerme, soy malísima para poner títulos, siempre me quiebro la cabeza con eso y nunca quedo satisfecha.

La enfermedad mental y diversas maneras de aflorar y desarrollarse, tal y como vamos descubriendo durante la lectura de sus acongojantes cuentos, es para nosotros el tema aglutinante del libro. Trastornos límite de la personalidad; bipolaridades; ansiedades que producen graves disfunciones; depresiones; fobias (algunas agravadas por el consumo de sustancias tóxicas), y episodios psicóticos graves como la esquizofrenia castigan duramente a casi todos sus personajes, pertenecientes, también casi en su mayoría, a la clase media-alta mejicana.

Volviendo a la definición científica… ¿Ha pretendido, quizá, inferir de cada uno de sus «ratones» funciones desconocidas que sirvan para mejor abarcar –desde esas vidas de ficción que usted les ha concedido– la mente humana trastornada?

Sí, justo pensé en cada uno de mis personajes como un animal indefenso frente a la poderosa marea de la vida, sin aparentemente mucho qué hacer. Son personajes complejos que abordan sus circunstancias vitales de formas, digamos, inesperadas, pero creo que el nerviosismo que provocan en el lector se debe en gran medida al gran parecido que tienen con la «gente normal», es decir, de pronto no sabemos en qué lado del espejo habita la locura. Son personajes que fui creando a lo largo de unos cuantos años, a partir de la observación de gente cercana a mí en mayor o menor medida, de sus historias, de sus personalidades. Y aquí vuelvo a la figura del ratón knockout, un animal en apariencia idéntico al ratón más callejero, pero que en su ADN genómico lleva oculto un insospechado cataclismo. Ahora, si bien los personajes son frecuentemente erráticos, también tienen una capacidad sorprendente para bucear en las aguas más amargas y al día siguiente hacer todo por comenzar de cero, no se cansan de apostar por un mañana menos cruel, y creo que ahí está el truco de la antibelleza, que para mí, muchas veces es más emocionante que la belleza. Y un último apunte: me causa sorpresa, como es natural, que usted perciba (o relacione) a los personajes como de clase media alta, en realidad son de clase media, media-baja o incluso baja en el caso de Eglantina Escorcia. México es un país tan desigual que las clases sociales están sumamente desdibujadas, ya no es fácil saber a qué clase social se pertenece. Una diferencia de enfoques entre países y continentes, se entiende. Si tuviera que crear un personaje de clase media-alta me costaría mucho trabajo, no estoy familiarizada con esas esferas.

Curioso cómo la desventurada trabajadora de «Amarre de amor», esa Eglantina Escorcia a quien el infortunio persigue, sea la única no azotada por trastorno mental alguno. Díganos, ¿golpean más estos padecimientos sobre artistas, intelectuales y profesionales liberales de acomodada situación económica que sobre trabajadores de empleos más manuales?

Es una buena pregunta, yo me la he planteado no pocas veces. Desde luego, no tengo una respuesta que ofrecer, está fuera de mi ámbito profesional. Lo que sí puedo es elucubrar aquí entre nosotros. Una ocasión, platicando con un amigo (un poeta de renombre acá en México), me decía que estaba harto de vivir en un mundo tan abstracto, para mi no muy agradable sorpresa, me sentí identificada con él más de lo que me hubiera gustado, y de pronto me vi confesándole que mi sueño frustrado era dedicarme a la pesca en alta mar o a la siembra de maíz. Y no era una idea que me hubiera venido de repente, la traía dando una que otra vuelta a lo largo de los años. Vivir dentro de un monitor de computadora muchas horas al día no es muy diferente a vivir en una celda sin siquiera darte cuenta. Nos debemos a nosotros mismos mucha agua de mar, mucha tierra cayendo entre las manos y mucho viento cálido contra la cara. Esas cosas nos llaman, que no las escuchemos es distinto. Las respuestas que necesitamos podrían estar más próximas de lo que creemos, pero no sabemos verlas; por alguna razón, desconfiamos de la sencillez. Así que, volviendo a su pregunta, creo que Eglantina Escorcia no tenía otro camino más que la sencillez —la vía más inmediata ofrecida por las circunstancias— y ella lo tomó sin analizarlo, sin sopesarlo, sin valorarlo, porque su prioridad era salvarse del abismo. Los otros personajes, en cambio, optan por búsquedas más complicadas y, aunque también desean huir del abismo, ya no les resulta una prioridad porque están seducidos por otros centelleos. Cada quien elige su infierno, ya sabemos.

El delirio del sexo y las drogas, de la venganza o de la desesperación, son expresiones de heridas que parecen llegar a sus personajes de muy lejos y que revelan el otro lado de la vida. A través de ellos, como en un sueño, percibimos no solo las voces de la locura, también las palabras de los muertos.

Usted ha estudiado Lengua y Literatura Hispánicas, es narradora y traductora, y colabora en revistas literarias. Si además fuera siquiatra, la titulación aparecería en su currículo… Al no ser así, ¿de dónde le vendrá esta capacidad para adentrarse con semejante experiencia y nivel de conocimiento en los vericuetos de la mente?

Lo que puedo decir es que, desde que tengo uso de memoria, soy una enamorada rendida de las historias. Crecí en un pueblo remoto al norte del país, El Rosario, Sinaloa, donde no había nada que estimulara mi imaginación, salvo los programas infantiles que se transmitían por la radio cada mañana, ahí escuché los relatos de los hermanos Grimm, de Hans Christian Andersen y una gran cantidad de cuentos populares mexicanos, desde entonces, me dediqué, muchas veces de manera inconsciente, a cazar historias insólitas y a coleccionarlas. Como es natural, eso despertó en mí la manía de observar con curiosidad y detenimiento a las personas (cercanas o no) que he conocido a lo largo de la vida, pero también a los personajes literarios que me han acompañado, para nadie es un secreto que «esta mezcla de manicomio y sanatorio que es el mundo» cabe completita en la literatura, quizá eso me haya permitido cierto acercamiento a los vericuetos de la mente, como usted menciona.

Pío Baroja estaba convencido de cómo el pesimismo de Schopenhauer era una verdad matemática. «En esta mezcla de manicomio y sanatorio que es el mundo (y el autor de El árbol de la ciencia habla del de finales del siglo XIX…) ser inteligente ya constituye una desgracia y la felicidad solo puede venir de la inconsciencia y la locura».

¿Hoy más que nunca serán la imbecilidad congénita y el atolondramiento escudos ideales contra la enfermedad mental?

Llámeme ingenua, pero a estas alturas del partido, yo estoy convencida de que, contra la enfermedad mental, no hay mejor remedio que el amor en un sentido lato y el contacto con la naturaleza. Ahora, si un día amanecemos con espíritu épico, también cabe la posibilidad de hurgar en la enfermedad mental en busca de alguna piedra preciosa, nunca se sabe.

Sabemos por usted que este trabajo sobre Ratones Knockout es el primero que se publica en España. En TODO LITERATURA estamos felices de poder dar noticia de un libro tan original y lleno de talento como es este que con tanto mimo edita la Universidad Autónoma del Estado de Méjico.

Soy yo quien está muy feliz y muy agradecida con este encuentro.

Un deseo nuestro es colaborar a anchar el puente cultural entre dos países tan peculiares como son Méjico y España, pero unidos por el idioma. Desgraciadamente no corren buenos tiempos en ninguna parte del mundo para la literatura. Vergonzosamente arrinconada por triunfantes subgéneros que muy poco tienen que ver con ella, estos anegan el insignificante espacio que se le da en cualquier medio, físico o virtual.

Suscribo, no corren buenos tiempos, ni para la literatura ni para el arte en general. Pero creo que, como hablantes del español (castellano), es nuestro deber honrar la herencia la lengua, cuyas posibilidades dan forma a un tesoro infinito que muy bien cabe en la literatura que se hace tanto en Latinoamérica como en España.

Desde su privilegiada condición de narradora, traductora y colaboradora en revistas tanto americanas como españolas, ¿cómo animaría Claudia Sánchez Rod a editores y periodistas culturales, en este caso españoles, para que autores mejicanos fueran visibilizados y distribuidos aquí?

Como dije antes, las posibilidades de nuestro idioma son infinitas, hay mucho que ganar si la literatura que se hace de un lado del charco y del otro se mira de frente, se aprehende y se enriquece. La curiosidad siempre ha dado resultados extraordinarios.

Nos gustaría terminar pidiéndole que nos descubriera a escritores de su generación, o incluso más jóvenes, merecedores de ser conocidos y seguidos desde cualquier parte del mundo.

Podría mencionar muchos nombres, pero para ser concreta mencionaré a Aura García-Junco, como narradora, y a María Gómez de León, como poeta, son autoras mexicanas jóvenes y con una pluma muy potente.

Por iniciativa de la Universidad Autónoma del Estado de México el libro se encuentra en línea (de manera gratuita). Este es el enlace:

http://ri.uaemex.mx/bitstream/handle/20.500.11799/141120/RATONES%20KNOCKOUT.pdf?sequence=1&isAllowed=y

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