A continuación, estimo justo y necesario ofrecer el texto completo de las denominadas como Cuentas del Gran Capitán, donde se deja claro cuál era el nivel de ironía del comandante cordobés: “Descargo. Las Cuentas del Gran Capitán: -Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. –Cien millones en picos, palas y azadones. –Cien mil ducados en pólvora y balas. –Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla. –Ciento setenta mil ducados en poner y renovar campanas con el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo. –Cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas un día de combate. –Millón y medio de ídem para mantener prisioneros y heridos. –Un millón de misas de acción de gracias y Te Deum al Todopoderoso. -Tres millones en sufragios por los muertos. –Setecientos mil cuatrocientos noventa y cuatro ducados secretamente entregados a los espías, por cuya diligencia he entendido los designios y acuerdos de los enemigos y ganado muchas victorias. –Y cien millones de ducados por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía cuentas a quien le ha regalado un reino»”.
Creo que el cualificativo de ‘apasionante’ para la obra es obvio, sobre todo por la forma de relatar como este militar español consiguió asentar el dominio de los reinos de Castilla y de León, de Aragón y de Navarra en el Mare Nostrum de los romanos, desde la guerra de Granada hasta las afamadas y notorias campañas en Italia. No obstante, el poderoso monarca del momento Fernando el Católico no está muy de acuerdo con el proceder sociopolítico del militar, y lo postergará o condenará a un pseudo-ostracismo. De este proceder regio es de donde parte el inteligente texto de las afamadas cuentas del Gran Capitán. El soberano estima que la popularidad de Gonzalo Fernández de Córdoba podría llegar a ser una amenaza para él mismo, ya que los ídolos de las masas son muy peligrosos, por lo que decide alejarlo de la corte y enviarlo a un nuevo empleo, no muy importante, y que se refiere al puesto de alcaide de Loja. Parece ser que la divinidad castiga a las armas españolas en Italia, por lo que la batalla de Rávena (1512) se substancia con la derrota de la Liga Santa (España+el Papado+Venecia) frente a Francia. Esta sorprendente y paradójica derrota española creó una sensación de pánico entre los españoles, por lo que suponía esa victoria francesa para el orden europeo. Entonces los aliados de España pidieron al monarca Fernando el Católico, el regreso del Gran Capitán a los campos de batalla de Italia. Por lo tanto, el soberano, en contra de sus deseos más íntimos, se ve obligado a enviar a Gonzalo Fernández de Córdoba a una última campaña, siendo la que antecede el nudo gordiano de este libro de Calvo Poyato, quien relatará la trepidante vida de un hombre, de lealtad probada, quien consiguió formar parte de la pléyade de militares conspicuos de toda la Historia de las Españas, incluyendo a Portugal.
«Tras su paso por la guerra de y las famosas campañas de Italia, que le valen el sobrenombre de ‘Gran Capitán’, Gonzalo Fernández de Córdoba se ve postergado por Fernando el Católico. Su popularidad, que el monarca percibe como una amenaza, lleva al rey a alejarlo de la corte y enviarlo como alcaide a Loja en un destierro encubierto. Mientras Gonzalo vive ese ‘destierro’, tiene lugar la batalla de Rávena entre los ejércitos de Francia y la Liga Santa, formada por España, el papado y Venecia. La victoria francesa causa estupor en la corte y los aliados de don Fernando reclaman la presencia del Gran Capitán en Italia. El rey se ve obligado a ordenar a Gonzalo que ponga en pie un ejército. La que puede ser la última campaña de este ilustre personaje sirve como marco para que José Calvo Poyato, uno de los referentes de nuestra novela histórica, relate la trepidante vida de un hombre, ejemplo de lealtad y excepcionalmente dotado para la milicia, que consiguió romper con la tradición bélica medieval y hacerse, por méritos propios, con un lugar de honor en la historia de España».
Aunque el libro comienza en el año de 1512, los personajes escogidos reales son de la época, aunque como es de rigor, los inventados son el apoyo necesario de la obra. El doctor Calvo Poyato es un historiador, por carrera y titulación, y se le nota prístinamente en la forma ágil de narrar lo que ocurrió. Será desde Loja, la ciudad donde nació el general del siglo XIX Narváez, desde donde comience una mínima resurrección. La obra sobre las nuevas vivencias del Gran Capitán nos las relatará uno de los soldados de Gonzalo Fernández de Córdoba, quien recibe la orden de cuidar a un mensajero real, que es el encargado de llevar un mensaje del rey Fernando el Católico al Gran Capitán, y asimismo estudiar cada gesto y cada comportamiento del militar, para que el soberano sepa de primera medida si existe algún tipo de inquina contra él, por haberlo apartado del servicio activo. Con respecto al Rey Fernando V de Castilla y de León, II de Aragón y I de Navarra existe el craso error de que estuvo, en todo momento y ocasión, por debajo de su esposa; esto es falso de toda falsedad: El rey va siempre por delante de la reina en todas las titulaciones: ¡Tanto monta, monta tanto Fernando como Isabel!, pero las armas, por su indubitable importancia, de los Reinos de Castilla y de León van por delante de las de Aragón. Gonzalo Fernández de Córdoba, “El Gran Capitán”, está perfectamente delineado, dentro del contexto en el que nos encontramos; y, obviamente, se contempla la utilización, por el autor, de una más que amplia y esencial documentación esclarecedora, del tema histórico a tratar. El Gran Capitán está en su ocaso, pero esta época menos conocida está en este libro, que cualquier amante de la Historia Moderna debería conocer fehacientemente.
“Estoy cansado. Mi vida hasta el presente ha sido un permanente batallar. Una brega continuada desde que abandoné Trujillo hace cerca de treinta años, después de dar honrosa sepultura al cuerpo de mi madre, doña Juana de Torres. Era viuda desde hacía una década, al morir mi padre, don Sancho Ximénez de Paredes, gloria de Dios haya, un noble caballero…”. Elegante forma de narrar. Recomendación sí. «Iustitia est unicuique dare quod suum est. ET. Quod omnes tangit ab omnibus approbari debet».
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