Se transita así por esta trilogía entre los olores de la vida y el perfume de la muerte, el lobo del libro que anda entre la nieve es su personaje. Un camino lleno de signos y significantes, cada palabra-verso abre un sentido hacia el conocimiento de lo universal, lo álmico reflejado en lo cotidiano: las abejas, los autos que mueren, las casas, en espejos enfrentados donde la hora de la muerte es todas las muertes en un fantasmagórico pensar que nos persigue a modo de séptimo sello como nos enseñó en su film Bergman. Diría en ese blanco-negro transitamos la trilogía, la sólida montaña, el sol, la sal, el valle, los huesos secos, todo lo que Abalon mueve.
Es el descenso de la cruz en la palabra, silencio y luz de tiniebla hundiéndose en el humus del humo de la palabra para pronunciarla como salvación de las múltiples tinieblas. Universo-galaxia- estelar, lo infinito desértico que habita lo viviente entre el ponerse y el salir del sol en una lluvia detenida reloj del libro en el libro buscando el orden de las cosas y un recordar que los planetas se apagan dicho con una escritura que empuja el humo para mostrar el paisaje. Territorios existenciales y coordenadas ontológicas reactualizando el mundo en campos de posibles incorporales de un infinito indivisible son las características de este maquínico creativo.
Rima de una musicalidad opaca tipo buque o Tannhauser wagneriano tan difícil de sostener en su tono de lo que se dice en imágenes, frases e ideas en repeticiones de frecuencia marcan contrastes, armonías, bajo el sobrevuelo del ala de la parca. Con toques surrealistas en un discurso de visionarios y profetas. Salmo del fin de lo que no tiene fin con oxímoron y contrapuestos marcando el estilo de atravesar el desierto profético del espíritu que habla y pega su grito y busca la paz. Al fin la palabra es lo que conmueve, la palabra humana que enciende lo abierto y descorre los espejos.
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