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UNA NARRATIVA DE LA MEMORIA

Reseña de la novela "Rasgada obsesión", de Saúl Sosnowski
lunes 11 de agosto de 2025, 21:20h
Rasgada obsesión
Rasgada obsesión
Una de las frases más hermosas y lúcidas de la literatura filosófica la expresó Platón en su diálogo titulado Fedro (o de la belleza): “(...) los jardines de las letras, según parece, los sembrará y escribirá como por entretenimiento; y al escribirlas, atesora recordatorios, para cuando llegue la edad del olvido… (...)” (276 d). A pesar de haber expulsado a los poetas de su República ideal (e irrealizable) por una convergencia de razones que exceden los límites de este comentario, el divino Platón era capaz de alcanzar cotas de poesía partiendo de la especulación filosófica: los jardines de letras se siembran para cuando llegue la edad del olvido.

Tal es el concepto que resuena a lo largo de la lectura de Rasgada obsesión (Paradiso, Buenos Aires, 2025, 125 páginas), la más reciente novela de Saúl Sosnowski. Su protagonista, Carlos, reflexiona: “Eso entonces: historia y memoria; prácticas contra el olvido.” Analiza “la amnesia ejercida por quienes hacen caso omiso de su cobardía”. Y a mayor abundamiento, decide: “No puedo ni quiero olvidar, no ofrezco la otra mejilla, no ignoro los escupitajos.” Es una memoria cimentada sobre su intransferible identidad judía: “A Carlos le resultaba incomprensible que no aceptaran que la Shoa había sido la ejecución de un plan dirigido y llevado a cabo por la industrialización germana de la muerte, por prósperas empresas que seguían en pie a pesar de su complicidad con el nazismo.”

La novela reconoce su impulso germinal en una muestra fotográfica que visita el protagonista y que exhibe imágenes del Holocausto: objetos sin dueño, pilas de zapatos y maletas, lentes, prótesis… Cuál es, se podría pensar, la demoledora intensidad que difunde aquello que no deja de ser una representación meramente objetual, un cúmulo heteroclito de objetos, un conjunto de pertenencias personales. Cualquiera que haya visitado un museo del Holocausto lo ha experimentado en carne propia: aquello que dimana de esos objetos es la gravosa presencia dr la ausencia, la gravitación de la ausencia, el inverosímil peso de la falta: son objetos sin dueño, objetos cuyos dueños han sido masacrados en los campos de exterminio; objetos que, por lo tanto, trascienden su condición de objetos para transmutarse en símbolo y emblema, objetos dotados de una voz que deja escuchar el clamor de quienes ya no hablan.

El ejercicio de la memoria puede constituir -entre muchas otras cosas- un retorno a aquello que de más humano tiene el sujeto y una respuesta contra la barbarie. Puesto que el único modo de perpetrar contra el otro (en el sentido de la más sórdida alteridad) los actos de inconcebible sevicia que se consumaron en los campos de concentración es -como acertadamente señala Lacan- considerar al otro como “una nada menos que nada”; no sólo obligarlo a abdicar de su condición humana, sino rebajarlo a resto, desecho, o, como enuncia la novela, “reducir toda carne a blanda materia para el usufructo”. Contra la “nada menos que nada”, pues, el tenaz ejercicio de la memoria. La memoria es la planta que cultiva el protagonista de Rasgada obsesión, un profesor que ha frecuentado la sinagoga, que se ha formado en los textos sagrados judíos y ejercitado en el pil-pul talmudico, y que se entrega al fecundo denuedo de la reflexión: la memoria como instrumento privilegiado para recordar, pero también para entender.

La novela está cruzada por una historia de amor, la historia de amor de Carlos y Sofía. Y tal resulta del todo pertinente: Carlos se enamora de Sofía (una mujer) en tanto que todas sus reflexiones se encaminan en la busca de una sophia (la sabiduría).

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