El título es tan instructivo como elocuente; Isherwood es un escritor cuyo tema es a la vez ontológico y monocorde por cuanto ha entrado por dentro de la condición homosexual del hombre, y ahí ha desplegado una soberbia literatura alusiva y un arte literario fuera de lo común. Y tuvo buenos compañeros en su camino, citando como uno principal de ellos al poeta Auden, amigo de muy rica imaginación poética y colega de viajes y aventuras. Aquí, no obstante, a modo de viñetas, recoge algunas historias concretas que le sirven para desplegar una inusitada paleta de caracteres, de expresiones emocionales inteligentes, y de un narrar lleno de armonía que dulcifica el posible reflejo efectista que, en su tema preferido, podría deslucir u orientar sesgadamente en ocasiones el trasfondo principal, el hombre mismo atendiendo sobre todo a sus emociones de contenido sexual. Contenido sexual en sentido lato, al margen de acuñadas afinidades electivas de igual sexo. El libro, en sustancia, es un alegato tal vez a una forma de libertad donde el sexo juega un papel bien principal, lo que no exime al texto de ironías e inteligencia didáctica: “¿Y su familia ya lo conoce?/ ¿Y eso a usted qué le importa?/ Dorothy –interviene-, tienen que hacer esas preguntas, hazte cargo/ ¿Es usted miembro de la familia, caballero?/ ¡Él no tiene nada que ver con esto! –replicó Dorothy-. Es un amigo que encontré en el barco por pura casualidad/ Un amigo… muy bien/ El funcionario me miró con los labios apretados y sus ojos sonrientes, como si tuviera la intención de utilizar ese dato contra mí a su debido tiempo (…) ¿Dónde lo conoció?/ En París/ ¿Nos podría decir, por favor, cómo lo conoció?/ Pues… fue en un restaurante/ Este joven utilizó otra palabra, dijo que fue en una sala de fiestas/ ¿Y eso es tan importante?/ Si este joven no trabaja en el servicio doméstico, ¿qué clase de trabajo es el que hace? ¿No será acaso algo relacionado con un club nocturno? ¿No se tratará, por ejemplo, de frecuentar esos lugares, bailar con las clientas, hacerse el encontradizo con ellas…?” La anécdota corrobora, en intención, otras muchas inherentes al caso de la duda razonable. Pero ya queda dicho, el divertimento y la literatura fluida y en algo irreverente concita no solamente el interés del lector sino el equívoco que se pretende. Más, qué objetar si la trama se sustenta en precisiones inteligentes de variada intencionalidad y humor. Y no faltan los pasajes con un cariz distinto de dramatización que interesan a lo narrado: “Hay tres clases de ataduras, ¿no es cierto?: la adicción, la pretensión y la aversión, es decir, lo que ansío, lo que pretendo ser ante el mundo y lo que temo” y, a modo de concisión moral: “Es la conocida historia de san Francisco y el leproso: el miedo no es más que mezquindad empedernida”. En fin, habiendo de concluir en algún momento la aparición de sustancia escatológica, y siempre literaria, expresa: “En el extremo del lago había una pequeña zona de cráteres en miniatura, de una fealdad fascinante, activos y conocidos como las ‘marmitas de barro’ porque escupían constantemente burbujas de fango caliente que olían a pedos volcánicos de azufre y vapor”. Puros símbolos demoníacos, como exige el guión. Puedes comprar el libro en:
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