Lo primero que quiero decir es que me parece una novela entretenida, pero poco ambiciosa, aunque parezca lo contrario por su enorme extensión, con esa manía que tienen muchos escritores por explicarlo todo, desde lo que son las brevas hasta la vida de Alfonso XIII o las conversaciones entre Franco y su mujer. David Uclés (Úbeda, 1990) es licenciado y máster en Traducción e Interpretación, ha publicado otros libros y en esta novela es como si quisiera contarnos algunas páginas de “Cien años de soledad” o “La casa de los espíritus”, pero sin asumir ningún riesgo formal. Lo esencial de una novela actual, con el siglo XXI realmente avanzado, y después de Cervantes y Sterne, de Balzac, Hugo, Stendhal, Galdós y Clarín, de Joyce, Proust y Faulkner, de Cortázar y Borges (que no escribió ninguna novela aunque todos sus cuentos conforman una especie de inmensa e insuperable novela), debe ser lo que no se cuenta, lo que la calidad del lenguaje permite a la imaginación del lector después de que ese mismo lenguaje (sus metáforas y otras figuras poéticas) nos haya noqueado como lectores hasta la médula y nos quedemos “estoqueados en la mitad del patio”, como diría Cortázar. En esos casos tan evidentes siempre digo que prefiero leer las novelas originales. Y la de Uclés no es que vuelva a ser “otra maldita historia de la Guerra Civil”, sino que es como si se hubiera quedado en la literatura del siglo XIX. Incluso su realismo mágico es más realista que mágico. Dicho esto es una novela que se lee con agrado y tiene páginas realmente conseguidas y trabajadas, a pesar de su sesgo peligrosamente ideológico, lo que le otorga cierto carácter tendencioso un tanto panfletario donde todo está lleno de buenos y malos. Por supuesto que los buenos son los de izquierdas, que por otra parte también son los míos, aunque me gusta más la palabra “progresistas”, pero que invalida la posible calidad de la propuesta. Antes de convertirse en una extraña novela histórica en la que un narrador un tanto perdido e insolente detiene la acción cuando le apetece y explicarnos los orígenes y parte del desarrollo de la Guerra Civil española (lo de Iberia es curioso, así como crear un mundo mágico y onírico alrededor del pueblo de Jándula -lo mejor con diferencia de la novela, con sus sueños y milagros, historias circulares que empiezan y terminan en sí mismas y con toneladas de buena literatura- y luego llamar a todas las localidades por su nombre real, lo que le aleja de García Márquez y Onetti o del gran narrador español de las últimas décadas, Luis Mateo Díez). He mencionado a Jándula y en seguida me vienen a la memoria dos películas de José Luis Cuerda, “Amanece que no es poco” y “La lengua de las mariposas”; el problema de Uclés es que le faltan William Faulkner, Fernando Fernán Gómez y Manuel Rivas. En este sentido he echado de menos la atmósfera de otra película, “La cinta blanca”, de Michael Haneke, sobre el origen auténticamente poético (si se me permite la expresión) del fascismo y el nazismo. Inevitablemente me vienen a la cabeza los nombres de dos magníficos narradores en español, Rafael Arozarena con su “Mararía” y Juan Rulfo con su “Pedro Páramo”. Si Rulfo dejó su obra maestra -una de las mayores de la lengua española del siglo XX y de la historia de la literatura- en poco más de cien páginas, después de haber escrito tres veces más, quizá Uclés debería haber hecho lo mismo con las setecientas de la suya.
Espero que este joven escritor continúe escribiendo. Estoy seguro de que nos dejará buenas obras porque tiene madera de narrador. Eso sí, con más personajes como Odisto y su extraña y fantástica familia, y no tanto con Franco y la suya, y la larga lista de personajes históricos de la Guerra Civil.
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