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Entrevista a David Torres, autor de "Punto de fisión"

"La literatura no es un lujo ni una diversión sino nuestro destino más íntimo. Nuestro genoma es literatura"

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

David Torres (Madrid, 1966), escritor y columnista de prensa, es uno de los novelistas más versátiles y con más proyección del panorama literario español. Ha cultivado diversos géneros: la novela negra en Niños de tiza y El gran silencio; el libro de viajes en La sangre y el ámbar; el retrato literario en Bellas y bestias; el relato en Donde no irán los navegantes y Cuidado con el perro; la novela de aventuras en Nanga Parbat; y la mitología en El mar en ruinas, una obra que obtuvo el elogio unánime de la crítica y que fue elegido uno de los libros del año en el suplemento cultural de ABC.

Ha obtenido entre otros galardones el Dashiell Hammett a la mejor novela negra publicada en español y el Tigre Juan de Novela por Niños de tiza, el Desnivel de Narrativa por Nanga Parbat y fue finalista del Premio Nadal por El gran silencio. Es colaborador habitual del diario El Mundo y profesor en la escuela literaria Hotel Kafka donde también tiene alojado su blog, Tropezando con melones.

Su último libro, Punto de fisión es una arriesgada parábola posmoderna con cuatro historias enlazadas que le ha valido el IV Premio Logroño de Novela.

"Y tocó la trompeta el tercer ángel, y se precipitó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha: cayó en la tercera parte de los ríos y en los manantiales de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo, y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas porque se habían vuelto amargas".

Esta cita del Apocalipsis aparece casi al comienzo de Punto de fisión, recordando esa macabra coincidencia de que "ajenjo", en ucraniano, quiere decir "Chernobyl". ¿Hasta qué punto es ésta una novela apocalíptica?
Evidentemente, en la acepción amplia del término, es una novela sobre el fin del mundo, al menos para varios personajes cuyo mundo cambiará para siempre por diversas causas: un gatillazo, un atentado terrorista, un rayo o el amor, que es el peor rayo de todos. La historia de Chernobyl, que es algo así como el bajo continuo de la narración, significó también el final de un sistema en los últimos coletazos de un siglo plagado de holocaustos y desastres. Pero también es una novela apocalíptica en el sentido en que "apocalipsis" significa "revelación", y éste es un libro donde a los protagonistas se les revela, cada uno a través de su catarsis particular, una nueva vida y un nuevo destino.

Su novela es una de las escasas obras de ficción que tratan la tragedia de Chernobyl. ¿A qué crees que se debe ese desinterés de los escritores hacia un desastre de tal magnitud?
No lo sé, tal vez nos falte perspectiva para juzgarlo. Es verdad que hay muy pocos libros de ficción sobre el tema, pero también lo es que si Chernobyl hubiese sucedido en Estados Unidos o en Europa, la repercusión habría sido muy distinta. Se contempló el accidente como un ejemplo de la obsoleta tecnología soviética cuando, en realidad, fue un accidente humano provocado por unos cuantos insensatos que se saltaron todos los protocolos de seguridad.

Entonces, ¿cree que el desastre de Chernobyl podría repetirse?
Hombre, no soy ningún experto en energía nuclear, pero lo que he leído acerca del accidente deja claro que la raíz del problema fue una actuación humana. Ahora que tanto hablan de la seguridad absoluta de las centrales nucleares, estaría bien recordar la cantidad de escapes y accidentes mortales que ha habido. Y no estamos hablando de unas cuantas truchas contaminadas sino de miles de víctimas, de consecuencias imprevisibles para el futuro. ¿Que las centrales nucleares son seguras? Nadie lo duda, pero los hombres que las manejan no lo son. En Chernobyl sólo faltaba Homer Simpson al mando. La pregunta es, creo yo: ¿merece la pena el riesgo?

¿Cuánto hay de novela negra en Punto de fisión?
Poco. Sólo la historia policíaca de Rodríguez persiguiendo a los terroristas chulapos podría adscribirse al género negro en el sentido clásico del término. Pero si tenemos en cuenta las transformaciones que ha padecido el género desde los tiempos de Hammett y Chandler, podría decirse que es una novela negra mutante, posmoderna, posnuclear y radioactiva.

¿Cómo se le ocurrió la idea de un grupo terrorista chulapo?
El PICHY (Partido Independentista Chulapo ¿Y?) nació en mi cabeza como un disparate, una extrapolación cien por cien madrileña de esas bandas terroristas que ponen bombas para defender supuestos valores nacionales. Se me ocurrió la idea de un grupo de jóvenes que exaltan la zarzuela como esencia suprema del casticismo y deciden volar la Cibeles y Neptuno por representar símbolos extranjeros. Es una historia que me dio muchos problemas porque podía hacer volcar la novela pero conseguí un equilibrio con la historia de Zubiri, cuya imaginación es más delirante aún que la mía.

¿No te pareció la idea del PICHY demasiado inverosímil?
La inverosimilitud novelística es un problema interesante. El PICHY, al igual que el pasaje del Valle de los Caídos o de Franco metamorfoseado en Franconstein, convertido en zombi inmortal y cazando jóvenes por el Pardo, son un puro dislate pero, para funcionar narrativamente tenían que ser coherentes con el resto de la novela, no con la realidad. La realidad puede permitirse el lujo de ser mucho más descerebrada y surrealista que cualquier novela. Por ejemplo, cuando estaba metido en toda la historia de los atentados me enteré de que habían trincado a unos etarras gracias a unas fotos que habían colgado en Facebook con la camiseta de la selección española, algo que nunca colaría en una novela. Y un día, paseando por mi barrio, me encontré una pintada al lado de un cajero automático que decía: ESPAÑA NO ES MADRID. En la novela lo adapté a un chotis. Lo que más miedo daba no es que el PICHY fuese inverosímil sino que cualquier día podía despertarme y comprobar que la realidad se me había adelantado, que alguien le había volado la cabeza a la Cibeles.

¿No es entonces Punto de fisión una obra llena de excesos?
Absolutamente. Intenta ser algo así como uno de esos platos fastuosos de Viridiana donde hay cuatro o cinco ingredientes básicos completamente distintos y lo que sale es un único sabor, en vez de una mezcla. El problema es conseguir un único plato. Abraham García lo logra en una tarde; yo necesité tres años hasta que pude entrelazar todas las historias, unificar las tramas, agrupar todos los armónicos y tonos. Pero es un libro mucho más fácil de leer que de explicar, del mismo modo que un plato imposible de cocinar se come en diez minutos.

Uno de esos tonos básicos es el humor, ¿no?
El humor es lo que permite contar historias terribles sin que el libro se caiga de las manos. Es curioso cómo mucha gente piensa que el humor puede desvirtuar la seriedad de una novela. Es justo al revés, porque el humor no es el antídoto de la seriedad ni de la profundidad sino del tedio. En las raíces del árbol de la novela están el Lazarillo y el Quijote, Tristram Shandy y Pickwick. Es el humor lo que hace que ese niño huérfano, ese policía solitario que escribe sonetos, ese pobre hombre al que le cae un rayo encima y ese editor hipocondríaco al que la vida le da de lado, puedan seguir adelante.

El jurado hizo hincapié en el riesgo formal y la osadía de la estructura. ¿Qué avance representa frente a otros libros tuyos?
Tenía la sensación de que llevaba mucho tiempo maniatado, constreñido a las exigencias de diversos géneros (novela negra, libro de viajes, etc.) Sentí que ya era hora de desmelenarme, aunque no hubiera podido hacerlo sin contar con el entrenamiento que suponía haber escrito antes cinco o seis novelas digamos tradicionales. Como dice Torrente Ballester, lo que diferencia a un novelista español de uno inglés o francés es que cada vez que empieza a escribir, el español tiene que crear su propia tradición, tiene que reinventar la historia de la novela.

El gatillazo, el miedo a la impotencia, la crisis de los cuarenta y los cincuenta, son temas eminentemente masculinos. Sin embargo, al final, ¿no es Julia quien se adueña de la novela?
Sí, y como tantas otras cosas, no estaba planeado. Al final la historia de amor de Julia, que es como una versión fantasmal del mito de Orfeo, no sólo la redime a ella de su carácter manipulador sino que dio a toda la novela un giro inesperado. Eso es lo que más me gusta de escribir un libro, descubrir cosas que no sabías. Por eso una novela es como un iceberg, en muchos sentidos. La parte sumergida es mucho mayor que la que aparece ante tus ojos. Por ejemplo, sólo cuando estaba terminando el libro me di cuenta de la cantidad de personajes que aparecen desdoblados (los gemelos Zoylo y Moylo, Julia y Katia, Zubiri y el editor), así que supongo que por ahí hay una obsesión con el tema del doble, la repetición, la geminación. Cuando un libro adquiere velocidad de crucero, empieza a tomar su propio rumbo y por eso al final la historia de Zubiri se convirtió un poco en el símbolo mismo del libro: la necesidad imperiosa de la ficción, de contarnos historias unos a otros, de contarnos nuestra propia vida. Eso es lo que descubre Zubiri, que la literatura no es un lujo ni una diversión sino nuestro destino más íntimo, que incluso cuando soñamos nos contamos historias, que las cadenas de ADN contienen historias cifradas. Nuestro genoma es literatura.

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