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Alfonso Reyes

07/03/2024@16:16:00

El primer ensayo de la edición original de Cuestiones estéticas (Librería Paul Ollendorff, 292 páginas, 1911), de Alfonso Reyes, se titula “Las tres Electras del teatro ateniense”, y está dedicado al maestro dominicano Pedro Henríquez Ureña (tiempo después, Henríquez Ureña recordaría aquellos años diciendo: “Leíamos a los griegos, que fueron nuestra pasión”). No se nos escapa –más bien nos desasosiega- que abordar un tema que Alfonso Reyes ya ha transitado no sólo supone una osadía, sino que linda con la más crasa irreverencia. Acaso lo único que atempera el atrevimiento –y éste, incluso y tal vez, no del todo admisible- es que no sólo a cada generación, sino a cada lector le asiste el inalienable derecho de aportar su propia lectura a las lecturas consagradas por los ilustres dómines del pasado con la modesta expectativa de reanimar, matizar o recrear un texto clásico.

Alfonso Reyes, una de las figuras literarias más importantes de México, también dejó una huella significativa en España. A través de su profunda influencia como escritor, ensayista y diplomático, Reyes logró establecer puentes culturales entre México y España, y su legado continúa resonando en ambos países hasta el día de hoy.

A pesar de que durante la última década se haya traducido y publicado unas cuatro o cinco veces y por editoriales distintas, La maravillosa historia de Peter Schlemihl (1814) no ha logrado, en la España actual, la fama de monumento literario que se le dispensa en otros países.
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No se me ocurrirá negar la dosis de publicidad de este artículo, dedicado a Una novela que comienza (1941), de Macedonio Fernández, por fin editada en España por Drácena, cuando me ha correspondido añadirle un extenso epílogo.


Leer "El plano oblicuo" es homenajear al que, según Borges, «es el mejor prosista en lengua española del siglo XX», pues no solo es el primer libro de relatos de Alfonso Reyes sino, además, fue editado en España, durante aquel decenio de 1914 a 1924, cuando Reyes se instaló en Madrid y trabajó al amparo de Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos.