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Eva Losada Casanova
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Eva Losada Casanova

Hoy, me pongo a escribir

Por Eva Losada Casanova

domingo 16 de abril de 2017, 12:04h

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.

A veces creemos que escribir una novela, o incluso un relato, es sentarse y comenzar a escribir. No exactamente. Una mañana de primavera cualquiera, no nos levantamos y decidimos cruzar el Estrecho de Gibraltar a nado, ni tampoco participar en el maratón de Canfranc. No. Lo anterior, como la escritura, requiere algo importante: músculo, mucho músculo. Naces con más o menos bondades para nadar, correr o escribir, es cierto; pero si no ejercitas, si no sabes qué músculos trabajar, lo más seguro es que te quedes mirando la playa de Tarifa mientras otros llegar a Tanger o bien, te ahogues en los primeros kilómetros del ascenso de una carrera que tanto te divierte hacer y terminar. La intención es una falacia, no lleva a ningún lado, la actitud y preparación sí. ¿Nos gusta escribir? ¡Hagámoslo! Abonemos primero el terreno, comencemos a ejercitar nuestros dedos. Es posible que hayamos crecido con la idea de hacerlo, quizá hayamos incluso empezado y hasta terminado relatos, algún capítulo, media docena de poemas o hasta un borrador de ensayo. Podría ser que, ahora que trabajamos menos horas, haya llegado nuestra oportunidad. Lo más probable es que estemos torturando a nuestra pareja, a un hijo, una madre entregada o un padre inútilmente complaciente. Incluso me atrevería a decir que hemos encontrado en las redes sociales nuestro campo de minas y, sin pudor, torturamos a los bienintencionados amigos del alma con nuestros relatos, poemas, o incluso, con precipitadas novelas autoeditadas. La amistad tiene un limite, el amor de la familia también. Por ese motivo, urge la necesidad de que compartamos las inquietudes literarias en un espacio donde otros como nosotros, nos ayuden a mirarnos al espejo y a decirnos, con cariño, algo así como “esto no está mal pero… es muy mejorable”. ¡Ojo! No todos aguantan una frase como esta, no todos los que vuelan cometas son capaces de aceptar que no tienen ni idea de hacerlo, que ni ese es el hilo apropiado ni están en la mejor playa. Superar este primer obstáculo es, sin duda, el primer paso para comenzar nuestra formación, para ejercitarnos y entrenarnos. Es posible que hayamos pasado años engañados, acunados por ese lector afable y cercano que es incapaz de mostrar un atisbo de desencanto con el enésimo relato que le enviamos. Ese lector nos quiere y ese amor, es el muro que debemos saltar si realmente queremos avanzar en el complicado arte de la escritura. Todo el mundo tiene cosas que decir, aquel que opine lo contrario menosprecia con arrogancia innecesaria la vida. Cada instante de ella está lleno de sensaciones, emociones, objetos e ideas que podemos plasmar en una hoja en blanco, una melodía, un lienzo. No importa la edad, la formación o si hemos o no llorado lo suficiente. La vida, en sí misma, es donde se siembran los relatos, poemas o novelas. Nuestra mirada es la semilla de todo texto, es el comienzo de lo que vendrá. Pero no basta con eso. Es un primer paso, sí, pero lamentablemente nos hacen falta las herramientas para construir y crear, esas herramientas que, de repente, harán que nuestra cometa haga piruetas, cobre intensidad y brille. Los textos que nacen de aquello que observamos, de las preguntas que nos hacemos, construidos desde el conocimiento, serán los que más satisfacciones nos den, aquellos que quizá, más alto vuelen.

Queremos escribir, sí, pero no sabemos por dónde empezar, dejamos muchas cosas a medias y, sin embargo, no logramos quitárnoslo de la cabeza. A veces, el pudor nos detiene y bloquea, en otras ocasiones es la falta de tiempo o nuestra propia ambición. Casi siempre, somos nosotros mismos los que nos frenamos y coartamos. Somos el obstáculo de casi todo. Pero también la lanzadera de aquello que, finalmente, nos decidimos a hacer. No hay mejor espacio para ejercitar el músculo del escritor que empieza, que asistir a un taller de escritura, un taller presencial, en el que se ponen en común las inseguridades, en las que se recorren textos que nos iluminan y enseñan que hay otra literatura. Lugares donde la energía nos eleva por encima de los lastres que nosotros mismos nos imponemos. Un espacio donde uno crea, se divierte y convive con los grandes textos y autores, sí, pero también con proyectos propios. Proyectos que alguien observa, comenta y mima desde la experiencia, sin la falsa complacencia del que ignora, del que no sabe. Con ese cariño sano, con esa bondad instructiva del que ya pasó por todo eso. Un recorrido que nos hace comprender, un poquito mejor, el proceso creativo. Un camino, que se debe caminar con cierta humildad, durante el cual es posible que lleguemos a encontrar dentro de nosotros mismos lo que hará de nuestra escritura algo único y especial.

Eva Losada Casanova
Escritora y fundadora de La plaza de Poe. Un espacio de creación literaria y musical en Madrid donde se imparten talleres presenciales, charlas, catas de libros y encuentros lúdicoliterarios.

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